Por Juan Aguzzi
“¿Mártir o traidor? ¿Quién fue en realidad Roberto Quieto? ¿Por qué Mario Firmenich, integrante de la conducción de Montoneros, quiso negociar con los militares que lo tenían secuestrado para que lo entregaran vivo y poder ejecutarlo?”, reza el primer párrafo de la contratapa de Doble condena, la verdadera historia de Roberto Quieto, un libro de Alejandra Vignollés, periodista especializada en política que trabajó en medios gráficos como Ámbito Financiero, El Cronista y colaboró en Página 12 y Miradas al Sur, entre otros. Son esos interrogantes las constelaciones de un universo –el de la lucha armada en los 70, el de los Montoneros, y en particular el de Roberto Quieto, número dos de la Organización– que la autora buscó hacer brillar con luz propia para develar un enigma que atravesó vida e historia de los militantes sobrevivientes.
Luego de su secuestro, Quieto, quien provenía de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) antes de la fusión con Montoneros, fue condenado a muerte en ausencia por la propia organización a la que pertenecía bajo la acusación de haberse “quebrado” en la mesa de torturas y delatar. El mismo Mario Firmenich intentó negociar con el Ejército su entrega, vivo, para “ajusticiarlo”. En su libro, Vignollés desmonta las capas de ocultamiento sobre este hecho haciendo surgir otra versión de la historia con pruebas palpables ya que nada de aquello de importancia vital para Montoneros –incluidas las fenomenales sumas recaudadas con los secuestros– cayó bajo manos militares luego de la desaparición de Quieto. Así Doble condena viene a sumarse a trabajos que siguen haciendo falta, aquellos que se ocupan de darles una dimensión humana a algunas de estas figuras de la militancia y la lucha armada. A continuación Vignollés apunta algunas de las líneas relevantes de la investigación.
—¿Cómo llegás a la figura de Roberto Quieto y qué te dio la pauta de que era una historia para ser narrada?
—En la etapa de la lucha armada, yo no era tan chica como para no ver a Quieto en televisión; no me era entonces una figura desconocida, igual que Firmenich, pero en 2003 me puse a investigar la causa (el general Pedro Eugenio) Aramburu en los tribunales y ahí leí una tesis doctoral de Richard Gillespie (escritor y ensayista inglés) que se llamó Montoneros, los soldados de Perón. El investigó a Montoneros entre el 77 y el 80 y en un momento del libro habla de la humillación a que fue sometido Quieto por la Organización y sigue diciendo que Quieto era alguien muy respetado por la militancia, que era un jefe militar enorme, que tenía una larga militancia desde los años 60, que ya había sufrido la cárcel, que había liderado la fuga de Rawson, o sea que era un cuadro muy formado y se pregunta (Gillespie) si los Montoneros nunca pensaron si a Quieto no le habrán inyectado una droga que hizo que diera alguna información, y hace como una reivindicación del tipo en plena dictadura militar.
—Allí hubo un disparador…
—Sí, eso me llamó poderosamente la atención y me pareció que había otra historia que no estaba contada, estaba la historia oficial de Montoneros y nada más; así que salí a buscar información y gente que en ese momento hubiera tenido cierto protagonismo, y la respuesta que recibía siempre era de que no tenía que meterme con esa cuestión porque iba a haber gente que se iba a molestar, de eso no había que hablar y que para qué se iba a revolver el pasado, se me cerraban todas las puertas, eso me dio la confirmación de que estaba detrás de algo fuerte.
—¿Qué tipo de gente te decía eso?
—Militantes más gruesos, (Roberto) Perdía, al principio (Fernando) Vaca Narvaja, pero él después cambió su visión y me destrabó la investigación cuando conoció al hijo de Quieto, a Guido, y después militantes cuyos nombres no trascendieron pero que fueron participantes de la lucha armada; con el tiempo muchos fueron cambiando la visión y empezaron a reivindicarlo y Vaca Narvaja me dijo que si el Negro, como lo conocían a Quieto, hubiese hablado, Montoneros desaparecía de la faz de la tierra en una semana, porque él era el jefe del área federal militar de Montoneros, sabía de todas las operaciones armadas que se habían hecho y las que se iban a hacer, sabía dónde estaba la plata, sabía dónde estaba cada jefe de cada regional, sabía dónde estaban las armas, al momento de caer él tenía la plata del secuestro de los Bunge y Born, era 40 millones de dólares; entonces si no cayó la plata, no cayó Firmenich, no cayó la cúpula de la “Orga”, no cayó la fábrica de armas, o sea un tipo que tenía ese nivel de información, y participaba personalmente de algunas operaciones, qué era entonces lo que había delatado?, ¿a una militante de base?, hubiera entregado los 40 millones de dólares para salvarse si le hubiesen dado la posibilidad; aparte yo creo, conociendo la historia posterior, que los milicos lo primero que le preguntaron fue dónde estaba la plata y no dónde estaba Firmenich. Después me pasó que yo pensaba que él era un fierrero pero cuando empecé a ahondar en su personalidad, eso se fue modificando.
—¿Eso era una suerte de prejuicio?
—No, sólo cuando llegué a la investigación; desde antes no porque no conocía su historia, sólo tenía su imagen de la tevé y las paredes pintadas con la leyenda “Quieto traidor” con la famosa insignia montonera, pero después me fui encontrando con militantes que lo recordaban bien, incluso algunos llegaron a llorar; Firmenich nunca quiso abrir la boca, Juan Pablo Unamuno que era su jefe de prensa cuando al “Pepe” lo habían traído de Brasil iba todos los fines de semana a hablar con él y advirtió que él no hablaba ni de Rucci ni de Quieto, pero con el tiempo de Rucci sí habló pero nunca de Quieto. Después dijo públicamente algo muy cínico, dijo que él sabía que Quieto había sufrido las peores torturas a las que se puede someter a un ser humano pero que ellos tenían que sentar jurisprudencia y que con un hombre que se quiebra bajo tortura no se puede crear al hombre nuevo.
—¿Qué encontraste en cuanto a diferencias entre el modo de cómo Quieto veía la política y la de otros tipos como el resto de la cúpula Montonera?
—Lo que yo descubrí en él era que a pesar de tener una formación práctica militar, era fundamentalmente un animal político, y antes de que Montoneros pasara a la clandestinidad, en el 74, él estaba planteando en el seno de la conducción nacional que había que tender los puentes hacia la política, en esos planteos se quedaba muy solo porque la posición de los otros era a ultranza; de hecho el día después al que cae tenía pautada una entrevista con Rogelio Frigerio, y ya había hablado con varios dirigentes para ver las posibilidades de integrar otra vez a Montoneros a la vía democrática. Él era un hombre secreto, nunca se sabía lo que pensaba, pero había amigos que él conservaba de las FAR y con ellos sí se abría y hablaba honestamente sobre lo que pensaba, y ellos saben que él se había dado cuenta que el militarismo de Montoneros los llevaba al abismo, ahí empieza a buscar la posibilidad de una salida política, a la que no llega porque lo secuestran antes. Tampoco tenía mucha posibilidad de sobrevivir, si no lo mataban los militares lo iban a matar los Montoneros.
—Quieto tenía habilidad para planear la logística de los golpes resonantes de Montoneros, y audacia para actuar en ellos; es una característica bastante singular, porque generalmente los que planeaban los golpes no eran los que los daban.
—Sí es verdad, Firmenich creo que no participó directamente en ninguna de esas acciones; en cambio a Quieto sus amigos dicen que era muy frío en el quilombo, era el único que conservaba la cabeza en condiciones cuando las cosas se complicaban, cuando él iba a una operación armada no sólo la organizaba puntillosamente sino que además cuando estaba en el teatro de operaciones no se le alteraba un pelo, y por otra parte tenía la característica de que le gustaba el peligro; una vez su mujer me dijo que él le había confesado que si no hubiera sido abogado o no se hubiera dedicado a la lucha armada, hubiera sido corredor de autos.
—¿Qué paradigma dirías que instala la figura de Quieto?, porque era diferente a gran parte de sus compañeros de lucha, entra más en la categoría de excepciones.
—Sí era una excepción y esto se nota más porque él era un jefe muy importante; pero había otra gente que pensaba como él, sobre todo cuando Montoneros pasa a la clandestinidad y deja a un montón de militantes de base librados a su suerte, los dejan en banda, tipos que militaban en la Universidad, en los barrios, esos tipos quedaron en el aire, les sacaron la escalera; había muchos que pensaban como Quieto pero que no tenían la posibilidad de plantear sus diferencias como él, menos en una estructura militar como era la de Montoneros.
—A él ese planteo le cuesta la condena de Montoneros, sobre todo por lo que dejás entrever en tu libro respecto a la relación que tenía con otros jefes, con Firmenich por ejemplo.
—Él tenía muy mala relación personal con Firmenich; lo que era una característica en Firmenich, llevarse mal con la gente, no era una característica de Quieto, te lo señala desde el militante más raso que te dice que cuando había reunión en la sede central de Montoneros, al entrar Firmenich no decía ni buen día y cuando entraba Quieto empezaba a los besos y abrazos con todos, y les preguntaba si necesitaban algo, si estaban bien y eso hacía la diferencia. Entre los militantes estaba muy instalada la teoría de los dos demonios y esto hacía que se replegaran, no querían hacer una autocrítica y menos públicamente porque los estaban cascoteando de todos lados, pero entre ellos sí hablaban de esto desde hacía mucho, cuando se encontraban en el exterior o estaban presos en un mismo lugar y empezaban a atar cabos de lo que había pasado con Quieto y casi todos llegaban a la misma conclusión: que no había caído nada de lo importante que él sabía, pero eso públicamente no se decía.
—Si Quieto estuviera vivo, ¿sería hoy un hombre de esta democracia?
—Creo que sí, lo veo más militando en la CTA, creo que hubiese moderado su visión de izquierda, después de la caída del Muro de Berlín, de todo lo que pasó creo que hubiera moderado su visión, pero seguramente estaría más a la izquierda que este gobierno.
—Con una mirada crítica…
—Sí, no sé si públicamente, porque era bastante orgánico, esa una característica suya, su condición de abogado lo hacía bastante estructurado.
—¿La causa sobre su secuestro y desaparición se volvió a reabrir este año?
—Estaba abierta, lo que pasa es que se empezó a agilizar, cambiaron al juez hace dos años, el nuevo tenía una visión diferente pero tampoco derrochaba simpatía con la causa, y a partir de la publicación del libro, cosas que hacía un par de años que le habían pedido los abogados, entre ellos Guido, el hijo de Quieto, empezaron a hacerse realidad, como llamar a indagatoria a (Albano) Harguindeguy, al jefe del operativo cuando lo secuestran; están también sobre la pista de varias cosas que los abogados habían ya pedido.
—No fue un trabajo menor tu libro
—Es un trabajo incómodo, pero no hice el trabajo de investigación para caerle simpática a nadie, y quiero señalar que mi idea fue contribuir para tener una visión más abarcadora de la gente que estaba en la lucha armada, de que no eran ni mártires ni demonios, eran militantes políticos que tenían un objetivo que era tomar el poder, y tenían un proyecto y creían que el método era a través de las armas, y sabían que en eso se les podía ir la vida y sin embargo continuaron adelante, y que lamentablemente, ellos que habían nacido y se habían criado en un país muy violento –porque habían vivido casi todos los golpes militares–, la respuesta que dieron a eso fue violenta también.-