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Todos piden un taller de salud sexual

Cuando hay taller con la población, el objetivo es compartir el conocimiento científico y la información en forma clara y transparente, poner en común los saberes así como los prejuicios,  develar tabúes y  romper mitos

 

Cintia Majic/ Lic. en Trabajo Social. Escritora.

 

En los últimos años, producto de movidas sociales y de las leyes aprobadas (educación sexual integral, ley de identidad de género, ley de interrupción voluntaria y legal del embarazo) el pedido de talleres y charlas quedan a la orden del día. Todos piden un taller de salud sexual: las comunas, las organizaciones sociales, los equipos de salud y escuelas. En general, el interés está puesto en cómo trabajar con la comunidad en territorio los derechos sexuales, reproductivos y no reproductivos, esto es hablar de consentimiento, de los cuerpos, de las enfermedades de transmisión sexual, de los métodos anticonceptivos, de las violencias por motivos de géneros, así como también dar lugar, hablar y visibilizar las diversidades.

Desde la comunidad siempre se han solicitado charlas sobre salud sexual, por lo general estaban a cargo de un médico o de la profesora de biología, donde ellos enseñaban sobre el cuerpo humano, el “aparato reproductor”, anticonceptivos y algunas preguntas de los participantes que, si tímidamente no salían en el momento, iban a parar a un buzón de forma anónima. Con los años se ha intentando dejar atrás el paradigma médico hegemónico basado en el biologismo, en el individualismo y el control, orientando el cambio hacia a un paradigma de la salud integral que tenga  cuenta además de la física, la dimensión mental, económica, social, cultural y espiritual en que transcurre la vida.

Cuando hay taller con la población, el objetivo es compartir el conocimiento científico y la información en forma clara y transparente, poner en común los saberes así como los prejuicios,  develar tabúes y  romper mitos. Y además del médico o a la profesora de biología, pueden llevarlo adelante otras personas formadas en el tema, esos otros saberes hacen a la integralidad del tema.

En los talleres a equipos de salud lo que se propone es actualizarse a través de herramientas lúdicas, que hallen en el juego una herramienta para llegar a la población, que resuelva o aliviane las tareas que tienen los trabajadores de la salud, ya sea en una sala de espera, en una organización social o en escuelas. Y que la población de ese barrio o de ese pueblo, sepa que puede llegar a su centro de salud y no sentirse expulsado en cuanto a atenciones a su salud integral.

Teniendo como horizonte el hecho que cada vez más niñas, niños, adolescentes y adultos, puedan tomar decisiones autónomas, libres e informadas sobre su salud sexual y les permita evaluar las opciones posibles para su proyecto de vida.

En el taller un pibe saca una tarjeta que se debate en grupo: “Marcos está por salir a la noche con sus amigos. Su papá se acerca, le da unos preservativos y le dice: —Tomá, no metas la pata.”

Quien coordina pregunta: ¿y qué piensan de esa situación?

El pibe responde: Ojalá yo tuviera esa relación con mi papá.

Para qué sirve un taller de salud sexual

Preparo un nuevo taller en salud sexual destinado a equipos de la salud, se titula “Salud Sexual y Adolescencias, prevención de embarazos no intencionales en niñas y adolescentes menores de 15 años”. Mientras tanto, hago derivaciones de interrupciones de embarazo vía telefónica: dónde pueden ir, cuál fue su fecha de última menstruación, si tiene o no cobertura en salud. Las dos actividades son parientes, pienso. Empeñada en escindir mi trabajo, destino unas horas para el taller y otras para las derivaciones. ¿Cuál urge?

El taller aparece como una posibilidad  de “prevenir” situaciones no deseadas para la salud sexual y por ende para el proyecto de vida, por ejemplo un embarazo. A través de la información y los conocimientos científicos que se comparte busca adelantarse, clarificar, develar, aquello que se desconoce, lo que permanece oculto, silenciado o naturalizado. Después pienso que no sé. Quiero permitirme no saber si esto es así. “Se adelanta” pero también existen cuestiones del cuerpo, los deseos, el placer, las violencias, que pueden suceder porque la sexualidad no es causa y efecto. No es solamente prevenir es también aprender a pensarse de otra manera, pensarse a través de la educación, no desde el error o el miedo.

Entonces, ¿en qué hace la diferencia hablar sobre salud sexual en las vidas de las personas?

Llega un nuevo mensaje al teléfono de derivaciones para interrupciones: se posterga un turno, hay un imprevisto y el equipo de salud no podrá recibirla hasta el lunes, son las diez de la noche del jueves, tengo que avisarle a la mujer que no asista mañana.

– Ok, gracias –responde.

– ¿Puedo hacerle una pregunta?

-Sí.

-¿Está en riesgo mi vida?

Me pregunto cuánto hace que la acompaña esta duda, cuántas noches como la de hoy se hace esta pregunta. Quisiera responderle que la vida está en riesgo siempre, pero entiendo lo que la preocupa. -No, no está en riesgo tu vida-, y dedico tiempo a explicarle por qué no, a aliviar el peso, a despejar las dudas, a comunicarnos.

Ahí está la respuesta a la pregunta “para qué sirve un taller de salud sexual”, para qué sirve hablar de salud sexual. Para comunicar con información certera, para poder transmitir en forma clara que hoy una interrupción en el sistema de salud público, es una práctica segura y legal.

Trabajo social y salud sexual

El trabajo social es mi manera de entender el mundo. En mi experiencia hice talleres durante la formación, entre prácticas en terreno y materias con el nombre de Taller.

Eran principios del año 2000 y la intervención estaba signada por centros comunitarios, comedores, merenderos, y costureros donde se realizaban “diagnósticos participativos”, “lluvia de ideas”, “árbol de problemas”, “matriz FODA”, y donde nos pasábamos un par de libros fotocopiados que circulaban sobre “dinámicas y estrategias” para hacer talleres. Los trueques, las ferias de ropa y el impulso de formar espacios para jóvenes, eran muestra de  lo difícil y creativo de esos años. Tanto en las cátedras como en las prácticas en terreno se hablaba de talleres.

Después milité en la organización de trabajadoras sexuales, donde pude aportar al diseño y ejecución de proyectos en prevención de enfermedades de transmisión sexual en espacios comunitarios, realizando talleres en bibliotecas populares, centros culturales y escuelas, además de otros basados en grupos focales. Recuerdo a un profesor que pidió dos años seguidos el taller para los estudiantes de su escuela, según él, gracias al taller del año anterior había sido la primera vez que no hubo embarazos en esos cursos. Existieron escuelas en las que -además de alarmarse parte de la comunidad religiosa por llegar las trabajadoras sexuales a la secundaria- fue la única y última charla sobre salud sexual que recibieron, lo supe años después al reencontrarme con esas estudiantes en la vigilia por la ley de aborto.

El trabajo social incide con su práctica en los derechos  humanos, y los derechos sexuales son derechos humanos de las personas con las que trabajamos y convivimos. Basta mirar la cantidad de colegas armando y habitando consejerías de salud sexual en centros de salud y hospitales queriendo transformar  el espacio de trabajo -a veces expulsivo- en espacios amigables y accesibles.

¿Qué tuve y qué me faltó? ¿Qué me contaron y qué no? ¿En quienes podía confiar? ¿Quién me hablaba de estos temas? Son las preguntas que siempre me hago y sirven de guía para acompañar un camino que es colectivo, siempre es colectivo.

 

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