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Un cierto saber que no es ajeno al mismo padecimiento

Por Federico Vida. Las personas sufren de su supuesto saber y en otras no saben la causa de lo que sienten.

Puede suceder que alguien que sienta su padecer no sepa a causa de qué padece, y supusiera que un psicólogo podría saber sobre sus síntomas y sobre su bienestar. Esto no sería un problema para el psicólogo, que no demanda a su paciente ningún saber previo sobre su padecer, ni preparación alguna para realizar un tratamiento. Incluso, se trataría de la situación más deseable.

Pero en efecto la situación descrita es la que menos ocurre, ya que muchas veces el padecer va acompañado de cierto saber que no es ajeno al mismo padecimiento. Es más, podemos agregar que el paciente padece de sus supuestos saberes.

En esa dirección habría que advertir que la promoción del saber psi podría funcionar como una oferta de padecimientos al tono de la época. El profesional que haya pasado por alguna institución que atienda problemáticas sociopolíticas, como un centro de atención a adictos, por dar un ejemplo actual, habría escuchado la dificultad de que el paciente quede identificado al mentado síntoma de la adicción, al presentarse como un “ser-adicto” con una certeza de ser que expulse cualquier rasgo particular.

Es deseable, y exigible, que el Estado cree instituciones para atender demandas sociales, pero es diferente escuchar un síntoma de anorexia –otro ejemplo de los padecimientos más convocados–, que crear una institución para su tratamiento, ya que en el primer caso hablamos de un síntoma que puede expresar un deseo reprimido, y en el segundo de una entidad sociopolítica que demanda un bien público.

En este contexto los psicólogos podemos, a pedido del Estado o de alguna obra social, utilizar criterios diagnósticos universales preestablecidos, como de hecho lo hacemos, para posibilitar a dichos organismos la administración de nuestra práctica, pero no están aquellos criterios destinados a posibilitar dicha práctica que, cabe recordar, no es administrativa.

La formación en psicología no se especifica, como en medicina, mediante especializaciones, y esto tiene que ver con el hecho de que el psicoanálisis surgió en respuesta a la histeria, la cual dejaba en falta al saber médico por ser la histérica, según los psiquiatras, una “simuladora de síntomas”. Freud descubrió que lejos de tratarse de una simulación producto de un déficit degenerativo se trataba del rasgo característico de la histeria el identificarse inconscientemente al síntoma del otro, por lo cual el síntoma se define como un modo de lazo.

Por ello los psicólogos en nuestra práctica nos dirigimos hacia la escucha de la historia del síntoma como modo de lazo, y no hacia su observación y descripción. Consecuentemente, nuestra formación no está al servicio del síntoma del paciente, sino de la causa del psicoanalista.

Cuando decimos que la formación está en función de su causa, no quiere decir que lo esté en función de erigir una causa política-institucional. Basta enumerar lo que podría llamarse las “instituciones” del psicoanálisis o los “requisitos instituidos” por Freud, para notar que no se trata de una causa política; tales requisitos son: el análisis personal, el estudio de la teoría y la supervisión de la práctica. Noten que la formación no está centrada en el tratamiento de pacientes, pues aunque éste esté supuesto en el requisito de la supervisión es ésta la que es mencionada en lugar del brindar tratamiento, y notemos además que antes de la supervisión hay dos requisitos previos: el tratamiento previo de quién atiende, y el estudio de la teoría.

Estos requisitos del psicoanálisis han sido tomados por la psicología. De hecho los psicólogos, aunque su formación no lo demande, se psicoanalizan, y lo hacen aunque no necesariamente trabajen luego como psicoanalistas, al igual que los pacientes. Cabe destacar entonces, y es algo que me han consultado más de una vez, que el psicoanálisis no es una especialidad, sino una decisión.

Si es exigible un tratamiento personal que oriente al psicoanalista sobre su deseo, se debe a que no todo en la formación pasa por el saber sobre el síntoma, sino por el placer que encauza su práctica.

Definamos pues el deseo para situar que, si el sujeto se constituye en el lazo social, originalmente su deseo es el deseo del gran Otro social. Quiere esto decir que es deseo de deseo, y no de un objeto, y que en todo caso el objeto es deseado en tanto el Otro lo desee, es decir, en tanto sea un Bien del Otro, como por ejemplo podría ser su “bien-estar”.

De este modo la abstinencia respecto de desear el bienestar del paciente, que se entiende como un no-saber sobre su bien, se convierte en una exigencia ética que posibilitaría que el paciente vaya sabiendo por sí mismo algo de su deseo. Para concluir, cabe advertir que este saber no es obligatorio, ni para todos por igual, y que el modo por el cual sería posible debería ser descubierto caso por caso.

 

(*) Psicólogo. Docente de la U.N.R.

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