Ruben Adalberto Pron
Especial para El Ciudadano
Carlos Moyano –“Carlitos”, para quienes compartieron con él la infancia en ese sector difuso identificado con “La Vigil” en el borde noroeste de Tablada– estaba internado en el recién estrenado otoño de 2021 cuando se aproximaba un nuevo aniversario del golpe de Estado que instaló la última dictadura cívico-militar del siglo XX e instituyó el terrorismo de Estado con que se sembró la muerte, la desaparición y el miedo necesarios para amordazar al pueblo y crear las condiciones adecuadas para concentrar la economía, entregar resortes básicos de la soberanía y, de paso, como triste diezmo del botín a la vista, premiar con la rapiña de los bienes de las víctimas y la satisfacción de sus más sádicos instintos a la mano de obra de esa política.
En su cama de hospital, con el Día de la Memoria, por la Verdad y la Justicia en la agenda y un cáncer terminal que estaba carcomiéndole sus últimas energías, Carlitos deseaba “hacer algo” por su hermano Héctor Enrique, “Quico”, acribillado en 1976 en el pasillo que daba acceso a la casa familiar de Garay al 300, a la que había llegado desde su refugio en la clandestinidad para estar un momento con su madre.
Quico, como Carlitos, militaba en la Juventud Guevarista, uno de los tantos objetivos del genocidio que se estaba llevando a una parte importante de la generación que buscaba, por diversos caminos, establecer condiciones sociales más justas y equilibradas en un país y un mundo en convulsión tras la efímera tranquilidad que había seguido a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial.
“Quisiera hacer algo por mi hermano”, le dijo Carlos Moyano a Mabel Temporelli por teléfono, luego de recibir en su celular un mensaje que le hacía saber del acto que se preparaba para el 24 de marzo en la plaza Eva Perón, de Ayacucho y Ayolas, donde se plantarían árboles en recuerdo de las víctimas de la dictadura.
El acto era organizado por Mabel y su hermana Berta, junto a los familiares de algunos de los muertos y desaparecidos de Tablada en esa etapa funesta de la historia argentina, adhiriendo al programa “Plantemos Memoria” impulsado por los organismos de derechos humanos para honrar la memoria de los treinta mil que, desde aquella época, faltan en la Argentina.
Quico Moyano tenía 17 años cuando el departamento de pasillo de su familia, donde se encontraba de visita, fue asaltado por agentes de la represión el 29 de octubre de 1976.
Tal vez el lugar estaba vigilado, tal vez alguna delación, quizás la pura casualidad derivaron en un operativo que rodeó la manzana y asaltó el departamento desde las calles linderas. El autor de esta nota, que estaba cavando los cimientos para construir su casa en un lote interno desde donde se podía ver la calle Ayacucho, fue testigo involuntario del despliegue de los hombres armados que, escalando tapiales y corriendo por las terrazas, estrecharon el cerco fatal sobre la casa de los Moyano, al tiempo que amenazaban a los vecinos sobresaltados vociferando “¡Métanse adentro!, ¡métanse adentro!”.
Cuando Quico quiso huir ya era tarde. Lo acribillaron en el pasillo mientras intentaba, sin éxito, zafar de la emboscada.
Raíces de memoria
El miércoles 24 de marzo amenazaba lluvia sobre Rosario, y en la plaza Eva Perón un chaparrón empapó a los que llegaban para el acto. Para sorpresa de quienes conocían su situación de salud y no lo esperaban, también llegó Carlos Moyano, “el Flaco”, bandoneonista, integrante de recordados conjuntos de música ciudadana de Rosario y docente de la Escuela de Música de la Universidad Nacional de Rosario.
Con barbijo, una gorrita, un abrigo con capucha y con los signos visibles de su padecimiento, participó en la colocación de uno de los árboles que recuerdan a Juan Domingo Salomón, José Ángel Alba, Jorge Luis Francesio, Héctor Enrique Moyano y otras víctimas del terrorismo de Estado del barrio Tablada.
En el tronco panzón de un palo borracho cercano, un collage sobre papel afiche que lo rodeaba mostraba fotos y contaba las historias de los que eran recordados. Las organizadoras del acto pintaron en el sendero interno de la plaza, frente a los árboles recién colocados, la imagen distintiva de la campaña “Plantemos Memoria” y poco a poco los asistentes se desconcentraron.
También Carlitos Moyano, que volvió a su cama de hospital.
Allí murió, al día siguiente.
Colegas y amigos suyos volvieron el domingo a la plaza Eva Perón y allí, frente a los árboles que Carlitos había ayudado a plantar, desenfundaron un fuelle, alguien cantó un tango y alguna pareja lo bailó para evocarlo.
Carlitos, que en su último día de vida había podido cumplir con la memoria de su hermano, también había dejado su propia huella en esta tierra.