Juan Aguzzi
Hace un par de semanas, el documental Surfeando el cielo (2023), de la cineasta y productora rosarina Mariana Wenger, pudo verse en París y en Madrid, en lo que representa una suerte de gira europea luego de que el film haya ganado el primer premio en el Festival de Deportes y Cine de Kenia. Surfeando el cielo es el último largometraje dirigido y producido por Wenger, que cuenta también con una atinada producción de Alejandra Cuenca y Marisa Brida. Wenger cuenta con varios títulos que han circulado internacionalmente. Se trata de Infancias perdidas (2019), Otros sentidos (2012), Un arma peligrosa (codirigida con Paola Murias, 2009), Cine negro (2007), Juanito Laguna (2006), Don Quijote de la imagen (2005), Pintando de amarillo (2000) y Fontanarrosa se la cuenta y confiesa que ha reído (1997), entre los más connotados. Esta vez, la realizadora aborda una historia de gran peso emotivo desde la que va a poner de relieve, sobre todo, la entereza y voluntad de aquellos que por diferentes circunstancias caminan la vida con discapacidades.
Surfeando el cielo cuenta fragmentos de la vida de Georgina Melatini y Pablo Martínez –ella con una discapacidad motriz, él ciego desde niño–, dos surfistas adaptados que en la actualidad están integrados a su entorno y van creciendo cada día en aquellas actividades en las que decidieron desarrollarse y fundamentalmente en el deporte que potenció sus habilidades. Discriminación e inclusión constituyen en buena parte el eje desde donde Wenger cuenta estas historias de vida, en las que también el mar, como elemento aglutinador y a la vez desafiante, permite a los protagonistas acercarse a un estadio de cierta plenitud, que va transformándose en galardones obtenidos en competencias locales e internacionales.
Las locaciones naturales de Buzios, Las Grutas, Santa Clara del Mar y Puerto Madryn son el contexto donde tienen lugar los testimonios de los protagonistas y de la gente que transita junto a ellos en la suerte de aventura en que transformaron sus vidas; una aventura que no carece de sinsabores, pero que suelen ser utilizados como empuje para seguir, más que como escollos. Se sabe, tanto sufren quienes nacieron o viven con discapacidades que ir sorteando las dificultades puede convertirse en un incentivo. Sobre todo porque no ignoran que viven en una sociedad discriminadora por naturaleza y el mundo fue construido de acuerdo a la visión de esa sociedad.
Georgina Melatini se mueve en una silla de ruedas producto de una temprana mielomeningocele, pero eso no le ha impedido resultar bicampeona sudamericana y latinoamericana. Creó la primera escuela nacional de surf adaptado en Mar Chiquita y coordina la escuela privada, inclusiva y gratuita llamada Santasurf; por su parte, Pablo Martínez quedó ciego a los cinco años, aunque su destreza en el surf también lo sitúa como bicampeón sudamericano y latinoamericano y, además, escribe y estudia filosofía, cuestiones que se develan en su aguda mirada para sopesar la existencia y su propio lugar en el mundo. En el universo de cada uno de ellos es donde Wenger posa su mirada con la intención de que describan en lo que fueron convirtiéndose a medida que su persistencia les granjeaba lugares antes impensados.
De este modo, los dos protagonistas de Surfeando en el cielo aparecen como emblemas de lo que se conoce como resiliencia; porque en sus infancias, en las relaciones con los demás, en los objetivos que se proponen, la llama encendida de la posibilidad no se apagó nunca. Y ahí están ellos mostrando que en esa resistencia está el oxígeno para sortear las adversidades de todo tipo, como las que resultan de las dificultades de una sociedad nada dispuesta a generar espacios para la convivencia armónica con aquellos con discapacidades. Y fundamentalmente está el mar, ese lugar infinito que alberga a todos y con quien Melatini y Martínez tienen un lazo profundo, porque en él –o en el agua– descubrieron cuánto pueden hacer por ellos y por los demás, es decir, se ayudan y se ayudan conformando un círculo dinámico y virtuoso. Con sensibilidad y suficiencia, Wenger dota al relato de la necesaria emotividad, obviando cualquier atisbo compasivo, mientras explora esas vidas, o sería mejor decir los logros que los protagonistas van “surfeando” hasta sentir que pueden ser infinitos, igual que el mismo mar que los aloja.
Y nada menor es que Wenger construyó su documental con una polifonía de voces y músicas que actúan como bandas discursivas y sonoras; allí están Eduardo Galeano desgranando el poema “Ayúdame a mirar”, de El Libro de los abrazos; Liliana Vitale captando en la lectura el aire conmovedor del poema “Dibujo en el aire una ventana”, de Alberto Muñoz; Silvina Gandini, Lito Vitale, Julia Zenko, Patricia Sosa, Daniel García (de Tango Loco), Luis Salinas, Perotta Chingó, Ethel Koffman, Leandro Moutín, Julián Cortés, Myriam Cubelos y Sergio Aquilano.