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“Un día de poder”: una anfitriona singular y un único destino detrás del hartazgo

Andrea Fiorino junto a Mabel Machín, bajo la dirección de David Gastelú, propone un material muy en diálogo con el presente que una vez más la confirma como una de las actrices rosarinas referenciales  

Lo inestable, lo imprevisible, lo inevitable, la sorpresa en una noche fatal, desesperada, sin vuelta atrás, con un único destino detrás del hartazgo. Un día de poder es el nuevo trabajo de la actriz, dramaturga y directora teatral rosarina Andrea Fiorino, gestado y estrenado en el Petit Salón de la Plataforma Lavardén, a instancias de la última edición del Festival de Artes Escénicas de Rosario-FAER 2023, que por estos días ofrece una serie de imperdibles funciones en La Manzana.  

Corrida de la supuesta comodidad que generaron en la actriz otro tipo de propuestas donde el humor y el monólogo a púbico eran la materia, una instancia de su carrera que ya parece haber quedado en perspectiva, y cercana a otros trabajos igualmente valiosos como El destino de los huesos o Crónica de una debacle donde, entre más, aparece fuertemente el contenido ideológico, Un día de poder, propuesta a la que describe como una “obra intima de humor trágico”, tiene un fuerte correlato con el presente a partir de los materiales que fueron disparadores para su escritura pero particularmente porque pone atención en un mundo y un tiempo que se caen a pedazos, en algo que ya no da para más, en la aciaga forma de un mundo donde reina el capitalismo y donde cada vez más personas quedan afuera del sistema.

Una anfitriona recibe a sus invitados y poco a poco deja entrever que el fin de todos los males se acerca, al tiempo que toma conciencia que nada puede fallar (o quizás todo) cuando las supuestas buenas voluntades, de un momento para otro, ponen en sus manos un arma para acabar con todo lo malo, con lo dañino, con lo que provoca el daño, porque si de algo no hay dudas es que todo está por estallar.

Más allá de su origen como propuesta de Site-specific, es decir un material gestado para una locación en particular con la que establece algún tipo de diálogo y que no necesariamente se trata de un espacio vinculado a lo teatral, la propuesta, que resiste la adaptación a determinados lugares que se acerquen a la sala de una casona señorial como pasa con La Manzana, apela a la cercanía a partir de una veintena de espectadores que fomentan una idea de encuentro y ritualidad muy distante de la masividad, dado que esa complicidad se vuelve todo un signo a la hora de poner atención en esa cita a la que son convidados las y los potenciales espectadores por esta mujer que supo de un pasado mejor.

Collage de ideas o sucesos que dispararon en Fiorino, en principio, la escritura de un texto que hoy inteligentemente no muestra las huellas de aquél proceso originario de suma o superposición de información en particular a partir del proceso de ponerlo en el cuerpo y transitarlo en escena, donde entre más aparecen destellos de la novela La fiesta de la bomba de Graham Greene o el cuento La Granada de Rodolfo Walsh, entre más, la obra habla de las contradicciones del mundo del presente y plantea con sutileza e inteligencia el nivel de hartazgo, la asfixia que provoca lo injusto, lo incierto, la estupidez y la crueldad, y deja en claro que el fin está cerca, quizás allí mismo.

En ese universo, la tensión que supone un antagonista aquí aparece en la inquietante presencia de Ada, una especie de asistente-ama de llaves, que encarna Mabel Machín (quien está de regreso en el teatro rosarino luego de tres décadas), también música, que al mismo tiempo representa y sostiene en ese concilio una fuerte carga ideológica. Sucede que Un día de poder genera un gran interrogante, basal y universal, respecto de qué hacer cuando se cuenta entre las manos con el supuesto poder, cuando la oportunidad es aquí y ahora.

Otro de los hallazgos que supone la pieza está en la presencia desde la dirección del talentoso creador local David Gastelú, actor y director que ofrece su mirada sobre la contienda y sobre la actuación, que acompaña a la actriz, de vastísimo recorrido, en un puñado de detalles que embellecen su performance, marcada por un vínculo inusual con el espacio al que sabe sacarle provecho, habitando lo escénico (los movimientos, las fugas) desde una especie de “no actuación” que vuelve aún más inquietante su notable recorrido.

De hecho, si hay algo por lo que hay que ver Un día de poder es por la presencia de una actriz atípica, desconcertante, de un talento inusual y descomunal como el que acredita Andrea Fiorino, siempre alejada de cualquier lugar de posible comodidad (aquí más que en cualquier otro de sus trabajos), siempre atenta a proponer y a desafiar, siempre jugada a una bajada de línea tan necesaria para los tiempos que corren, donde el reloj de arena deja ver sus últimos destellos y un apagón, a la vuelta de la esquina, planea dejar al mundo en total oscuridad.

Para agendar

Un día de poder se presenta este sábado y domingo, a partir de las 21, en la sala La Manzana (San Juan 1950).  Con texto de Andrea Fiorino, quien además actúa junto a Mabel Machín, la propuesta cuenta con asistencia general de Fabio Sbergamo y dirección de David Gastelú, con producción general de La Tramoya. Reservas: 341-3777979.

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