Silvina Tamous
Héctor Quagliaro no fue un dirigente sindical más. Fue una figura respetada, que atravesó los momentos más duros de la historia del país, y que sirvió de inspiración para muchos que eligieron como forma de vida la defensa de los derechos de los trabajadores.
Una de las últimas notas en la que Quagliaro fue protagonista tuvo que ver con el aniversario del Rosariazo. Fue una nota distinta, que huía de la noticia diaria donde se refleja parte de la construcción del pensamiento del militante joven, enfocado en los complicados días en que Rosario se reveló a la dictadura de Onganía.
En esta página se reproduce parte de esa entrevista, en la que el dirigente –fallecido el lunes 25 de enero– cuenta esos días y reflexiona sobre una forma de militancia que nunca debería haberse apagado. Allí habla de un encuentro entre estudiantes y trabajadores, de ciudadanos comunes movilizados por la injusticia, de un mundo obrero que reclamaba derechos, y de los primeros debates por la aparición de las villas miseria. También recuerda sus aventuras como clandestino en el Rosariazo, las reuniones en obras en construcción, y el pluralismo a la hora de pelear, cuando participaban diversos sectores de la sociedad.
Quagliaro tenía sólo 35 años y ya era dirigente de la CGT de los Argentinos. El país sufría en carne propia la dictadura de Onganía, y mientras en las calles se clamaba por la vuelta de Perón, los obreros, los estudiantes y la gente común veían restringidos sus derechos y estaban dispuestos a pelear por ellos. Otra época. Quagliaro, quien hasta el fin de sus días y con 76 años siguió dando pelea y dirigiendo a los jubilados de ATE a nivel nacional, rememoró.
“Yo era secretario general de la CGT de los Argentinos. La sede estaba en el edificio ubicado en Córdoba 2061, todavía ese edificio pertenece a la CGT”.
Quagliaro fue relatando esos días de mayo del 68, cuando el rector de la Facultad de Corrientes resuelvió aumentar el precio de los tickets canasta y como consecuencia los estudiantes protestaron en la plaza de Corrientes el 15 de mayo. Hubo represión y el saldo fue fatal, ya que se registró un muerto.
“Yo fui a Corrientes con dos dirigentes estudiantiles, con Fernando Lagruta (que está desaparecido) y con Hernán Pereyra, un estudiante que militaba en el Frente de Estudiantes Nacionales (FEN). En esa época no estaba el puente y para cruzar a Corrientes había que pasar por los controles de Gendarmería: no era fácil. Bueno, una compañera de Corrientes se disfrazó de monja y nos fue a buscar diciendo que éramos sus primos para que pudiéramos cruzar”, recordó el dirigente, describiendo con claridad el tamaño de la aventura.
“A la noche estábamos en la ciudad de Resistencia, en la catedral, porque en esa época había un obispo muy comprometido con lo social. Allí me entero que habían matado a Adolfo Bello (estudiante de Ciencias Económicas, de 22 años) en Rosario, en la galería Melipal, y nos volvimos”, explicó.
En Rosario se había declarado una especie estado de sitio. “Llegamos a la Terminal de Ómnibus y nos fueron a buscar, porque todos los dirigentes de la CGT teníamos pedido de captura. Nos metieron en un auto, nos llevaron a una obra en construcción de la zona sur y desde ahí comenzamos a planificar lo que vendría. Nos juntamos con entidades profesionales, vecinales y estudiantes y organizamos una marcha para el 20 de mayo”, recordó.
La marcha dejó otra víctima fatal. Frente a la puerta de LT8, en Córdoba e Italia, balearon al estudiante Luis Blanco. Un chico de 15 años que trabajaba como obrero metalúrgico. “Estaba herido, y lo llevamos al sanatorio Palace con el médico Aníbal Reynaldo (dirigente radical) que estaba recién recibido y no nos dejaron entrar. El chico murió desangrado en la puerta”, contó el dirigente.
Fue entonces que resolvieron decretar paro y movilización para el 22 de mayo, pero la medida de fuerza duró hasta el 23.
“Después vino septiembre”, dice con nostalgia Quagliaro, en alusión al segundo Rosariazo.
Al rastrear las causas de semejante gesta, que contó con el apoyo de la mayoría de los ciudadanos rosarinos, el dirigente sostuvo: “En esa época gobernaba Onganía, se cercenaba muchos derechos de la gente, la situación económica estaba retrógrada. Rosario era una ciudad industrial, estaba Estexa, la textil, sobre calle Ovidio Lagos, estaba lleno de fábricas y estaba el frigorífico Swift. Era una ciudad obrera”, explicó.
Sin embargo destacó un dato que para él explica el estado de movilización de la gente en la calle. “En el transfondo estaba la lucha callejera por el retorno de Perón a la Argentina. La gente, los militantes, los estudiantes, compartía con los gremios la misma inquietud”.
“Córdoba también vivía un momento importante. Durante su presidencia, Frondizi había hecho un acuerdo con Kennedy que permitió la llegada de capitales metalúrgicos que se instalaron en la provincia de Córdoba. Esto creó muchos puestos de trabajo y de allí surgieron dirigentes gremiales muy importantes como Agustín Tosco, René Salamanca. Ellos quisieron crear un gremio nuevo por sus diferencias con Smata y crean el Sitram”, dijo Quagliaro en referencia a los que después sobrevino: el Cordobazo.
“No fue una gesta sólo de los estudiantes, fueron los trabajadores y la gente común, en la memoria Bello y Blanco. Estuvimos asumiendo los roles que nos correspondían, un pluralismo. Es lo que nos queda con mérito”, afirmó.
Y esa unión entre trabajadores, estudiantes y ciudadanos quedó sellada de antemano. “En el 68, nos reuníamos a debatir obreros y estudiantes sobre las primeras villas miserias que se instalaban en Rosario”, recordó el visionario, cuya historia alguna vez habría que escribir. Para inspiración de los que siguen. Para todos aquellos que crean alguna vez que pocas cosas son tan honorables como defender a los trabajadores y sembrar día a día para el futuro, para un mundo más justo.