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Un crimen apagó una vida de pobreza, violencia y marginación

Un vecino que paseaba al perro encontró el cadáver de Leandro Aybar. Tenía un vestido de mujer, signos de estrangulamiento, la nariz destrozada y las piernas quemadas. Quienes lo conocieron cuentan la historia de un asesinato, la cárcel, adicciones y la prostitución como supervivencia

Daniel Leandro Aybar cargaba sobre su espalda una dura historia de pobreza, marginación y muerte que tuvo como epílogo su asesinato en un punto incierto de la madrugada del jueves al costado de unas vías en desuso del Belgrano Cargas, en inmediaciones de la zona roja de Mitre y Virasoro. La noche anterior, como tantas de los últimos tres años, Aybar se había travestido para prostituirse, su única manera de hacerse unos pocos pesos para apenas sobrevivir. O para “ganarse la diaria para un poco de comida, vino o droga”, en palabras de quienes lo conocían. La fiscal a cargo de la investigación, Georgina Pairola, aplicó el protocolo de Minnesota, que estipula una serie de pasos especiales en casos de travesticidio por considerar que se trata de un crimen de odio.

En 2007, cuando tenía 29 años, Aybar fue condenado a 9 años de prisión por el homicidio simple de Ramona Elsa Fernández, cometido en marzo de 2005 en un contexto de extrema pobreza en un descampado de Pueblo Nuevo, Villa Gobernador Gálvez. A la sentencia se le unificaron otras causas por robo y hurto. La mujer de 40 años a la que había matado de una puñalada frente a su pequeña hija de 5 años era su pareja entonces. Eran otros tiempos, y la Justicia no tuvo en cuenta el agravante de género. Daniel dijo en el juicio que no recordaba el momento del crimen porque había consumido “entre 10 y 15 pastillas de Rivotril con al menos dos litros de vino”. Poco tiempo antes, la pareja y la nenita habían sido expulsados de su humilde casa. No les quedó otra que instalarse con casi nada en un terreno baldío al costado de avenida Circunvalación. Un descampado acorde con el clima de violencia, miseria y desamparo en el que transcurría la relación.

Archivo El Ciudadano.

 

“El caso de Leandro no sé cómo pasó. Nunca ahondamos el tema. Había cosas que él sufría muchísimo. Te dabas cuenta que no las quería tocar y lo mortificaban. Pero no era un chico agresivo ni violento, al menos nunca se manifestó de esa manera ni conmigo ni con las compañeras”, recordó Jackeline Romero, militante peronista, activista trans y presidenta de Red Diversa Positiva, quien conoció y ayudó a Leandro cuando salió de la cárcel, a fines de 2015.

Un vecino de barrio Hospitales que paseaba a su perro poco antes del mediodía del jueves se topó con el cuerpo de Aybar en un espacio de tierra lindero con las vías del Belgrano Cargas, en Mitre al 2700. A su lado quedaban restos del fuego alimentado por papeles y maderas que alcanzó a calcinar las piernas del cadáver. Llevaba un vestido y un par de manojo de telas bajo la ropa para simular pechos de mujer. Una prenda negra enroscada en su cuello daba un indicio de probable causa de muerte: ahorcamiento. Su nariz estaba destrozada por un golpe.

Leandro había salido de la cárcel hacía tres años pero nada mejoró para él. Para sobrevivir eligió la zona de Mitre y Gálvez en busca de clientes que quisieran cambiar sexo por algún billete. “Leandro era un chico gay que se travestía para prostituirse y tener para «la diaria», llámese comida, droga, vino, lo que fuere. Estaba totalmente empujado a la marginalidad. Lo que importa es que fue una persona asesinada por odio. Lo mataron de manera morbosa. Hay que investigar. Si estaba travestido cuando lo mataron es claro que lo asesinaron por ser trabajador sexual. Llámese cross-dressser (transformista), queer, transexual, gay, o como sea”, explicó Jackeline a El Ciudadano.

“No tenía un domicilio fijo –recuerda Jackeline–, dormía y se quedaba donde lo agarraba la noche. Una de las veces que vino a buscar la comida que le dábamos, me dijo muy claro: «Para qué la quiero si no tengo dónde cocinarme». Y eso duele”.

El cadáver encontrado este jueves no tuvo al principio nombre ni apellido. Sin documentación, quedó en el Instituto Médico Legal. El cuerpo recién recuperó la identidad entrada la mañana del día siguiente, cuando algunos familiares lo reconocieron como Leandro Aybar. Integrantes de los colectivos trans que se habían acercado antes a la morgue descartaron que se tratara de una persona transgénero, como la fiscal dijo en un primer momento. Señalaron que se trataba de una persona en situación de calle y que podía ser un cuidacoches. «Más allá de que no la conocemos ni figura en nuestros registros, tampoco era una persona trans. No tenía para nada esa apariencia», se escuchó en boca de las chicas que, preocupadas, se acercaron al edificio donde se hacen las autopsias.

La Subsecretaría de Diversidad de Género de Santa Fe, que preside Esteban Paulón, pidió tiempo para aclarar el caso. «Aún cuando el colectivo trans no reconoce a la víctima como tal y evalúa que no se trata de un travesticidio, hay elementos que ameritan pensar en un componente de odio”, fundamentaron desde el área.

“El crimen de odio no es necesariamente contra una persona transexual. Hay algunas señales por las que tenemos que estar atento, hay un condimento ensañamiento y no podemos obviar las ropas que llevaba, por eso estamos en contacto con la Fiscalía”, argumentó Paulón.

«A las 19 –recordó Jackeline el final de la tarde del jueves– me llama mi compañera y me dice: «Lo mataron a Leandro y estaba travestido». Si la fiscal lo define como trans, tiene que ser así». Y con una pregunta, coincidió con Paulón: «Si a un chico gay lo matan y no está travestido, ¿entonces no es un asesinato de odio?».

El descampado donde hallaron el cuerpo. Foto: Juan José García.

 

Los investigadores del caso no dieron hasta ahora con testigos presenciales del asesinato, y la única cámara de seguridad de la zona está a 50 metros de la entrada al baldío donde apareció el cuerpo. Su próximo paso era tomarle declaraciones a familiares, aunque quienes conocían a Aybar, de 40 años, recordaron que estaba alejado de ellos.

«Pateaba por la zona de Mitre y Gálvez. Sospechosos hay miles, por decirlo así. Cualquier odioso que anduvo por la zona. Alguno que tomó un servicio con él o se drogó junto a él. Y pasó lo que pasó, un descontrol. Se me llena la vida de preguntas, porque era un chico que no te iba a pedir nada. Lo que tengo de Leandro es ese recuerdo. Yo lo mandaba a comprar puchos y venía hasta con el ticket. Pasado tenemos todos y todas. En estos momentos no hay que juzgarlo por eso, sino averiguar qué pasó, ver lo que pasa ahora», atajó Jackie Romero los prejuicios siempre a mano.

Identifican a la víctima del crimen de Entre Ríos y Gálvez

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