El crimen del Cuatrerito, en la tarde del pasado 7 de junio, terminó por enfocar la lupa sobre la interna de la barra de Newell’s, que desde la caída de Roberto “Pimpi” Caminos a fines de 2008 y su posterior asesinato en marzo de 2010 ha brindado copiosas noticias policiales, muchas veces vinculadas con el tráfico de drogas. El Panadero sufrió un intento de golpe de Estado en pleno Coloso, el famoso episodio de la entangada, y comenzó a declinar en poderío desde su arresto, en agosto de 2013, como instigador del crimen de su antecesor, Pimpi. Conocedores de la barra sostienen que desde ese momento uno de sus vecinos de barrio Alvear, Nelson “Chivo” Saravia, se convirtió en una suerte de administrador de la pesada a las órdenes del Panadero. Pero algo cambió este año.
Este diario publicó el día siguiente al crimen del Cuatrerito una pintura de lo que era hasta ese momento la relación de poder al interior de la barra, en boca de un allegado al paravalanchas: “El Panadero entregó las banderas, a cambio de protección en la cárcel, a dos facciones: una con el Cuatrerito a la cabeza y la otra con el Paraguayo, referenciado en Alexis Caminos, el hijo de Pimpi. Pero enseguida empezaron los problemas y el Cuatrerito fue corriendo de lugar al Chivo, que se recostó sobre el Paraguayo; así que cohabitaban en la tribuna, pero en el sur los del Municipal andan a los tiros con el Parque del Mercado. Hace dos semanas, el Chivo dijo que se iba y empezó a sonar el apodo de un tal Maxi como quien iba a ser el nuevo jefe. El problema es que todavía estaba el Cuatrerito”. Esta sentencia se vincula con una de las hipótesis del caso: alguien no creyó en Maxi cuando afirmó que él también era un blanco aquella tarde en que mataron a Matías Franchetti, justo un día después de la caída en Buenos Aires de alguien que ha gravitado en forma decisiva en el paravalanchas leproso en los últimos años: Ramón Machuca, alias Monchi Cantero.
Desde una página web referenciada en hinchas de Rosario Central alguien se autoadjudicó el crimen de Franchetti. El 9 de mayo pasado, el muro rezaba: “Matías Hernán Cuatrero se hace famoso por tirar tiros desde autos como le dio al Pimpi. Le falto huevo para matarlo y terminamos finandolo nosotros. Quiere agarrar la barra pecho, con hinchas de Boca y River y con pibes de barrio dándole drogas y plata y amenaza a pibes fuera de la movida. Traidor como vos no hay ninguno. Ahora vamos por vos careta. Aguantatela logil”. Y en el atardecer del 7 de junio remataba: “Finado de visitante, por gil robado y por boca floja. El que avisa no traiciona. Chau Cuatrero, que te coman los gusanos”. Lo decía junto a la foto de la víctima tirada ya sin vida, y algunos interpretaron que, efectivamente, detrás del mensaje pudieron estar, tal como se sostiene en ese texto, quienes mataron a Pimpi.
La interna de la barra sumó una decena de episodios violentos el año pasado, incluyendo que un hermano de Saravia fue baleado en una obra en construcción del macrocentro y su primo –quien estaba parado al lado del Chivo– herido de un tiro en un ataque en su zona de influencia, ya en enero de este año: 24 de Septiembre y San Nicolás (barrio Alvear). Una casa ubicada en esa esquina fue rociada a balazos cuatro días antes del último clásico, en abril último, a lo que se sumó semanas atrás un tiroteo sobre un bar ubicado a una cuadra.
Otras tres muertes
También hubo tres homicidios que distintas fuentes vincularon con el mix de droga y paravalanchas: los de Jonatan Rosales, Leonardo Cesáreo y Jonatan Fernández. En la noche del pasado 22 de junio, Rosales iba en moto con su pareja y su beba de ocho meses por Giaccone al 1400, cerca de su casa, en zona sur, cuando desde un auto los encerraron y los hicieron caer en una zanja. Allí lo mataron de seis balazos, mientras que su pareja recibió un tiro en una pierna. Seis meses antes, en la madrugada del 4 de diciembre último, Cesáreo acababa de comer un asado en los parrilleros del club y fue ultimado de seis balazos desde un auto en Presidente Perón y Lagos cuando iba en moto con su novia. Cesáreo, igual que Rosales, era un ladero de Yona Fernández, vinculado con la comercialización de drogas y también con la barra leprosa. Este joven fue asesinado el 1º de abril del año pasado en la puerta de su casa de Giaccone al 1300 de la misma manera: 6 disparos calibre 9 milímetros. Había sido parte de la barra y estuvo procesado por balear a un policía en la previa de un frustrado clásico, en las afueras del Coloso, en enero de 2013.