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“Todavía creo en la Justicia y quiero que se diga la verdad”

Por: Ana Laura Piccolo.- Lo padres de Iván Romano contaron los tormentos por lo que los hizo pasar la Policía tras la muerte de su hijo.

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Iván era el mayor de cuatro hermanos. Tenía 20 años, una beba recién nacida y un trabajo de albañil. Vivía en el mismo barrio que lo vio nacer, a pocos metros de sus padres y quería ser el orgullo de Carmen, su mamá, con quien todas las mañanas caminaba hasta la parada del colectivo. Él, rumbo a una empresa constructora. Ella, a la casa de una directora de escuela como doméstica. Su papá José se las rebuscaba como vendedor ambulante en avenidas y puertas de supermercados mientras se recuperaba de una lesión que el último año lo dejó sin caminar. Ambos lo cuentan mientras se jactan de los valores que inculcaron en su familia durante 22 años de casados. En la mesa se oraba antes de comer y sus hijos nunca cayeron en la tentación que atrapó a tantos pibes del barrio: drogas, armas y dinero fácil. La noche que mataron a Iván esos dos mundos se cruzaron. Porque él solía enojarse cuando le gritaban “gil laburante” y la respuesta a sus golpes de puño fueron balas de plomos. Sus padres denunciaron que momentos después de la pelea fatal fueron víctimas de una feroz golpiza policial. Que los mismos efectivos protegieron a los agresores y que buscaron el arma homicida adentro de su casa de barrio Emaús, la misma que debieron abandonar días después por amenazas.

El pasado 24 de agosto Iván Romano celebraba en la casa de sus padres, junto a su mujer y su beba, el cumpleaños número 19 de su hermano Nahuel, también padre de dos niños pequeños. Lo hacía en familia junto a sus dos hermanos menores de 14 y 4 años, en la misma casa de Tarragona al 1100 bis donde nació. Cerca de las 23, él y Nahuel fueron a comprar más bebida al quiosco, donde discutieron con unos vecinos de su edad que les pidieron un trago de gaseosa. La negativa motivó provocaciones verbales y una pelea que debió terminar a lo sumo con un par de golpes de puño. Pero no.

“Estaban los chicos jugando afuera de casa y nos avisan que se armó lío. Salgo corriendo y lo veo a mi hijo Iván que estaba peleando con este chico y con ayuda de mi hermana lo metemos adentro. Mi marido quedó afuera. En eso empezamos a escuchar gritos y piedrazos. Mis hijos vieron a su papá afuera (que se arrastraba con una silla) y salieron de nuevo. Eran un montón tirando piedras. Más de 20”, contó Carmen Escobar, de 37 años. El relato lo continuó su esposo José, de 40, que todavía sentía asombro por la actitud de su vecino (y padre de los tres muchachos imputados de homicidio), a quien conoce desde hace más de 20 años: “Le pedí por favor que meta a sus hijos adentro y yo hacía lo mismo con los míos, para que se terminara ahí. Pero él les gritaba «quemalos, matalos». Yo nunca, jamás en mi vida puse a mis hijos enfrente de una casa y les dije «acribíllenlo, mátenlo», habiendo criaturas adentro. ¿Con qué libro le enseñaron educación a esos guasos? ¿A qué escuela fueron? Esa gente no está apta para la sociedad. Perdónenme que hable así, pero mañana le puede pasar a otro”.

Carmen recuerda su desesperación por resguardar a los niños pequeños que lloraban sin parar. Porque a la numerosa familia que se había apostado en la puerta para arrojar piedras y balas se sumaron los que regentean un bunker que hay a pocos metros y algunos ocasionales clientes. “No sabía si agarrar a mi marido, a los más grandes o a los nenes. Ya estaba afónica de gritarles que por favor se vayan, no teníamos ni un palo para defendernos. Mi marido se arrastró con una silla y se escondió detrás de un tapialito de un metro de altura y en eso viene Iván y me dice «mami, me hirieron». Lo agarré de la campera y pensé que era el hombro, pero se desvaneció”, cuenta Carmen antes de explotar en llanto. Dice que no sabe de dónde juntó fuerzas para empujar al chico que le disparó a Iván y luego subir a su hijo al auto de su cuñado, con quien lo llevó al hospital Centenario. José se quedó con el resto de la familia en la casa, donde recibió, cerca de la 1.30, el llamado de su esposa que le avisaba que Iván estaba muerto. En esos momentos llegó la Policía.

Esa vieja costumbre de pegar

“Les pregunté qué querían ahora, después de dos horas, si ya habían matado a mi hijo. Y entonces un policía me empujó. Como yo no puedo caminar, me caí. Ahí levantó la itaca y me empezó a pegar en el pie operado. Después vinieron tres policías más y me siguieron dando. La gente les empezó a gritar que no me peguen más, que estaba lisiado, y ellos contestaron «este no camina más» y agredieron a un vecino también. Mi hijo de 14 años agarró una piedra y la arrojó al patrullero para que paren. Ahí se metieron en mi casa y le dieron una paliza al pibe y le pegaron a mi hermana en la panza. Mi hijo despareció. Se lo habían llevado detenido”, contó José al tiempo que mostraba su pie destrozado junto a una  placa donde se ven los clavos desplazados de lugar. “Justo estaba asentando el pie y por volver a caminar”, lamenta. De una carpeta saca un papel con anotaciones. Son los números de los siete patrulleros (del comando y de la seccional 17ª) que esa noche llegaron tarde a la pelea en la puerta de su casa, a metros de un búnker de drogas que nunca fue allanado.

La pesadilla se puso más desoladora aún cuando Carmen empezó una carrera para encontrar a su hijo de 14 años, ya que en la seccional 17ª y en el Comando negaban tenerlo retenido. Finalmente, la tercera vez que fue a la comisaría se lo entregaron, visiblemente golpeado, con una contusión en el ojo que al igual que las marcas de la espalda se fueron visibilizando con los días.

“El domingo enterré a mi hijo. El lunes a las siete de la mañana vinieron policías de la Brigada de Homicidios. Nos pusimos contentos porque pensamos que iban a esclarecer el crimen. Pero se llevaron a mi marido, lo tuvieron 12 horas retenido en la Jefatura”, contó Carmen, como una pesadilla que no tiene final.

“En la jefatura me preguntaban si yo tenía problemas con Iván. No podía creerlo. Después nos allanaron la casa, buscando el arma que mató a mi hijo. Y fueron a otras casas del barrio pero no a la de ellos, pese a que todos los vecinos les señalaban el lugar, porque a esa gente no la quiere nadie en el barrio, porque tienen a todos amenazados. Y se fueron sin entrar”, contó José.

El asesinato de Iván Romano es investigado por el juez de Instrucción Hernán Postma. La fiscal, Cristina Herrera, debió apartar de la pesquisa a la seccional 17ª primero, y luego a la brigada de Homicidios, por varias irregularidades. También abrió una carpeta en Asuntos Internos para que se investiguen las denuncias sobre el presunto vínculo familiar entre dos efectivos de Homicidios con la familia imputada. Finalmente, las detenciones fueron concretadas por la División Judicial de la Policía.

Tras contar lo sucedido José también rompe en llanto sin perder la claridad de su pedido: “Lo que yo quiero es Justicia. Porque lo que yo siento es un dolor desgarrador que usted nunca lo va a llegar a comprender. Ni nadie lo va a comprender. Y quiero Justicia. Porque yo me he criado toda la vida en la calle. De chico he sufrido mucho. Yo se agarrar un cuchillo y cortarle el cogote a uno. Y cuando robé lo he pagado. Yo no le debo nada a la Justicia. Entonces yo quiero que me paguen el homicidio de mi hijo. Porque nos hicieron bolsa a todos. Es algo desgarrador. Nosotros no podemos dormir. Nosotros no lo lloramos a mi hijo todavía. Tengo el bebé mío de 4 años que todos los días me pregunta cuándo vamos a traer a Iván. Y no tengo palabras para decirle a esa criatura que se está criando así traumado. Yo todavía creo en la Justicia. Y quiero que se diga la verdad. Que no haiga nada tapado, que salte todo”.

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