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Un doloroso viaje de autoreconocimiento

“Eric” propone un relato a partir de la desaparición de un niño y de la búsqueda denodada de su padre, junto a un "monstruo" creado por su hijo, que no solo se sumergirá en los espacios subterráneos de la ciudad donde habitan los excluidos, sino que se enfrentará con sus propios demonios interiores

Hace poco más de un mes Netflix estrenó Eric, una miniserie británica de seis episodios escrita por Abi Morgan (La dama de hierro, Shame), y dirigida por Lucy Forbes. El reparto está encabezado por Benedict Cumberbatch y Gaby Hoffman.

La premisa de Eric se centra en Vincent (Cumberbatch), marionetista que trabaja en un popular programa infantil al estilo de los Muppets. El escenario es la New York de los años 80. Vincent es una persona agresiva, un alcohólico que no deja de generar situaciones violentas en su ámbito laboral y personal. Tras otra pela con su esposa Cassie (Hoffman), su hijo de nueve años decide ir sólo a la escuela y en el camino desaparece. El niño, testigo de las constantes riñas generadas por Vincent, deja unos bocetos con el diseño de una nueva marioneta para el programa de su padre. La criatura se llama Eric, y se convertirá en un personaje de supuesta importancia en la trama.

A partir de la desaparición aparece el detective que llevará adelante la búsqueda, sumando sus propios demonios personales y llevando la trama hacia el terreno procedimental de la corrupción política y policial. El caso podría conectarse con la desaparición de un niño negro ocurrida un año atrás, hecho que quedó sin resolver por la desidia, el racismo y, posiblemente, por la implicación de personajes ligados a la estructura del poder de la ciudad.

Por ese lado, Eric comienza recorrer senderos algo estereotipados, incorporando al eje demasiadas aristas que no encuentran buen cauce. Es por el lado del conflicto dramático de Vincent y Cassie, enfrentados desesperadamente a la desaparición de su hijo, donde la miniserie expone sus mejores ideas y momentos.

El primer problema que se presenta y se intuye rápidamente es que la promesa del giro anunciado desde el título no tiene mayores consecuencias. Las apariciones del monstruo Eric no aportan demasiado y se desdibujan en un pintoresquismo apenas anecdótico. Poco y nada aporta durante el desarrollo del relato, nada agrega a la compleja personalidad en disolución de Vincent, cargando dificultosamente con el peso de su excéntrica presencia y del título mismo de la serie.

Pero el problema fundamental de la miniserie no es ese, es en cambio la escasa concentración dramática lograda narrativamente. Hay un intento de abrir desmesuradamente el juego, de abarcar demasiado, de hacer complejo algo que, en una cierta simpleza, hubiese adquirido una mayor profundidad dramática. Allí entonces la intriga policial se ramifica entre los pormenores de la corrupción política y policial, del racismo, de la exclusión social. El corazón dramático del relato se dispersa en numerosos elementos y subtramas que sólo intentan complicar gratuitamente a la intriga policial y hacerla atrapante, abarcativa y “comprometida” temáticamente.

Ahora bien, a pesar de sus problemas, hay sin embargo algo bello en Eric. Algo que si bien se dispersa en la señalada escasa concentración narrativa general, no deja de tener sus sólidos momentos de brillo para darle un cierto aire a la serie. Y es que si hay corazón sensible en el relato, es el del doloroso viaje de autorreconocimiento de Vincent. Doloroso tanto para él como para los demás, ya que el daño que ha causado en todo su entorno es irreversible. No hay tal cosa como una reparación, lo que queda es la posibilidad de un proceso de autoidentificación que no eximirá de responsabilidades, pero que habilitaría, en todo caso, llevado hasta sus últimos términos, a instaurar las condiciones favorables para el comienzo de otra cosa mejor.

Para eso el viaje debe ser un tránsito a lo más profundo, de la ciudad y de sí mismo. Vincent desciende al pozo más hondo, a la vez en sentido literal y simbólico. Baja, siguiendo la pendiente de las vías de los trenes subterráneos, a las alcantarillas, a una suerte de infernal condominio habitado por los excluidos: homeless, parias y adictxs. Pero ese tránsito descendente a las pesadillas de la exclusión social  es también una inmersión al horror del interior de sí. El único monstruo que habita ese infierno no será finalmente sino él mismo. Potenciando incluso las resonancias de toda la peripecia, su escudero en el viaje es el monstruo Eric, la creación de su hijo. Un monstruo que en la ficción del programa infantil ha surgido del interior de la tierra, temeroso de lo que allí habita, y que ahora retorna a ese sitio acompañando a Vincent al encuentro de lo más temido: la responsabilidad ante el daño producido. Sólo quedará para Vincent abrazar esa oscuridad para completarse y recomenzar.

Quizás, habiendo elaborado mejor todo ese eje central, y dándole mayor consistencia dramática y atmosférica a esa aventura personal, Eric hubiese sido un producto notable. Pero tal cosa no cabe, es una pura y absurda especulación. La miniserie es lo que se puede ver ahora, en su misma dispersión, abriendo demasiadas puntas y viendo como los esbozos se le escurren de las manos sin llegar a dibujarse con claridad. Pero eso sí, apuntando cuanto menos algunas líneas y situaciones que sirven de sostén. Un sostén no tan sólido, claro, pero sí efectivo como para hacer de Eric otra serie seductora y por momentos emotiva.

Eric / Netflix / 1 Temporada

Creadora: Abi Morgan

Intérpretes: Benedict Cumberbatch, Gaby Hoffman, McKinley Belcher III

 

10