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Un “ciudadano” en Pakistán

Por Paulo Menotti.- Hace diez años, EE.UU. comenzaba la invasión a Afganistán acusada de cobijar a Al Qaeda. El periodista Germán de los Santos, enviado especial a Islamabad, donde preparaba el ataque, recuerda la experiencia.

Hace una década un espectacular atentado conmovía el mundo y en especial al país que lo había sufrido, Estados Unidos. Esa nación había llegado a ser la única potencia hegemónica mundial luego de la estrepitosa caída de la Unión Soviética casi diez años atrás y, ese hecho, el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York, volvió a cambiar la geopolítica mundial. Antes de que pase un mes y cuando todavía los bomberos trabajaban sobre las ruinas humeantes de las torres, el entonces presidente norteamericano, George W. Bush, decidió invadir Afganistán porque consideró que sus gobernantes, los talibanes –sus viejos aliados–, habían apoyado a quienes pergeñaron las acciones de fuego y sangre contra los estadounidenses: la red Al Qaeda. Otro país asiático sirvió de apoyo a las fuerzas militares norteamericanas, Pakistán, desde donde se planeó la carrera conquistadora. Hacia la capital paquistaní, Islamabad, fue Germán de los Santos, entonces periodista del diario El Ciudadano y enviado especial a la zona de conflicto como reportero de guerra. A diez años de su experiencia de trabajo, rememoró algunos entretelones de la labor periodística en el teatro del enfrentamiento armado y reflexionó acerca de una ocupación militar que aún no vislumbra su final.

—¿Qué balance hacés de tu experiencia como corresponsal de guerra, a diez años de haber estado en la zona?

—Fue una experiencia única, con las dificultades y limitaciones que uno tiene a la hora de embarcarse en una aventura de esa naturaleza. Todo lo que uno había leído y la información con la que contaba no sirvieron de mucho en el terreno, que era muy complejo. Yo no tenía ninguna experiencia de trabajo en ese tipo de situaciones y lugares. Más allá del contexto político y social en ese escenario, el objetivo fue tratar de escribir crónicas desde un lugar que ningún rosarino y santafesino ni siquiera imagina. Y a través de esas pequeñas historias y relatos el lector pudo acercarse a un tema tan complejo y diverso como es la guerra en ese extremo de Asia. La idea fue darle una mirada más humana a esa información dura que llegaba de las agencias de noticias.

—Sobre la cultura y la sociedad musulmanas y sobre pakistaníes, afganos y talibanes, ¿qué podés rescatar?, ¿te cambió la percepción sobre ellos haber vivido allí? ¿Cómo vivieron ellos la invasión norteamericana a Afganistán?

—Mi percepción de ese mundo es totalmente diferente. Cada región es distinta, y carga con componentes políticos y sociales que no se encuadran en el mapa global que se demarca cuando hay una invasión o una guerra. La región del Hindu Kush, la cordillera que separa a Pakistán de Afganistán, donde gobiernan sectores tribales desde hace 5 mil años, no tiene nada que ver con lo que ocurre en Islamabad o Rawalpindi, donde los partidos religiosos ligados a los talibanes proponen la sharia. Ni tampoco lo que ocurre de espaldas a ese conflicto, en Cachemira, donde desde hace décadas hay dos ejércitos como el indio y el paquistaní, integrados cada uno por un millón de soldados, que siempre están a punto de destruirse. Los separa un río más estrecho que el Carcarañá, pero tienen ocho bombas atómicas. Por eso, pienso que no está bien mirar sólo esa macro guerra, que existe y es real, como la de Afganistán, sin observar el panorama histórico y político de conflictos más pequeños pero igual de determinantes que hay en esa región. Y en todo ese entramado no hay lugar para los mitos de occidente, como la creación de la figura de Osama Bin Laden, a quien casi nadie conocía y Estados Unidos logró popularizar al adjudicarle los atentados del 11 de septiembre.

—¿Te parece que los talibanes pueden volver al poder tras una retirada de la Otán?

—No tengo idea si los talibanes pueden retornar al poder. Lo que sí creo es que no va a haber estabilidad política en esa región por mucho tiempo. El aporte económico de Estados Unidos a Pakistán y Afganistán hasta antes de la crisis internacional ha sido muy importante, pero sólo sirvió para reforzar la seguridad de esas naciones en la supuesta lucha contra el terrorismo. Pero a nivel social y económico son países en los que la esperanza de vida no sobrepasa los 40 años en un hombre, con indicadores de pobreza e indigencia que están por debajo del continente africano.

—¿Pensás que la “primavera árabe” es fruto de la invasión y ocupación occidental en Afganistán e Irak?

—No creo que la denominada primavera árabe sea una consecuencia de estas ocupaciones. El mundo árabe no mira hacia esas regiones, sobre todo a Afganistán, porque no los une mucho, en muchos casos ni siquiera la inclinación islámica que tienen. Los conflictos en el mundo árabe están, según creo, determinados por el desgaste político que han tenido dirigentes y dictadores que desde hace décadas han gobernado en Libia, Egipto y Túnez.

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