El mundo del trabajo está en jaque. Desde la asunción de Javier Gerardo Milei cada trabajador y trabajadora siente en su cuerpo la rara sensación de estar condenado/a al ostracismo como actor político fundante en el marco de una estructura económico-social.
En la historia de la humanidad la disputa entre capital y trabajo es cuasi eterna y en la actualidad adquiere, tal vez, la forma y el contenido más descarnado.
Sin embargo, esa deshumanización tuvo dos momentos fulgurantes: la esclavitud de antaño y el accionar de las dictaduras cívico-militares en la Argentina.
Los puntos de contacto son obvios: impunidad, ausencia total de derechos y muerte.
En los tiempos modernos de “paz” el capitalismo, en tanto formación económica-social, fue acomodando estas marcas con el objetivo último de optimizar la cuota de ganancia. Nada más importa. Obscenamente es lo único que importa.
En sorprendente mixtura, pasado y presente se funden en la expresión más brutal del capitalismo actual en nuestras pampas.
Justo en el año que se cumple el 50° aniversario de la Ley de Contrato de Trabajo las y los trabajadores parecen correr la misma suerte que sus creadores.
Pero, ¿hay algo nuevo?
En el marco de gobiernos de corte “liberales” la persecución de trabajadores ha sido y es una constante, con matices, claro. El ataque incluso a quienes realizan una actividad productiva en términos de absoluta informalidad, también.
Estas marcas estaban presentes en el gobierno de Mauricio Macri.
¿Entonces?
Hay un cuadro curioso: resistencia popular en algunas problemáticas puntuales (jubilados, educación pública, tarifas) y una creciente resistencia atomizada por sector, que en sí misma no define la situación, para un lado o para otro: sólo pinta el cuadro.
Aparece claro que Milei eligió a los trabajadores como enemigos y quiere una sociedad sin Estado. Pero también eligió a las organizaciones sindicales y gremiales como responsables de todos los males.
Por extensión, las organizaciones sociales; justo cuando los sindicatos terminaron de asumir que son trabajadores sin trabajo; también están la mira telescópica del desprecio y la aniquilación.
La economía social, que componen las cooperativas y mutuales, con las políticas públicas planteadas desde el gobierno nacional, pierde su esencia y muta a una consigna para transformarse en un resorte opaco de los grandes negocios multinacionales.
La eliminación de la indemnización por despido, la flexibilización de la jornada laboral, la reducción de aportes patronales y descentralización de la negociación colectiva son pérdidas de derechos laborales que tuvieron un alto costo social.
¿Alguilen supone que esta pérdida de derechos no va a impactar en el entramado social?
Las y los trabajadores que votaron a Milei, que los hubo claro, y muchos, ¿asumirán que estas políticas también destruirán su calidad de vida?
Si bien el ajuste es global, tiene objetivos específicos. Cada trabajador y trabajadora está en la mira de un país para pocos, con la vieja receta de vender los recursos naturales, ayer agroexportador, hoy también, pero además minerales de todo tipo y color; y ¡el agua!
Para estas tareas no hace falta demasiada mano de obra calificada, de ser necesaria se importa. El resto deberá agachar el lomo porque los capangas vigilan.
Suena de fondo la melodía de don Ramón Ayala cantando «El Mensú».