Benja tiene un año y medio. Ve la foto de su papá en un afiche y estira los brazos. Apenas alcanza la imagen la aprieta con las manos y le da un beso en la mejilla. Besa la cartulina donde se ve a un adolescente que sonríe. No sabe leer las letras en rojo debajo del rostro de su padre: “Justicia por Alan Gómez”. El niño corretea por las casa de sus abuelos que ven la escena y se emocionan. Dicen que Alan no tenía problemas con nadie y no entienden por qué le dispararon. Tenía 19 años y falleció el domingo 22 de abril luego de agonizar tres semanas. Sus restos fueron inhumados la tarde del viernes 27 en el cementerio de Ibarlucea.
Verónica tiene 42 años y su esposo, Claudio, 45. Ambos reciben a El Ciudadano en su casa de barrio La Esperanza, de zona norte, la misma que empezaron a construir hace tres décadas, cuando eran novios. Allí nació Alan, el único varón, y luego Lara, de 17 y Naiara, de 4. La familia creció al compás de la comparsa Ebacoi que fundó hace 15 años Rosa, la mamá de Verónica. Alan era batuquero.
El último sábado de marzo salió a bailar. Y nunca volvió. Su mamá notó que no había vuelto a dormir a las 8.30 del domingo y lo empezó a llamar, preocupada. Nadie le respondía. Un rato después le avisaron que le habían disparado y que estaba internado en el Heca. Verónica y Claudio llegaron volando al hospital donde encontraron el consuelo de los policías. Les dijeron que su hijo estaba fuera de peligro y les hicieron preguntas.
“Me hicieron firmar unos papeles porque ya estaba en cirugía. A los cinco minutos se acerca el policía del destacamento y me dice que me quede tranquilo que Alan estaba fuera de peligro. A la media hora aparece la Policía de Investigaciones (PDI) y me dice lo mismo, pero me pregunta si mi hijo andaba en algo raro. Y les dije la verdad: que mi hijo trabajaba conmigo en Cristalería, que se levantaba todos los días a las cinco de la mañana hasta las cuatro de la tarde que salía. Que vivía con nosotros, que tenía un hijo de un año y medio, que era un padre presente y responsable, que era un pibe sano y que no teníamos idea lo que le había pasado. Una hora y media después salió una cirujana y nos dijo que nuestro hijo estaba en estado crítico”, cuenta Claudio.
Alan agonizó tres semanas y fue sometido a cinco cirugías a causa de un balazo que le entró por la zona lumbar y le quedó alojado en el cuerpo. Nunca salió de terapia y estuvo los primeros 16 días conectado a un respirador. Durante ese tiempo, sus padres se instalaron a vivir en el hospital para no dejarlo solo: “Nunca habló, siempre estuvo inconsciente. Pero a veces le hablábamos y nos seguía con la vista o nos apretaba la mano”, recuerdan. Murió la madrugada del domingo 22 de abril.
“Mi hijo no era uno más del montón. No andaba en cosa raras. Era un chico sano, jamás anduvo en nada malo. Pueden preguntar en el barrio. Nunca tuvo problemas con nadie. Jamás. Él hizo siempre una vida normal, trabajaba, jugaba al futbol, estaba en la batucada, era educado, no se drogaba”, dice Verónica que no encuentra consuelo. A su lado, la tía de Alan agrega: “Era muy querido por todos. Tenía esa alegría, ese buen humor. Nunca le iba a faltar el respeto a nadie. Era bien hablado, educado, siempre sonriente. Por eso tenemos tanta tristeza. Y no queremos venganza por mano propia, queremos que la Justicia actúe para que no sigan matando chicos”.
Verónica continúa: “Quiero que los chicos que lo mataron paguen lo que hicieron. Que condenen al chico que conducía la moto y al chico que disparó. Que paguen lo que hicieron con mi hijo. Para que otra madre no sufra el dolor que estoy sufriendo. Me destruyeron todo. Toda mi familia está destruida. Me mataron en vida. Ustedes ven acá el cuerpo mío pero yo por adentro estoy muerta, como mi hijo”.
“¿Dónde está Dios?”, se pregunta la mamá de Alan en voz alta y con enojo. “Cuando mi hijo estaba internado yo le decía a mi esposo que se quede tranquilo, que Dios lo iba a sacar adelante. Le pedía que como sea me lo deje en esta tierra. Pero Dios nos falló. A mí, a mi esposo, nos falló a todos acá. No sé, a lo mejor me va a hacer ver que existe haciendo justicia por mi hijo. Yo quiero ver a los chicos que lo mataron presos”.
La familia de Alan prefiere no hablar de los responsables de su muerte. Aclaran que el fiscal que investiga el homicidio, Ademar Bianchini, tiene los datos necesarios para esclarecer el crimen y que por eso prefieren esperar que avance la causa para no obstaculizar la pesquisa. Con ese cuidado cuentan que a Alan le dispararon por un altercado que tuvo un conocido suyo en el after La Previa, de zona sudoeste. Según contaron, cuando salió del bailable fue a buscar su moto que había dejado cerca del domicilio del conocido suyo, en Biedma y Barra, cuando pasaron dos pibes en moto y les dispararon. Un plomo le impactó a Alan y otro le dio en una pierna a un menor, que ya recibió el alta médica.
“Todavía no pudimos sepultarlo por las lluvias. Pero apenas nos podamos despedir vamos a organizar marchas para pedir Justicia”, dijeron los padres del adolescente días antes de su entierro que tuvo lugar el viernes pasado en el cementerio de Ibarlucea.
Además de tocar los tambores en la comparsa Ebacoi, con la que todos los años viajaba al encuentro de batucadas de Gualeguay con los chicos del barrio, Alan jugaba al fútbol. Hasta los 15 fue delantero de Central, aunque vestía la camiseta de River, que solía ir a ver a Buenos Aires con su papá. Hacía tres meses que había entrado a trabajar a Cristalería y se las arreglaba para terminar la secundaria en una Eempa (Escuela de Enseñanza Media para Adultos), y hacerse un rato para estar con su novia. “Era medio vagoneta para estudiar”, reconoce su papá. Pero enseguida, lo interrumpe su esposa: “Desde chiquito nos reíamos porque siempre le daban el diploma de mejor compañero. Nunca el de abanderado”.
Lara, su hermana de 17, dice que desde que murió Alan, sus amigos se acercan para devolverle cosas. “Era tan bueno que a veces salía a bailar y se sacaba lo puesto para dárselo a los amigos. Me trajeron varias remeras y buzos, ropa nueva que mi papá le compraba”.
En la comparsa «arrancó a los ocho años. La fundó mi suegra y nosotros acompañamos siempre. Toda una familia de músicos. Hicimos un trabajo social muy grande en el barrio. Hemos llevado un colectivo con 60 chicos a Gualeguaychú y todos los años vamos al encuentro de batucadas de Gualeguay”, cuenta Claudio que trata de entender la cantidad de gente que fue al sepelio de su hijo.
“Ese domingo llovía mucho. Y cuando llegamos no podíamos entrar a la sala velatoria de la cantidad de gente que había. Estuvieron toda la noche y todo el día. Lo mismo pasó en el cementerio, fue una caravana de más de 50 autos. Ahora estamos esperando inhumar los restos”, cuenta su papá antes de la ceremonia del viernes pasado.
Y recuerda las palabras de su hija Naiara, de 4 años, le dijo una noche: “«tenemos que ir a buscar al Alan, porque es de noche, está lloviendo y si lo dejamos en esa caja no sabemos si va a respirar». Ella no entiende. Y nosotros tampoco. A mí me toca ser un poco más duro, porque tengo dos hijas más. Por ellas tenemos que estar fuerte y salir adelante. Aunque sabemos que el dolor nuestro no se va a ir hasta el día que nos vallamos de este mundo. Y creo que con el tiempo va a ser cada vez más doloroso, porque todavía no nos damos cuenta que Alan no está de verdad”.