Con una mano en el corazón, ¿quién imaginó que en su vida se colaría una pandemia?
No hubo advertencias en grandes portadas, portales o pantallas, salvo las de los crónicos pronosticadores de apocalipsis con sus cuentos del lobo. No vieron venir la globalización de un virus ni los promotores de la panacea globalizadora, que prometen beneficios diferidos a quienes hoy ocupan sus casilleros perdedores. Tampoco pudieron esgrimir manuales a la carta los hacedores de recetas económicas, políticas y sociales. Sí que hubo otras pandemias, pero ninguna en la modernidad, y ni la inteligencia artificial pudo modelar con esos precedentes un probable escenario contemporáneo sobre el que trazar mínimas hojas de ruta.
En medio de ese desconcierto generalizado, el viejo juego del poder siguió con sus certezas y los mismos resultados. Muchos siguen perdiendo. Pocos, los de siempre, ganan más de lo que imaginaron. Plataformas de comunicación y de transacciones online incrementaron exponencialmente sus valores al compás de los confinamientos iniciales. Los grandes laboratorios farmacéuticos también, por la urgente necesidad de vacunas que fueron financiadas, en gran medida, por dineros públicos. Sigue la lista, es extensa, bursátil, especulativa.
El optimista “de esta salimos mejores” y la fantasía de un mundo más solidario, aunque sea por espanto al trillado enemigo invisible en lugar del amor a la especie, se estrellaron contra un paisaje inmune en sus rasgos de inequidad e injusticia. El fracaso del mecanismo Covax de distribución de vacunas es una muestra. Tarde, la metáfora ingenua fue corregida: no estamos todos en el mismo barco, sino en la misma tormenta. Unos en crucero, otros en chinchorros que hacen agua.
La ciencia y la tecnología, la construcción de conocimiento y herramientas en definitiva, emergieron para afrontar una crisis sin precedentes por su extensión geográfica y temporal. Lo hicieron con lo construido hasta el momento en la columna del haber. La del debe balanceó con la imposición de aplicar esa herencia a ensayo y error mientras se continuaba aprendiendo del virus y los comportamientos sociales que, desatendidos en los primeros momentos, dieron por tierra una y otra vez con los ensayos gubernamentales de gestión sanitaria de la pandemia.
Los grandes medios y sus delirios al servicio de sus intereses políticos y económicos
Hay un virus que se globalizó en un mundo interconectado como nunca antes en la historia. Y sin embargo, ese adulado flujo de informaciones híper desarrollado no estuvo a la altura de las circunstancias. Una parte, al menos, y dicho esto con el diario del lunes: la de los llamados medios de comunicación masiva, con sus obvias excepciones.
Otra vez, portales, portadas y pantallas mostraron la superficie distorsionada de un problema espeso. Penetradas de nuevo por discursos delirantes, sin la mediación crítica que declaman como su razón. Por negligencia, omisión o voluntad, volvió el rechazo a las vacunas contra toda evidencia histórica. Y el cliché conspiranoico de un control de masas a través de chips implantados con jeringas. Para qué, si ese poder de dominio ya fue entregado, voluntariamente, a las plataformas informáticas que acumulan y procesan información de gustos, movimientos, ubicaciones y subjetividades sin que se hayan alzado parecidas advertencias.
La pandemia como herramienta para un nuevo orden mundial fue otro de los ítems colados en las agendas públicas. ¿Cuántos cronistas les preguntaron a esos personajes pintorescos, que vociferaban en marchas y actos, si suponían que el orden actual amenazado por poderosos en las sombras era el de los caídos del mapa de su tierra plana?
¿Falta de enfoque, ingenuidad? No parece caber esa crítica a las grandes corporaciones de medios, que aprovecharon para poner los delirios al servicio de sus intereses políticos y económicos. Difícil atribuir a un error una presentadora que aconseja, oronda, tomar cloro. Ni el espacio cedido a una dirigente política con pocos votos y mucho aire que denuncia envenenamiento masivo por una vacuna.
El escenario incómodo de la incertidumbre
Las fake news, nuevo nombre de potenciada vieja argucia desinformativa, es cierto que proliferaron en redes sociales y mensajerías, pero fueron ampliamente reproducidas por los medios tradicionales de comunicación. Y no fue en ellos donde se desplegaron las réplicas con rigor científico o una mínima cuota de racionalidad.
El escenario incómodo de todo lo anterior es la incertidumbre. Nadie se siente bien con ella, pero no se conjura con certezas ya expuestas en su soberbia y volatilidad. Ni siquiera el ecosistema científico las tiene como sustento. Habrá que tomar nota, y eso vale para los medios de comunicación.
La oportunidad quizás esté, si hay aprendizaje. En particular, para los medios ajenos al sistema de grandes corporaciones. Hubo creatividad para acomodarse a nuevas formas de producción, remotas, aprovechando una tecnología costosa pero hoy menos inaccesible. Para apechugar dificultades económicas, para intentar reflejar lo ninguneado. Búsqueda de lo que faltaba en los grandes titulares hegemónicos, oído para los que no encontraban micrófonos, cámaras ni textos que contaran lo que estaban pasando, lo que sentían, lo que no se tuvo en cuenta y se hizo notar por otros canales. Fue una gota en el mar y el desafío, si como Misión Imposible se desea asumir, es avanzar en ese agujero de representatividad del ecosistema informativo que la crisis dejó expuesto.