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Un espectador en solitario

De lo grande a lo pequeño, a lo individual. De lo colectivo a la mirada que pone atención en los detalles mínimos. La presente edición del Festival de Teatro de Rafaela (FTR17) que finaliza este domingo en el contexto de su sexta jornada, tomó partido por algunas propuestas arriesgadas desde lo formal que, sin embargo, singularizan su valiosa identidad, construida en base a una programación ingeniosa y jugada, que siempre va por más.

Es así como esta vez aparecen fuertemente materiales que apuestan a la instancia mínima: la de un espectador por función, sin renegar de lo masivo en otros momentos de un programa rico y vasto, que puso teatro en las cuatro salas habituales, pero también en la carpa de circo con funciones abarrotadas, del mismo modo que en las plazas o en las vecinales, donde, claramente, el público prefiere ver otras poéticas.

De este modo, el programador del encuentro, Gustavo Mondino, reconocido teatrista de la ciudad, integrante de los grupos Punto T y La Máscara, que dirige el FTR17 por segundo año consecutivo, sumó a la programación de 33 propuestas, dos, que por su particular modo de vincularse con el espectador, se corren de las estéticas y formatos habituales. Se trata del montaje sanjuanino Encuentro, dirigido por Fabricio Montilla, que acontece en una cabina de madera, y del chileno Las horas negras. Trilogía de Shakespeare en miniatura, por Compañía de Teatro Microensamble, que abreva en la estética del Lambe Lambe, un modo de teatro animado con objetos que tuvo su origen en Brasil a finales de los 80 y que hoy tiene referentes en distintas partes del mundo.

Vivir el encierro

Encuentro. Cada función es vista sólo por un espectador, dentro de una cabina cerrada.

Durante los días del FTR17, las mañanas comenzaron en el Hall Carcabuey del imponente Complejo Cultural del Viejo Mercado, con las sucesivas funciones de Encuentro (48 en total), una adaptación del texto de Santiago Gobernori que llegó a Rafaela desde la ciudad de San Juan, con las actuaciones de Andrea Collado y Emiliano Voiro, bajo la dirección de Fabricio Montilla.

Con apenas quince minutos de duración, y dirigido a un público adulto, el material tiene como particularidad esencial que cada función es vista sólo por un espectador, dentro de una cabina cerrada, de madera, que tiene un metro y medio de ancho, dos de profundidad y un metro ochenta de altura.

Una vez en la caja, sentado en un extremo pero con los actores a unos pocos centímetros, cada espectador será testigo del denso reencuentro entre Ariel y Mariela, ex pareja que se adentra en una nueva cita que puede ser el final de todo el comienzo de una nueva etapa, y donde se desnudan la intimidad, lo no dicho o dicho mal, al mismo tiempo que se filtran otras problemáticas como la violencia de género y cuestiones vinculadas a las opuestas ideologías de los personajes, al menos por lo que muestran de su historia pasada y presente.

De este modo, los talentosos actores se exponen a la mirada plena, al primer plano, a la observación del detalle, algo inusual en el teatro y más propio del cine, pero exponen, al mismo tiempo, a cada espectador, a una experiencia altamente perturbadora, por los atajos que toma el relato, por las pequeñas pero ajustadísimas acciones y movimientos que llevan adelante, pero sobre todo, por la construcción de un verosímil absoluto: cualquier “mentira”, dentro de ese pequeño espacio, se vería potenciada, y eso no pasa.

Intimidad. Cada espectador será testigo del denso reencuentro entre Ariel y Mariela.

Músico, performer, escritor y director de teatro, Montilla, de vasta trayectoria en su provincia, logra desde la dirección poner a sus personajes en el borde de un abismo por el que caminan con inusitada seguridad, dejando en claro que esa ficción tiene otros modos de vincularse con un espectador que, al mismo tiempo, tendrá que lidiar con sus  miedos y fobias, encerrado por quince minutos en una cabina, quizás deseoso de que se abra la puerta.

 

 

Pequeño gran banquete

Las Horas Negras. Trilogía de Shakespeare en miniatura, por la  Compañía de Teatro Microensamble de Chile, ofrece una particular tríada a partir de tres cajas de formato Lambe Lambe donde, a razón de cinco minutos cada una, narran una historia fragmenta que toma momentos de tres textos emblemáticos de Shakespeare: Otelo, Rey Lear y Macbeth, siempre para un sólo espectador enfrentado a un manipulador de objetos.

Así, sentado cómodamente frente a cada caja, el invitado al pequeño gran banquete teatral que ofrece la compañía trasandina, será testigo de momentos singulares de las referidas tragedias, con la particularidad de que cada historia abreva en un recurso formal diferente frente a cada uno de los relatos. Pequeños objetos sabiamente manipulados, marionetas de guante de inusual realismo, o sólo unas manos para emular la sangrienta faena que acontece en  Macbeth, el material, donde cada espectador accede además a un relato grabado a través de unos auriculares donde se escuchan las voces de prestigiosos artistas chilenos, sirve para entender que la escala desaparece cuando lo que se cuenta tiene un valor y un sentido. Es así como el asombrado espectador no podrá dejar de mirar, casi como un voyeur, las instancias de tres relatos contados con maestría, donde no se admiten ni la torpeza ni la desconexión, porque todo es milimétrico y de relojería.

Con creación y dirección de Romina Herrera, y la participación en escena, además de la propia directora, de las manipuladores Anaí Núñez y Samanta Pizarro, la propuesta, estrenada en el Centro Cultural Gabriela Mistral y de amplia presencia en festivales de Chile, recorrió distintos escenarios de la ciudad de Rafaela y de este modo interpeló y desafió al público local a ser cómplice de un momento de ficción bellamente contado. Así pasó tanto por uno de los espacios del Viejo Mercado, como por el Hospital Dr. Jaime Ferré, el hall del Centro Cultural Municipal antes o después de una función, la Plaza 25 de Mayo o la Estación Terminal de Ómnibus, donde los viajeros vieron interrumpida la abulia de la espera por una pequeña rareza que, seguramente, rondará en sus cabezas por mucho tiempo.

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