El clima no acompañó aquel viernes 12 de mayo, el frío y la lluvia hacían más dura la espera frente a los Tribunales federales de Rosario donde, una hora más tarde de lo pactado, finalmente se leyó la sentencia en la llamada causa Guerrieri III, que juzgó los delitos cometidos por el terrorismo de Estado contra 47 víctimas que transitaron por los distintos centros clandestinos que formaron parte del circuito represivo que estuvo bajo el mando del Destacamento de Inteligencia 121 de la ciudad.
Las diez condenas a cadena perpetua dictadas por los jueces a los diez represores que estaban en el banquillo se sintieron como una suerte reivindicación de la Justicia en un momento donde su accionar ha sido fuertemente cuestionado por la sociedad en su conjunto, a través de las multitudinarias concentraciones que se realizaron en todo el país contra el fallo anticonstitucional y antidemocrático de la Corte Suprema que otorgó el 2×1 a un genocida.
En general, el cierre de un largo y doloroso proceso judicial como este implica siempre sentimientos contradictorios para todos nosotros. Por un lado, alegría, orgullo y satisfacción por haber concretado un paso más en la larga lucha por verdad, memoria y justicia y, por el otro, mucha emoción, tristeza y nostalgia por las compañeras y compañeros que ya no están, tanto por las y los militantes que hoy permanecen desaparecidos como por las compañeras y los compañeros que hicieron posible que estos juicios se concreten.
Sin embargo, en este caso, las sensaciones son aún más encontradas, no sólo por lo que significó la decisión del máximo tribunal de intentar desandar todo lo que se había logrado en estas últimas décadas al aplicar una ley ya derogada que abre la puerta a la impunidad, sino también por la dura ofensiva contra el movimiento de derechos humanos que se viene llevando adelante desde el gobierno nacional, acompañada por la Iglesia católica con su propuesta de reconciliación, y que agita los peores fantasmas del pasado.
Otra vez nos perturban el temor y la aversión ante la posibilidad de caminar por la calle junto a los asesinos, violadores, apropiadores, secuestradores y torturadores de nuestros seres queridos. La imagen en sepia de Amelong, Pagano, Guerrieri y hasta Galtieri liberados y sonriendo con sorna nos persigue en una pesadilla tanta veces repetidas.
Pero a pesar de todo, en muy poco tiempo el pueblo argentino dio muestras de que no está dispuesto a retroceder a ese pasado nefasto y a perder las conquistas que logró en democracia. La indignación y la rabia inicial ante la medida de los cortesanos fueron rápidamente transformadas en rechazo y movilización. Como siempre, abrazados y hermanados por la misma causa logramos torcer el destino y tuvieron que volver sobre sus pasos. Aún queda mucho por hacer, si algo nos enseñaron las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo es que la defensa de los derechos humanos nos concierne a todas y todos y que la única lucha que se pierde es la que se abandona.
Alicia Gutiérrez, diputada provincial partido SI (Solidaridad e Igualdad) | Presidenta Red de Mujeres Parlamentarias de las Américas y el Caribe.