Eduardo Toniolli elige una fecha fundacional: principios de los noventa, tenía 15 años y estudiaba en el Politécnico. Fue cuando se sumó a la militancia del centro de estudiantes de su escuela secundaria pero admite, ante la pregunta de El Ciudadano, que eligió esa fecha para dar un poco de formalidad a una vocación que se formó desde chico. Quizás porque creció entre militantes exiliados en Brasil y Francia, y fue testigo de sus conversaciones, preocupaciones y afectos. O porque, ya de regreso en la Argentina de los ochenta, fue de marcha en marcha a la par de los organismos de derechos humanos, de los que su madre, abuela y abuelo paternos fueron protagonistas. Quizás porque formó parte de Hijos —su papá fue desaparecido en febrero de 1977, un mes antes de que él naciera— o porque a principios de los 2000 formó parte del armado del Polo Social en Rosario cuando todavía la militancia social y política se practicaban como esferas separadas. De alguna manera, Toniolli siempre supo que su vida estaría atravesada por la política y desde el nacimiento del Movimiento Evita en 2005, o más específicamente desde el discurso que dio Néstor Kirchner el 25 de mayo de 2003, su militancia se volcaría definitivamente hacia el peronismo, la contienda electoral y la disputa de espacios de poder institucionales.
Su primera candidatura a un cargo fue en 2005 para el Concejo de Rosario, pero no logró conseguir una banca. Después pasó por distintas funciones: fue diputado provincial, concejal y, actualmente, es diputado nacional. En 2023 se postula por primera vez como precandidato a gobernador de Santa Fe. En diálogo con El Ciudadano comparte su mirada sobre los problemas actuales del país, cuáles son sus propuestas políticas y la alianza del justicialismo con Ciudad Futura en Rosario.
—En todo este tiempo, ¿cuál te parece que fue la mayor transformación en el modo de hacer política teniendo en cuenta los cambios tecnológicos?
—Donde hay un parteaguas en la historia y política argentina es en diciembre de 2001. El pueblo argentino hizo volar por los aires los pactos, en algunos casos implícitos y en otros explícitos, de gobernabilidad con los sectores del poder real de Argentina, que fueron los ganadores de la última dictadura cívico-militar. Porque hubo rupturas con la recuperación democrática pero también hubo continuidades que tienen que ver con que los intereses de esos sectores siguieron incólumes. Diciembre de 2001 significa una fractura en ese sentido, el pueblo argentino dice “no queremos más esto”, quizás sin saber qué quería demasiado para adelante.
Quien mejor recoge ese legado es Néstor Kirchner, que rompe con la idea de que uno tiene gobernabilidad siendo condescendiente con los poderes fácticos y económicos, para recuperar la idea de que la gobernabilidad es responderles a los que te pusieron en ese lugar a través del voto popular. Reconstruye la autoridad presidencial que estaba muy golpeada en ese momento y cierta idea del movimiento nacional incorporando, a través de distintas políticas públicas, distintas demandas que le fueron acercando los movimientos sociales.
En las prácticas cotidianas y en la forma de hacer política hay cosas que puedo percibir como un retroceso. La idea de lo inmediato que introduce la tecnología, de que importan más las formas que el contenido, llevó a la política a un desfiladero en el que para poder entrar en las casas de los argentinos y argentinas se necesita ser rápido, efímero, divertido e impactar.
La tecnología, que debería ser una herramienta para mejorar la forma de comunicación de quienes tienen algún rol institucional, en realidad es una herramienta a los fines del efectismo y lo espectacular, y obtura cualquier posibilidad de reflexión o de elaboración más profunda tan necesaria en este momento.
—La tecnología, al mismo tiempo, es una de las puertas de entrada a los más jóvenes, ¿existe una distancia entre la política tradicional y estas nuevas generaciones que se incorporan a la vida política?
—La política y lo institucional, en los últimos años, no han podido resolver o mejorar las condiciones de vida cotidiana de nuestros pueblos. Hay una frustración por izquierda y por derecha frente a la política en general. Son etapas. Llegamos a 2001 con una situación similar donde la salida provisoria terminó siendo una recuperación de la política en función de lo colectivo. No está todo escrito. No quiere decir que este escenario tan complejo derive en una reacción antisistema por derecha. Frente a eso la respuesta es conectar de verdad y eso exige más de quince segundos o de un minuto: exige poder percibir eso que corre por abajo.
Cuánto mejor sería la política si puede trasladar a la institucionalidad en contenido, en personas y en protagonismos todo lo que circula por abajo en nuestra sociedad que muestra que no está todo podrido y que es mentira que los pibes están en cualquiera o que en los barrios todo es narcotráfico, por nombrar algunos de esos lugares comunes que se instalan.
—Se habla mucho del crecimiento de un discurso antipolítica; ¿lo ves así? Si es así, ¿qué diferencias hay con lo que pasó en el estallido de 2001?
—Hay un largo ciclo en Argentina desde el Rodrigazo o desde la dictadura hasta hoy, en el cual el Estado perdió algo que era bien característico de acá: su capacidad de planificar la vida cotidiana de los argentinos y de definir un proyecto de país haciendo uso soberano de todos los recursos con los que Argentina contaba. Si para algo sirvió la dictadura es para romper con ese esquema. Aun habiéndonos recuperado post 2001 y con el proceso que se dio entre 2003 y 2015 no se recuperó ese rol de Estado empresario, ordenador y planificador de la vida de los argentinos.
Las crisis son cíclicas. Ese ciclo abierto desde marzo del 76, cuando la dictadura se propuso reprimarizar al país y destruir su industria nacional, hasta ahora muestra que cualquier conquista termina siendo provisoria. Las logradas entre 2003 y 2015, dos o tres decretos de Macri las hicieron pelota y nos llevaron a un retroceso brutal y al endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional.
Hay otro ciclo abierto: el de diciembre de 2001 que muestra que la lucha del pueblo argentino genera que cualquier intento de los sectores de la oligarquía y del poder concentrado por derrotar definitivamente al pueblo y a su expectativa de querer vivir mejor encuentre un límite. En 2017 Macri arrasó en las elecciones intermedias, quiso ir por todo y en diciembre se encontró con un cachetazo donde ganó en el Congreso la reforma previsional pero perdió en la calle y en la opinión pública, y empezó a perder las elecciones de 2019. Es un proceso muy complejo con idas y vueltas.
Por eso, en esa complejidad puede haber también una reacción antipolítica al ver que ni los sectores de privilegio económico ni quienes tienen una perspectiva más nacional o más progresista pueden mejorar las condiciones de vida. Genera una impugnación general. Si no podés mejorar las condiciones de vida de tu pueblo, te van a pasar la factura. La salida siempre es escuchar y entender que esos reclamos son válidos más allá de qué canal eligen para expresarse, porque ahí hay algo muy parecido a la verdad que hay que atender.
—¿Cuál es el principal desafío para la próxima gestión?
—El principal desafío es que a esta Argentina bifronte, que salió de la pandemia con muchos sectores productivos que han recuperado indicadores: la industria, la producción primaria, la industria del conocimiento. Muchos de ellos son sectores ligados al mercado exterior, que tienen la capacidad de generar divisas. Salieron porque hubo un Estado que decidió hacer un salvataje a las pymes pagando la mitad de los salarios. No fue por arte de magia sino porque hubo un proyecto de país o una gestión con una perspectiva productivista que dijo que hay que sostener esto. Por otra parte, hay una Argentina donde tenés trabajadores asalariados por debajo de la línea de pobreza, otros que pueden correr detrás de la inflación ahí nomás y un número importante, que es la mitad de la población económicamente activa, que no tiene salario pero sí tiene ingresos, que vive en la informalidad por fuera de cualquier sistema de seguridad social. Ésa es la Argentina que se tiene que atender con hincapié, sobre todo en los trabajadores, los sectores productivos, las pymes y la economía popular. Hay que intentar poner al Estado en función de esas necesidades y reconstruir cierto horizonte como hizo Néstor Kirchner y el movimiento nacional.
Para nosotros mejorar las condiciones de trabajo, de formalización, de integrar a los trabajadores de la economía popular al mundo de trabajo con derechos es una forma de reconstruir cierta idea de totalidad dentro del movimiento obrero.
Sin organizaciones abajo, sin reconstrucción de cierta idea de movimiento nacional, es muy difícil que esas transformaciones que a veces depositamos en un dirigente o una dirigenta se puedan llevar adelante. No hay transformaciones en las estructuras institucionales ni en la estructura económica sin un potente movimiento por debajo.
Perón era el hombre y sus circunstancias. Más allá de su genialidad individual, nace de un movimiento obrero en ascenso, sobre todo en el conurbano de las grandes ciudades que buscaba quien corone eso. Como decía el Martín Fierro: el gaucho que venga a mandar necesita por abajo ese poderoso movimiento transformador y de deseo de que los argentinos y argentinas vivamos mejor.
—Una cuestión urgente y una preocupación son los precios, sobre todo, en las góndolas. Más allá de las teorizaciones sobre qué puede pasar, ¿existe algo que se pueda hacer en lo concreto y a corto plazo para generar un poco de alivio?
—Hay una vieja discusión en torno a esto. Los acuerdos de precios y de controles son políticas que tienen un impacto a corto plazo. Desde nuestro espacio político entendimos que, a largo plazo, si no apostás a diversificar la oferta y te recluís en los famosos grandes formadores de precios terminás siendo rehén de ellos. Hay muchas cosas que se pueden hacer, incluso desde los gobiernos locales, para generar otros circuitos de producción, distribución, logística y comercialización de alimentos e indumentaria, que es lo que más impactó en la inflación. Hay que reproducir otra lógica paralela en la que vayamos a un esquema donde exista realmente la competencia. Desde la Legislatura provincial, pero también desde el Concejo de Rosario y ahora desde Nación hemos presentado distintas iniciativas en ese sentido. Hay que apoyarse en esa enorme riqueza productiva y laboral que tienen los argentinos en la base y que puede generar las condiciones para otras alternativas de producción, logística, reparto y comercialización.
—Una de las banderas históricas del peronismo es la justicia social. Desde 2019 es oficialismo en nación y provincia. ¿Te parece que el justicialismo sigue defendiendo esta bandera? ¿Representa hoy una defensa de los intereses populares? Si es así, ¿qué medidas dan cuenta de eso?
—Creo que el peronismo está en un momento muy difícil de Argentina, habiendo reingresado al FMI y endeudado brutalmente. Intentamos salir de esa crisis o por lo menos estabilizarla con una pandemia y una guerra de por medio. El peronismo afrontó esa situación con dos decisiones que dan cuenta de una preocupación por los sectores populares. Sin parar las máquinas, es decir, no con una perspectiva de enfriamiento de la economía, sino con las máquinas funcionando y con las chimeneas andando, mal o bien.
Y por el otro lado, haciendo todo lo humana e inhumanamente posible para no devaluar, que es lo que piden los sectores primarios exportadores. Está claro que se devalúa el dinero por la inflación pero ellos piden pulverizar en una sola medida administrativa el salario de los trabajadores y trabajadoras, y los ingresos de los que ni siquiera tienen salario. Eso no se hizo.
Estas dos cuestiones son un reflejo defensivo de los trabajadores y de los sectores populares. Algunos pueden decir que es poco, pero es la base mínima e indispensable para decir que estamos en este barco e intentamos resguardar eso. Por supuesto que para delante creemos que necesitamos mucho más, pero éste es el acto reflejo básico de una gestión peronista frente a esta situación.
—En Rosario se anunció que Ciudad Futura y justicialismo irán a una misma interna; ¿cómo ves esta estrategia?
—Todo lo que hace la comunidad o muchísimas organizaciones de nuestra comunidad, sociales, políticas, estudiantiles, gremiales, en su práctica cotidiana pueda trasladarse a la política. Es la idea. Es decir, que la política sea lo más parecida posible a nuestras prácticas cotidianas en el territorio.
Hoy con Ciudad Futura damos un pasito más en estos grandes acuerdos pero hablamos con un montón de otras organizaciones con las que trabajamos juntos. Por ejemplo, el registro nacional de barrios populares es algo que se terminó convirtiendo en ley pero nació como expresión de los movimientos populares queriendo hacer un registro de la situación en la que miles de barrios de nuestro país están con falta de acceso a los servicios básicos. Ese relevamiento lo hicimos en todo el país con un montón de movimientos sociales, organizaciones comunitarias, iglesias y en Rosario lo hicimos con los compañeros de Ciudad Futura y, sin embargo, nunca nos habíamos encontrado en la pelea electoral. Estos diálogos y puentes son un intento por reconstruir o armar en la política algo similar a lo que cotidianamente hacemos al seno de nuestro pueblo y nuestra comunidad.