“¿Cómo podemos conocer los límites si no tratamos de sobrepasarlos?”. La cita es de Gilles Villeneuve, el inolvidable piloto canadiense de Fórmula Uno de cuya trágica muerte, en la última tanda de clasificación en el circuito de Zolder para el Gran Premio de Bélgica de 1982, se cumplen hoy 29 años.
“Siempre para adelante, sin importar el estado del auto o de la pista”, era el lema de aquel singular corredor, de talla diminuta pero coraje colosal que conducía siempre al límite y no temía a la muerte.
Una vez le preguntaron cómo imaginaba él la carrera perfecta y respondió: “En clasificación logro la pole en el último minuto, tengo un problema en la largada, remonto desde la última posición y me pongo primero en la última curva”.
“Si todo parece bajo control, es que no vas suficientemente rápido”, repetía, para no dejar dudas de su modo de vivir el automovilismo. Y solía bromear: “Denme un auto a pedales, o un misil o algo que se mueva, y yo lo llevaré al límite”.
En la F1 su luz brilló de una forma muy intensa, pero por causas del destino, muy breve: menos de cinco años, entre la primavera de 1977 y el otoño de 1982.
Joseph Gilles Henri Villeneuve había nacido en la ciudad canadiense de Berthierville, provincia de Quebec, el miércoles 18 de enero de 1950. Desde pequeño practicó los deportes de nieve. Y descubrió en las motos de nieve su pasión por la velocidad.
Debutó a los 17 años y pronto logró el campeonato de Quebec. Cuando no había nieve se dedicaba a correr en autos: comenzó en 1971 con escaso éxito en algunas pruebas de velocidad, con un Ford Mustang que él mismo preparaba. Dos años después debutó en la Fórmula Ford, con un Magnum: corrió 10 carreras, logrando 7 victorias y el campeonato de Quebec. En 1974 pasó a la Fórmula Atlantic, con un March y en 1976 tuvo sus mayores éxitos: nueve carreras ganadas sobre diez, el título canadiense y el título estadounidense.
El británico James Hunt lo descubrió aquel año, de un modo impensable para un corredor actual de F1. Hunt, primer piloto de McLaren, peleaba el campeonato mundial de 1976 –que ganaría en la última carrera por un punto de ventaja sobre el austriaco Niki Lauda–, cuando se inscribió en una prueba de la fórmula Atlantic en el circuito canadiense de Trois Rivières. Hoy sería impensable que un piloto a punto de ser campeón de F1, lo arriesgara todo por pilotar un March de Fórmula Atlantic. Pero Hunt amaba el reto de las carreras, casi tanto como su vida de playboy. Y gracias a ello descubrió a ese loco de las pistas.
Cuando Hunt volvió a Europa, llamó inmediatamente a Teddy Mayer, responsable de McLaren. “¿Teddy? Tienes que darle una oportunidad a este Villeneuve, ¡es extraordinario! Nunca vi nada igual, prácticamente rebotaba en el muro en todas las curvas, su control del coche es fenomenal”, contó.
Mayer le hizo caso y Gilles fue contratado por McLaren para disputar los tests previos al Gran Premio de Gran Bretaña de 1977 en el circuito de Silverstone. Le dieron un viejo McLaren M23 y fue como si Vincent van Gogh se hubiera topado con un lienzo. La técnica de manejo de Gilles era de una belleza fuera de lo común. Lo que hizo en aquellas primeras vueltas en Silverstone fue lo que haría durante los siguientes cuatro años y medio: perseguía y sobrepasaba con frecuencia los límites de velocidad de paso por las curvas sin perder el control. Para él, hacer un trompo era tan natural como cambiar una marcha o frenar. Era su modo extremo de hallar el límite de velocidad.
El 16 de julio de 1977, en Silverstone, se produjo su debut en la F1 a bordo del tercer McLaren-Ford, en el equipo de James Hunt y el alemán Jochen Mass. Aquel día, en McLaren perdieron la cuenta de los trompos que dio Gilles, no obstante, no dañó el auto ni el motor y terminó 11º, a dos vueltas del ganador, el local James Hunt.
Auténtico y frontal desde siempre, estas virtudes cautivaron a Joanna, su novia desde los 15 años, y su esposa desde los 20, cuando ya latía en las entrañas de ella el embarazo de Jacques, su primogénito y quien en 1997 cobraría la herencia del título mundial de F1 que nunca pudo lograr Gilles.
Sobre un auto, esa forma de ser conquistó el duro corazón de Enzo Ferrari. “Quiero a ese piloto en mi equipo”, ordenó el Commendatore italiano al ver el espectacular debut de Gilles en Inglaterra.
Sus deseos fueron órdenes. Dos meses después, el 21 de septiembre de 1977, don Enzo se hizo con sus servicios, para sustituir a Niki Lauda en las dos últimas carreras de la temporada, al lado del argentino Carlos Alberto Reutemann, el primer piloto de la escudería italiana. “Fue con quien mejor me llevé”, reconoció luego el Lole.
Así, a sus 27 años, Villeneuve ya había desembarcado en la F1 en una de las principales escuderías y junto su inseparable mujer y a sus dos hijos, Jacques y Melanie, tenía todo para poder combinar su explosivo talento en las pistas con una vida privada tranquila y sencilla. Romper su primer auto en su segunda carrera no le quitó la admiración de Enzo Ferrari, quien comparaba la combatividad de Gilles con la del mítico Tazio Nuvolari. Don Enzo también lanzó la frase que mejor definió a Gilles: “Era un artista que actuaba para la gente y su aplauso, ese fue su verdadero triunfo”.
Su luz brilló de una forma muy intensa, pero por causas del destino, muy breve: menos de cinco años, entre el otoño de 1977 y la primavera de 1982. Y fue un auténtico campeón sin corona. Desde el debut en Silverstone hasta su trágico final en Zolder, Villeneuve disputó en total 68 GP de F1. Las frías estadísticas dicen que logró seis triunfos, dos poles position, ocho récords de vueltas y subió 13 veces al podio. Pero hay pilotos que dejan su sello en las estadísticas y otros que lo hacen en las pistas. Por su valentía, entrega y carisma, Gilles pertenece al último grupo, el más cercano al sentimiento popular. Por eso los amantes de la F1 lo recuerdan más que al sudafricano Jody Scheckter, que fue campeón mundial. Y no olvidan, por ejemplo, su duelo rueda a rueda con el francés René Arnoux (Renault), el 1º de julio de 1979, luchando por el segundo puesto del GP de Francia, en Dijon-Prenois, o aquel triunfo –el último que logró– el 21 de junio de 1981, en el GP de España, aguantando durante 67 vueltas los embates de un endiablado trencito de cuatro autos (conducidos por Jacques Laffite, John Watson, Carlos Reutemann y Elio de Angelis) que intentaban sobrepasarlo en el circuito de Jarama, o los increíbles malabares que hizo bajo la lluvia, el 27 de septiembre de 1981, para mantener en pista a la Ferrari con el alerón torcido que le impedía ver y lograr el tercer puesto en el GP de Canadá.
El espectáculo siempre estaba asegurado con Gilles. En el emblemático circuito callejero de Mónaco aún recuerdan su duelo con el australiano Alan Jones (Williams), a quien le arrebató el triunfo a seis vueltas del final, el 31 de mayo de 1981, cuando contra todos los pronósticos venció a los imbatibles Williams. Imágenes emotivas y electrizantes, inhallables en la actual F1.
Zolder, el último show de Gilles
Gilles Villeneuve encontró la muerte, esa a la que no temía, en donde debía hallarla, en una pista de carreras y volando sobre un F1. Perdió la vida el sábado 8 de mayo de 1982, en el circuito de Zolder, en la última tanda de clasificación del GP de Bélgica. Hubo varias circunstancias que propiciaron ese accidente. En la carrera anterior, corrida en Imola (Italia), Gilles, quien peleaba por el campeonato, se sintió traicionado por su compañero de equipo, el francés Didier Pironi, quien lo pasó en los últimos metros, arrebatándole la victoria, y el ambiente en el equipo Ferrari era muy tenso. Además, los neumáticos de clasificación sólo duraban una vuelta y Gilles quería batir a su coequiper a toda costa. Cuando faltaban 15 minutos para el final de la última sesión de clasificación, Villeneuve estaba cuarto por detrás de Alain Prost, Arnoux y Pironi, su gran rival y con el que ya había tenido encontronazos y “traiciones” en pista.
Pero Gilles no mejoraba sus tiempos con el último juego de neumáticos. En la última vuelta llegó a 225 km/h a la curva de Terlamenbocht, hacia la izquierda y en descenso, y no pudo evitar la colisión con el coche March-Ford del alemán Mass, pese a que éste se apartó para dejarle paso. La Ferrari de Villeneuve se subió sobre la rueda trasera izquierda del coche de Mass y voló dando varias vueltas de campana, en una de las cuales salió despedido el piloto canadiense con el asiento atado por los cinturones de seguridad. Su cuerpo impactó contra la pista y quedó tendido junto a unas redes de protección a una veintena de metros de los restos de su auto. Murió en el acto. Veintinueve años después, y aunque Gilles Villeneuve no llegó a ser campeón del mundo de F1, su leyenda aún sigue viva.