Es septiembre de 2021, tuve que salir para cubrir una conferencia de prensa y ya estoy de vuelta en mi casa. Ayer trabajé acá, la semana pasada también y los días que siguen también. Cuando me enteré que había entrado a la redacción, es decir, que iba a trabajar todos los días para el diario y cumplir un horario, no imaginé esto. Era mediados de 2020 y la pandemia todavía me parecía algo que tenía que irse o controlarse pronto.
La noticia del ingreso era esperada e imaginaba mi futuro cercano lleno de oraciones como “Me estoy yendo al diario” o “Todavía estoy en la redacción”. Pasó más de un año y todavía no las pude pronunciar mucho porque el home office se volvió una regla de trabajo y de cuidado. Ahora que los números epidemiológicos, esos que publicamos en nuestras páginas todos los días, parecen ser alentadores; ahora que todos los que integramos la cooperativa La Cigarra ya contamos con al menos una dosis de la vacuna, se impone una pregunta: cómo seguir.
Desde marzo de 2020 el diario se volvió decenas de redacciones a lo largo de la ciudad, conectadas por Whatsapp y nuestra web. Que en momentos de negacionismo explícito de tantas personas, de tantas empresas, la cooperativa haya decidido sostener la no presencialidad fue para mí una ética.
Ahora que parece que algo nuestro, algo de la vieja vida, está volviendo, empezaron algunas coberturas presenciales en la redacción y en otros espacios de la ciudad. Lo hacemos de a poco. Son tiempos híbridos, un rato afuera de casa y otro dentro. Aprendimos que hay tareas que podemos resolver de forma virtual y que hay otras donde la presencialidad es insustituible. Es ahí donde mejor encuentran su curso la mayoría de las propuestas, las posibles notas, las pendientes, las vueltas de tuerca a los temas repetidos.
Narramos la historia viva de la ciudad
La idea de pospandemia todavía me es inasible. Creo que el fin de toda esta crisis sanitaria también es híbrida y cada uno le pone su fecha. No sé cuánto tiempo me acompañará la consulta sobre si hay ventanas antes de ir a hacer una entrevista ni si seguiré pensando hasta dónde llega la respiración del otro, pero sé que en este mundo de carreras individuales y fórmulas de éxito que ya tiñó parte del mundo periodístico, El Ciudadano todavía hace su apuesta colectiva.
La mirada que presentamos día a día, tapa a tapa, nota a nota, la vamos tallando en una ida y vuelta entre compañeros y editores. Hablamos sobre las quemas en las islas y la emergencia ambiental en nuestro humedal, la violencia que cae de forma feroz en los pibes que viven lejos de los bulevares, el estado del sistema de salud, seguimos los reclamos sindicales de todos los sectores de la región y prestamos atención a la agenda de los feminismos. Hablamos de estos temas cuando son noticia y cuando no también, seguimos publicando aunque la distribución de la pauta oficial siga siendo inequitativa y siga beneficiando enormemente a los medios privados concentrados.
En un texto donde reflexiona sobre el oficio, la periodista y escritora Leila Guerriero ensaya consejos para quienes empiecen a trabajar como periodistas. Las ideas que propone son diversas, arbitrarias –leer poesía, escuchar música, tomar trabajos que no sabemos hacer, contemplar la música de las estrellas y de los carteles de neón, equivocarse, aprender a perder– pero termina con una indicación que insiste casi como un rezo “Tengan algo para decir, Tengan algo para decir, Tengan algo para decir”. En El Ciudadano somos un colectivo de trabajadores y trabajadoras que narramos la historia viva de la ciudad. Conformamos una mirada coral. Pasaron 23 años, seguimos. Todavía tenemos algo para decir.