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Un encuentro donde lo siniestro es la materia fundante de un thriller que busca inquietar  

Con los ecos de la última dictadura cívico-militar, “Un instante sin Dios”, la notable obra teatral escrita por Daniel Dalmaroni, tiene una versión local, con las actuaciones de Hugo Trifiro y Daniel Olmos, bajo la dirección de Christian Álvarez


Un encuentro incómodo, que desde el momento cero muestra su raíz trágica. Una reunión donde lo siniestro es la materia. Entre las tantas tramas tejidas al calor de la última dictadura cívico-militar que sumió en la oscuridad más absoluta al país hace poco más de cuatro décadas, aquí aparece una que es el disparador de un thriller que busca desentrañar algo de lo que no se habla, a partir de un texto que lleva la firma de uno de los dramaturgos argentinos más notables de su generación, el platense Daniel Dalmaroni, que a partir de esta pieza, Un instante sin Dios, también dirigida y estrenada por él hace unos años, abre una coda en su poética dramática, hasta su aparición, más ligada con la comedia negra.

Un instante sin Dios tiene desde hace un par de semanas una versión local protagonizada por Hugo Trifiro y Daniel Olmos, bajo la dirección de Christian Álvarez, que se presenta los sábados en el Espacio Dorado del Centro Cultural La Toma, con asistencia de dirección de Gisela Bernardini, fotografía de Theo Figueroa y videos de Matías Aghem.

Nada queda librado al azar en este texto minucioso, escrito con la inquietud de un dramaturgo que sabe crear climas, que el equipo que comanda Álvarez intenta recrear, poniendo toda su confianza en la actuación dado que se trata de una puesta austera, despojada, que por momentos busca romper con la hegemonía a la italiana utilizando espacios o recorridos en la platea por los que transitan los actores, dejando de lado la idea de frontalidad elegida, más allá de que el público sí sostiene esa posición.

“Un instante sin Dios”: el poder y las contradicciones humanas en un thriller inquietante

Un empresario visita a un sacerdote de una parroquia alejada de las grandes urbes para ofrecerle una cuantiosa donación para su pequeña iglesia. Sin embargo, lo que parece un simple gesto de enorme caridad (cuando la limosna es grande…), conlleva una singular condición: una confesión que invierte la lógica habitual del cura que escucha a quien va a confesar un supuesto pecado, dado que el que aquí deberá confesarse será el sacerdote frente al empresario que cuestiona y pregunta, si es que quiere finalmente recibir esa plata.

De inmediato, la propuesta de más de una hora y media de duración, abre un frente de conflicto, que juega todo el tiempo a mitad de camino entre la nostalgia, la culpa, y la necesidad de hacerse cargo de algo que pasó hace tiempo y que, en términos dramáticos, deriva en un final inesperado dado que todo el tiempo, y estratégicamente, el texto va dando indicios de otros posibles desenlaces sin siquiera mencionar el tema en cuestión.

En ese marco, el de un thriller que supone una gran complejidad desde la dirección que debe ir por los detalles, donde el Espacio Dorado podría jugar a favor en términos de teatralidad, la acción transcurre en una caja negra en el escenario, despojada, con apenas unos objetos que acompañan las situaciones que atraviesan el cura y el empresario que comparten una cena, comen y beben, y dirimen acerca de algo que implica un viaje al pasado.

Por lo tanto, más allá de la música incidental y de algunos cambios en la puesta de luces o de esas digresiones que buscan romper la frontalidad, se trata de un montaje sólo sustentado en lo que pueden aportar las actuaciones derivadas de un conflicto potente, con momentos en los que esa complejidad de un texto ríspido, de una dinámica que no admite desequilibrios, les juega a favor y en otros, los distancia a partir de, entre otras cosas, una diferencia en la franja etaria entre los personajes. Según lo plantea Dalmaroni: un cura que tiene sus años y un joven empresario, porque el tiempo transcurrido no es aquí algo obviable.

A favor, el tiempo de trabajo previo de más de un año generó una buena dinámica entre ambos actores e hizo que el texto, independientemente del abordaje elegido, aparezca todo el tiempo en un primer plano: se lo escucha y se lo disfruta, merced a los pasajes donde los diálogos adquieren elocuencia y profundidad, y donde algunos silencios (siempre tan necesarios en el teatro), más allá de que se trata de una obra de diálogos y contrapuntos entre dos antagonistas que casi no da respiro e implica un enorme desafío, sustentan esa idea iniciática de thriller.

Hay a favor en la obra algo que  lleva, que empuja y arrastra hasta el final, donde, como en Shakespeare, se huele la tragedia, aquí ligada a una problemática social de la que la Iglesia como institución insiste con no hacerse cargo, y ése es otro punto a favor de Un instante sin Dios.

Por lo demás, entre lo profano y lo sagrado, entre eso que representa cada uno de los personajes con sus contradicciones, ambos actores ponen lo mejor de sí, con diferentes resultados, para afrontar los exigentes vaivenes que van del miedo y la incertidumbre del cura a la perturbación de ese empresario que está allí para poner las cosas en claro e intentar sanar, más allá de la forma que elije para concretarlo, en un contexto de país donde los fantasmas de la última dictadura parecieran querer regresar una y otra vez, y donde los “instantes sin Dios” muchas veces se vuelven eternos.

Para agendar

Un instante sin Dios, de Daniel Dalmaroni, con las actuaciones de Hugo Trifiro y Daniel Olmos, bajo la dirección de Christian Álvarez, se presenta los sábados en el Espacio Dorado del Centro Cultural de La Toma (Tucumán 1349, subsuelo). Reservas con descuento +549-341-3000421.  IG: @uninstantesindiosrosario@espaciodoradodelatoma

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