Por Sergio Molina García (*)
China se ha convertido en la última década en uno de los países que más inversiones realiza en el extranjero. En la Unión Europea, el gigante asiático ha pasado de controlar el 2,5% de las empresas no comunitarias en 2007 a dominar el 9,5% de las mismas en 2016. Eso ha supuesto que, desde 2008, las empresas chinas han empleado 162.000 millones de dólares para establecerse en Europa. Reino Unido ha sido el país más demandado por los inversores chinos. En la ultima década han adquirido grandes edificios de Londres hasta el punto de controlar un parte importante de la zona financiera de la capital británica. Ante esta situación, en marzo de 2019, la Comisión Europea cambió la estrategia diplomática con China y pasó a considerar a este país como un “rival sistémico” y a acusarlo de competencia desleal.
La entrada de capital chino en América del Sur también ha sido relevante en los últimos años. Este país se ha convertido en el principal inversor de infraestructuras como carreteras, hidroeléctricas y tendidos eléctricos. En Brasil, por ejemplo, han adquirido la totalidad de la hidroeléctrica Atiaia Energia. Al mismo tiempo, también están comprando grandes extensiones de terreno en Argentina, Venezuela o Brasil para exportar sus producciones cerealistas a su país. Esto último es un intento de solucionar uno de los grandes problemas de China. A pesar de las grandes dimensiones geográficas, una parte importante de ellas no son tierras fértiles para el desarrollo de la agricultura, lo que les obliga a importar grandes cantidades de alimentos.
África, que fue colonizada por las potencias europeas en el siglo XIX, actualmente se encuentra bajo la influencia del país asiático. China ha ofrecido préstamos e inversiones a gran parte de los países de este continente a cambio de la explotación de sus recursos naturales. En Senegal están financiando el desarrollo de la agricultura y en Angola y Etiopía el ferrocarril. Además, han aumentado la venta de armas a los países africanos en un 55% desde 2013. En julio de 2018, Xi Jimping, presidente chino, realizó un tour por África para mostrar la importancia de este continente para su país. Junto a todos estos intereses económicos, también han promocionado el proyecto de Nuevas Rutas de la Seda con el objetivo de unir China, África y Europa tanto por vía marítima como terrestre para facilitar las exportaciones chinas a esos continentes.
El incremento de las inversiones y transacciones económicas de la potencia asiática con el resto del mundo es sólo una muestra del aumento de poder internacional de este país. Existen otras pruebas que remarcan de la misma manera el dominio chino. En los últimos años han conseguido controlar algunos de los organismos internacionales sectoriales más importantes. Li Yong, ex viceministro de finanzas, es el presidente de la Organización de las naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (Unido) y Qu Dongyu, ex viceministro de agricultura, es el nuevo presidente de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). El control de la FAO se ha hecho efectivo en los primeros días del mes de agosto y ha supuesto una nueva victoria de China frente a Europa por dos motivos. Primero, porque Qu Dongyu venció a Catherine Geslain-Lanéelle, la candidata propuesta por la UE, y segundo, porque la presidencia de esta institución otorga a China el control de la agricultura, de sus acuerdos comerciales y de sus métodos de producción.
Aunque Europa y EE.UU. no siempre lo reconozcan, las dinámicas comerciales están cambiando. Las relaciones internacionales ya no dependen únicamente de esos países, sino que terceros estados como China se han convertido en pilares fundamentales de las transacciones económicas. La solución propuesta por la Comisión Europea y por el gobierno norteamericano ha sido aumentar el proteccionismo para frenar el crecimiento chino. Sin embargo, los últimos acontecimientos han demostrado que esas políticas han fracasado. China continúa aumentando sus dominios en América del Sur y en África y, al mismo tiempo, el intento de vetar a Huawei y la ruptura del pacto comercial EE.UU.-China tampoco han frenado el crecimiento chino. Aun así, hasta el momento, ningún estado occidental ha tratado de considerar a China como un socio en lugar de como un enemigo, ¿cambiar la postura con respecto a este país puede ser una posible solución?
(*) Seminario de Estudios del Franquismo y la Transición/ Universidad de Castilla-La Mancha