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Tuvo éxito y dinero, pero hoy corta calles

Por Santiago Baraldi. Roberto Apolinario Godoy, ex boxeador, en un piquete de avenida Circunvalación.

Roberto Apolinario Godoy fue campeón argentino de boxeo en la categoría supergallo, en 1997. Conoció el éxito, los viajes, el dinero y las mujeres. Pero un día se quedó sin nada. “Primero en la calle y después en la villa”, resume Godoy, quien ayer formó parte del piquete que se montó en horas de la mañana en Circunvalación y Avellaneda para resistir el desalojo de los terrenos del predioLa Cariñosa.

Godoy llegó a Rosario de muy pequeño desde su Añatuya natal. Todos en el improvisado barrio que se montó a un costado de Circunvalación lo conocen por el apodo de sus días de boxeador: el Santiagueño. Recorre la zona sur vendiendo escobas o haciendo changas como albañil. No está solo en el piquete para evitar el desalojo de los terrenos donde vive: lo acompañan su mujer y dos hijos. “Como todo boxeador, terminé mal, metido con la droga y el alcohol. Perdí una familia en Buenos Aires, donde dejé dos hijos allí, y ahora hace tres años que no tomo nada”, cuenta mientras a pocos metros arden gomas.

El Santiagueño viajó por el mundo y subió a rings en Francia, Estados Unidos, Italia, Irlanda y Colombia. “Yo no soy mala persona; me equivoqué, nada más. Cuando me instalé en estos terrenos, me dijeron que eran fiscales y entonces di una moto en parte de pago, más o menos de mil pesos. Acá levanté mi rancho”, se disculpa.

Tenía un gimnasio en Cabín 9, donde entrenaba a pibes que soñaban con ser boxeadores. Viajaba a Santa Fe a reunirse con el mítico Amílcar Brusa, ex entrenador de Carlos Monzón, y ahí aprendió las cosas básicas para transmitir sus conocimientos sobre el cuadrilátero. Le quedó como cuenta pendiente pelear, antes de que llegara su retiro definitivo, con el campeón Pablo Chacón. “Cuatro o cinco veces me llamaron para enfrentarlo, y cuando se estaba por cerrar él siempre tenía un problema. Se ve que no quería hacer guantes conmigo. La última vez me ofrecieron 5 mil pesos y yo pedí el doble. No me llamaron más, ésa fue la última vez”, recuerda.

Godoy lamenta haber perdido lo que tenía, sobre todo el gimnasio donde entrenaba a los pibes. “Me gustaba enseñar a los pibes para sacarlos de la calle y que estuvieran ocupados en el deporte, pero tuve recaídas con el alcohol y perdí todo, el gimnasio, los aparatos, las bolsas… me quedé sin nada. Ahora, que estoy bien, no se cómo poder trabajar de esto”, se lamenta Godoy.

Asegura que tiene un sobrino que pelea muy bien. “Tiene unas condiciones bárbaras y me dice: «tío, yo quiero ser como vos». Pero yo le digo: para ser como yo te tenés que cuidar y por ahí lo veo que toma y así no va. Yo he sacado chicos muy buenos”, agrega orgulloso.

Godoy tiene 45 años y quiere ser útil. Pero no sabe cómo: “Porque lo tuve todo y la droga y el alcohol me vaciaron los bolsillos”.

En sus tiempos de gloria se casó en Buenos Aires “por civil y por iglesia, con todo”, pero los vicios minaron su futuro. “Mi mujer puso un abogado y me sacó todo, con razón. Incluso no puedo ver a mis hijos de allá sin autorización. Yo iba borracho a golpearle la puerta, hice muchos desastres. En Buenos Aires quedaron mis fotos, mis trofeos, mi cinturón de campeón argentino, allá quedó mi pasado. Cuando vine a Rosario hice una familia nueva y luché para salir; ahora yo le hablo a los más pibes y les cuento mi experiencia, donde tuve de todo y hoy estoy en un rancho y es un destino que no quiere nadie”, explica.

Godoy tiene un historial de más de 200 peleas entre amateur y profesional. Hoy recorre la zona sur en una Renoleta modelo 74 destartalada, que usa para vender escobas y con sus herramientas listas por si se presenta una changa de albañil.

Lo representó Osvaldo Rivero, el más importante empresario del mundo boxístico del país, y hasta fue sparring del campeón del mundo Carlos Salazar, con quien viajó por todo el mundo: “Era muy estilista, yo peleaba de zurda o de derecha, por eso me llevaban”. Con orgullo señala que se retiró como campeón argentino y el único afiche que le quedó lo tiene en la pieza de su pequeño hijo Jeremías: “Él mira la foto y copia la postura con las manos, tiene casi dos años, que es el tiempo que llevo sin tomar porquerías. Él se merece un futuro mejor, ésa es mi pelea ahora”.

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