Son narcos. Venían de un casamiento narco. Tocaban los cumbieros que van a esas fiestas. Era una fiesta mona. Todos autos caros. Es un crimen mafioso. Todos estos argumentos se parecen a los que se esgrimen para justificar al menos los dos centenares de muertes que tienen como escenario a Rosario y una supuesta guerra entre los patrones del narcomenudeo. La muerte se naturaliza como si fuera de otros, como si no tuviese que ver con nada. Una muerte lejana que se consume como serie, pero está cerca a pocas cuadras. El bien más preciado es la vida y naturalizar que desaparezca en cualquier circunstancia nos lleva a transformarnos en una sociedad anestesiada e indiferente que busca justificarla bajo cualquier circunstancia. Una familia muerta a balazos no tienen ninguna justificativo, ni el crimen mafioso, ni el “a ese lo estaban buscando”. Pero además hay una bala en la cabeza de un bebe. Sí, una bala que se llevó puesta la vida de Elena, una nena de un año. Cómo se justifica esta muerte. En qué andaba una bebé. Que vinculación tenía con una banda. Nos sensibilizamos, juntamos plata por un niño que necesita ayuda para su salud, nos conmovemos con quien necesita un trasplante, incluso algunos llegan a angustiarse por la infancia descalza. Pero un balazo en la cabeza de un bebe no conmueve. Se mezcla con el crimen mafioso, con el por algo será, algo habrán hecho. Hoy volvieron a matar a un bebé, no es el primero. Y no pasa nada.