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Tokio 2020, los Juegos de la inclusión

La sexualización de los cuerpos, los estereotipos de género y la paridad entre les atletas fueron el eje de la otra agenda de los Juegos Olímpicos: la que cuestiona los machismos que atraviesan a los comités y federaciones, que no terminan de aggiornarse al siglo XXI

Los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 fueron distintos: se hicieron en 2021 con las tribunas vacías y los protocolos sanitarios por la pandemia como protagonistas. También, porque se convirtieron en los Juegos más inclusivos de la historia: casi alcanzaron la paridad de género, se desafiaron los códigos de vestimenta que sexualizan los cuerpos y se pusieron en jaque los estereotipos.

Difícil para el creador del Comité Olímpico Internacional (COI), el noble francés Pierre Frèdy, barón de Coubertin (1863-1937), imaginar que en Tokio 2020 iba a llegar la paridad de género.

En la primera edición de los juegos modernos, en Atenas 1896, la participación de las mujeres estaba prohibida. En la edición siguiente, París 1900, hubo una representación femenina, aunque no oficial, del 2 por ciento, solo en golf y tenis. Ese año, la estadounidense Charlotte Cooper fue la primera mujer en ganar una medalla olímpica, en tenis. Cooper ya había conquistado Wimbledon en tres ocasiones antes de colgarse la medalla de oro en París.

Charlotte Cooper

Recién en Amberes 1920 se reconoció oficialmente la participación de las mujeres y se les entregaron medallas del primer lugar. En aquel momento participaron del mayor evento deportivo 65 mujeres de un total de 2.626 atletas. Ocho años después, en Amsterdam, se marcó un antes y un después para la inclusión de las mujeres en la cita olímpica: un total de 300 mujeres, representando poco más del 10 por ciento del total de deportistas.

Desde ese momento y hasta Tokio 2020, la participación de atletas mujeres fue en aumento y en Japón alcanzó casi el 50 por ciento.

El Comité Olímpico Internacional decidió, además, que las banderas de los 206 Comités Olímpicos Nacionales y el Equipo Olímpico de Refugiados debían ser llevadas por una deportista mujer y un atleta hombre en la ceremonia de apertura. Les abanderades, de ahora en más.

Abanderades de Argentina, Tokio 2020

En Tokio la delegación argentina incluyó a 188 deportistas. La presencia masculina (130) fue ampliamente superior a la femenina (58). Esta diferencia en las cifras se explica, principalmente, por la cantidad de equipos clasificados: hay seis planteles masculinos contra dos femeninos, es decir 96 varones –Leones (hockey), Gladiadores (handbol), Pumas 7 (rugby), básquet, vóley y fútbol– sobre 30 mujeres –Leonas (hockey) y Panteras (vóley)–.

El cuerpo –ajeno– sigue en discusión

Los códigos en la vestimenta a la hora de competir también están para romperse. Las atletas no quieren que les digan qué ponerse, quieren vestirse con lo que más cómodas las haga sentir.

Las gimnastas alemanas decidieron en Tokio utilizar un uniforme de cuerpo entero y romper con el maillot utilizado habitualmente. La nueva ropa cubre las piernas hasta los tobillos.

“Queremos asegurarnos de que todas se sientan cómodas y les mostramos que pueden utilizar la ropa que deseen y verse y sentirse increíbles, ya sea con un maillot largo o corto. Queremos ser un modelo”, se posicionaron.

Un mes antes de los Juegos Olímpicos y de que se conociera el nuevo outfit de las alemanas, el tema de la vestimenta de deportistas mujeres ya había entrado en agenda. La Federación Internacional de Handball multó con 1.500 euros a las jugadoras de la selección noruega de beach handbol por competir con un pantalón corto en lugar del bikini que exige el reglamento.

Por el Campeonato de Europa de hándbol de playa que se disputó en Varna –Bulgaria- en julio pasado, Noruega jugó ante España con short en vez de lo que indica la normativa, que establece que la parte inferior del bikini no debe medir más de 10 centímetros en los laterales.

Previo al partido, la Federación de Noruega pidió autorización y confirmó que, de ser penadas, se haría cargo del pago de la multa. Cuando lo ocurrido se hizo público, la artista estadounidense Pink anunció que ella cubriría el pago.

La controversia sobre qué se puede usar y qué no, como si fuera facultad de una Federación o Comité, viene de hace tiempo. En los Juegos de Río 2016, al equipo egipcio de beach vóley lo atacaron por utilizar un uniforme con mallas y camisetas deportivas con mangas largas y un hiyab (velo que cubre la cabeza). “Uso un hiyab porque soy musulmana, pero eso no me impide sentirme parte de este juego”, explicó la jugadora Doaa Elghobashy.

En el tenis también pasó. Nada menos que con Serena Williams. En 2018, la 23 veces campeona de Grand Slam, utilizó en el Abierto de Francia un catsuit negro, vestimenta que en el tenis no se acostumbra a utilizar. La razón de Serena no tenía que ver con una cuestión estética –aunque no debería haber sido un problema – sino de salud. La ropa la ayudaba a lidiar con el problema de los coágulos de sangre, que según confesó casi acaban con su vida cuando dio a luz. Después del partido, a Williams le informaron que no le permitirían volver a usar este atuendo y el presidente de la Federación Francesa de Tenis, Bernard Giudicelli, le dijo a la revista Tennis: “Creo que a veces hemos ido demasiado lejos. Hay que respetar el juego y el lugar”.

Qué vestir y qué no, si es adecuado o se ajusta a la reglamentación de las diferentes disciplinas, son debates que se tienen que comenzar a dar dentro de las instituciones para poder comprender que en el siglo XXI es siempre una decisión personal.

Poner en jaque estereotipos, masculinidades y más

“Es un orgullo decir que soy gay y campeón olímpico”, dijo el clavadista británico Tom Daley luego de colgarse la medalla de oro en plataforma de 10 metros sincronizado.

“Me siento muy empoderado porque cuando era más chico pensaba que nunca iba a ser nada ni a lograr nada por cómo era. Y ser campeón olímpico ahora sólo demuestra que se puede lograr cualquier cosa”, expresó el atleta, que además es influencer del tejido a crochet y en su cuenta de Instagram subasta sus producciones para donar el dinero a los hogares de tránsito para jóvenes LGBTIQ+ que fueron discriminados y/o echados de sus casas.

La surcoreana An San, de 20 años, ganó tres medallas de oro en Tokio 2020 en individual y por equipos femenino y mixto de tiro con arco. Sin embargo, en lugar de destacar sus logros, en las redes sociales en Corea del Sur recibió comentarios machistas contra su corte de pelo, acusada peyorativamente de “feminista” y llegaron a pedirle que devolviera sus medallas.

Quinn, de Canadá, se convirtió en la primera futbolista abiertamente trans y no binaria en lograr una medalla olímpica, la de oro. Y la atleta neozelandesa transgénero Laurel Hubbard también entró en la historia olímpica: fue la primera deportista en competir en unos Juegos en una categoría de género diferente a aquella que le asignaron al nacer. En 2015, el COI cambió sus reglas habilitando a atletas transgénero a competir como mujeres siempre que sus niveles de testosterona estén dentro de los permitidos.

Los Juegos de Tokio llegaron para visibilizar los cambios sociales y para levantar, a través de sus protagonistas, la bandera contra el sexismo y la libertad de género. ¿Qué nos traerá París en 2024?

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