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Todo es covid en las pantallas. Todo es pantalla en pandemia

Me despierto. Abro los ojos y agarro el celular. El ícono de whatApp indica que hay mensajes nuevos. El grupo de la familia, el de les amigues, algunas cadenas de difusión y el grupo de redacción. “Habría que llamar a… y preguntarle por…”, “ok, lo tomo” ¿Ya empezó mi jornada? ¡Qué genialidad mandar mensajes de trabajo desde la cama! ¡Qué agotador mandar mensajes de trabajo desde la cama!

El 20 de marzo el presidente Alberto Fernández anunció que el país entraba en aislamiento social, preventivo y obligatorio. La pandemia había llegado a Argentina y había que quedarse en casa para evitar contagios. Todos y todas.

Excepto los rubros esenciales como los servicios de comunicación ¿El periodismo es esencial en pandemia?

En la fase 1 de encierro y aislamiento estar habilitada a circular se sentía como un súper poder. Pero la habilitación no mataba al virus y, por esa época, había aún más desinformación.

Los dichos sobre su capacidad de contagio remitían a los sobres de ántrax o a las traffic blancas. Por otra parte, el dengue era la enfermedad que más circulaba en la zona y no había tantas noticias sobre eso ¿De qué se trataba esta pandemia? Había que informarse para informar.

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Home office o teletrabajo. Aun no entiendo porque usamos palabras en inglés o hacemos referencia a algo como un teléfono cuando lo que hacemos es trabajar mediados por pantallas, pantallas, y más pantallas.

Durante la primera semana del aislamiento seguimos yendo a la redacción. Nos turnábamos para garantizar que haya una persona por sección. Luego pasamos a hacer la edición por completo de forma online.

Los monitores se trasladaron a cada uno de los hogares, creamos un archivo compartido y más de tres grupos de WhatsApp de trabajo nuevos. Toda la comunicación pasó a ser virtual. De escribir en una sala con más de 30 personas alrededor, pasé a estar sola en el comedor de mi casa, o mejor dicho, en la oficina.

Si necesito un contacto para hacer una nota, mando un mensaje de WhatsApp. Si tengo una duda, mejor un audio. Los gritos en la redacción fueron reemplazados por el llanto del bebé vecino. Ya no se comparte el mate, la consulta, la queja, la risa, la charla.

Falta el pucho en la calle para pensar una nota o para hablar con alguien de otra sección. El periodista es individual. El periodismo es colectivo.

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Había que entender de qué se trataba la pandemia y cómo cubrirla. Leer sobre coronavirus, sobre otras pandemias, consultar con profesionales y referentes. La evolución de los contagios, el índice de positividad, la curva y el pico se volvieron términos frecuentes en notas, títulos y tapas.

Pero también había que contar las historias detrás. Al principio, las protagonizaban viajantes varados fuera de su ciudad. Después, lo hicieron el personal de salud, quienes investigan, quienes se contagiaron y se curaron.

También hubo lugar para notas más relajadas. La virtualidad fue la vedette de las primeras semanas: las clases virtuales, los encuentros por zoom y los recitales por streaming le dieron color a las páginas donde se informaban los primeros contagios.

Cada 14 días todo cambia. La circulación se mueve al compás de la curva y de las presiones empresariales. El reclamo de trabajadores y trabajadoras que debieron suspender su actividad por la pandemia no tardó en llegar.

Paritarias, espacios que piden reabrir, manifestaciones con distancia y barbijo empezaron a formar parte de la agenda diaria.

Todo es covid en las pantallas. Todo es pantalla en pandemia ¿Cuál es el límite de informar sin saturar?

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En el patio de mi casa el sol da al mediodía durante el otoño y también en primavera. En el invierno lo tapan los edificios y apenas ilumina la ventana. El vecino tiene una rutina de ejercicios de 10 minutos que hace todos los días.

A veces a la hora de la siesta y otras al atardecer. La playlist, que mezcla regeatton y cumbia, es siempre la misma. A veces me encuentro en el hall del edificio con una vecina que sabe que soy periodista y me avergüenzo que me vea siempre despeinada. Estrené ropa para salir a cubrir notas.

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Un mensaje llega al grupo de la familia. Es una noticia de un portal de un país europeo con un nuevo dato sobre el virus. Todos comentan, mandan íconos y debaten. La noticia me llama la atención y la googleo.

Nada más próspero para una fakenews que un virus desconocido que afecta al mundo entero. El chequeo de la información nunca fue más simple y, a la vez, más difícil. Pienso si hay especialistas en Rosario que puedan hablar del tema de la noticia extranjera.

Envío un par de mensajes y coordino una nota telefónica. La escribo y la publicamos en el diario. No mando el link al grupo de la familia. Mejor lo dejamos para enviar fotos y hablar sobre qué actividad hacer para pasar los días en pandemia.

El periodismo, pienso, sirve para desmentir las informaciones falsas que alertan a la población en vez de cuidarla. Y, también, para desatar discusiones familiares cuando el posteo de Facebook que enviaron resultó ser una cadena falsa.

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Otros temas se mezclan en la agenda. Hace meses que en Rosario el aire es irrespirable por el humo y las quemas ilegales en las islas. Los pocos metros que tenemos habilitados a caminar se ahogan en un humo que irrita y provoca síntomas similares al coronavirus.

Desde hace meses, diferentes organizaciones piden sancionar una ley que proteja al humedal, mientras los intereses económicos y políticos miran para otro lado y siguen devastando la naturaleza. Ahora las quemas compiten por un lugar en tapa junto con la pandemia.

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El show debe continuar. El diario tiene que salir. No importan los vaivenes anímicos de la cuarentena. No importa el miedo a los contagios de la pandemia. No alarmarse para no alarmar. Pensar en otra cosa aunque todo el tiempo estemos consumiendo y escribiendo sobre pandemia.

La necesidad de charlar una nota con alguien. Mandar un audio. Escuchar un audio. El teletrabajo que aísla y aliena. Sola me distraigo menos y escribo más rápido. Sola busco la mirada externa. La única mirada es la de la hoja en blanco de la pantalla.

El blanco que redunda en preponderancia. Sola y una hoja en blanco. Apago el monitor. Miro el celular. Prendo Netflix. Pantalla tras pantalla.

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“Buenas tardes, te habla Luciana Mangó, del diario El Ciudadano”. Termino de hacer la nota y cuelgo la ropa. ¿Ventajas del home office? ¿El periodismo se lleva a todos lados? ¿Se es periodista?

En una entrevista, la periodista española Cristina Fallarás, dijo que quienes ejercemos el periodismo cometemos el error de decir que “somos periodistas”, como si la profesión fuera parte de la esencia de una persona y no un trabajo.

Esas palabras resonaron en mi mente ese día y volvieron a hacerlo con más fuerza durante esta pandemia de homeoffice.

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Dormir en la oficina, trabajar en la casa. Más de medio año de pandemia después, la silla se siente más dura. La necesidad de compartir la jornada se hace más fuerte.

Hay que informar, no alarmar. Que la nota le sirva a quien la lee. Que le sirva a quien dio la entrevista. Que aclare un debate actual. Que haga algún tipo de aporte.

Más de medio año después del primer anuncio del presidente, aprendí muchas cosas. Logré ordenar mi jornada laboral, no distraerme con los ruidos ajenos, charlar con compañeras al terminar la jornada, dejar el celular cuando hace falta.

Más de medio año de pandemia después, me sigo preguntando si el periodismo es esencial. Por ahora, sólo entendí que implica una gran responsabilidad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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