Si hay una obra que, por capas, es el resultado de otras obras, de otros escritos, de otras miradas y sentidos, uno dentro de los otros, y que tiene su origen en un viejo cuento, una leyenda del folclore alemán del Siglo XV, esa obra es Fausto, la metáfora de un hombre que vende su alma al diablo para garantizar su juventud.
La gauchesca argentina, a mediados del siglo XIX, produjo, a partir de la pluma del icónico poeta Estanislao del Campo, su propia versión, o reversión de esa historia: Fausto, Impresiones del gaucho Anastasio El Pollo en la representación de esta Ópera (1866), donde la historia se desarrolla en el campo, en la provincia de Buenos Aires, en la época de la Guerra de la Triple Alianza, y donde un gaucho, el referido Anastasio El Pollo, le cuenta a su amigo Laguna, con gran sorpresa y lujo de detalles, los acontecimientos de la ópera de la que fue testigo, justamente Fausto, de Gounod, a partir del clásico de Goethe, en un viejo teatro cercano a lo que hoy es la Plaza de Mayo y que podría tratarse del Colón.
A partir de allí, de lo que esa relación representa y emana, en esa soledad de la pampa que es la excusa para encontrarse y dar rienda suelta a sus deseos, se vuelven a cruzar ahora estos dos hombres de tierra adentro. “Ese territorio argentino, la pampa, asociado a los valores más puros, se transforma en una zona liberada de fantasías y más temprano que tarde el diablo mete la cola”, plantean los referentes de un equipo de artistas rosarinos que retomó y revisó el vínculo con una mirada contemporáneo e impronta de género para producir Un Fausto Queer, entendiendo por tal a todo aquello que no encaja dentro de lo establecido o “rotulado”, una obra que, en carácter de estreno, se presenta este jueves y viernes en el Centro de Expresiones Contemporáneas (CEC).
El montaje reúne a un gran equipo artístico que cuenta con idea, interpretación y dirección de David Gastelú y Carlos Chiappero, con la participación de las y los bailarines Laly Krupp, Leonardo Tabares y Casandra Martínez, luces de Federico De Battista, asesoramiento de vestuario de Ramiro Sorrequieta, escenografía de La Tramoya, realización audiovisual y fotos de Guillermo Erijimovich, voz en off de Guillermo Peñalves, diseño gráfico de Diego Stocco, colaboración dramatúrgica de Matías Martínez, asistencia de dirección de Natalia Camuso, y producción general de La Tramoya y Compañía Du Cul Du Monde.
“Está obra es como una gran mamuschka, hay varias cuestiones superpuestas, vinculadas un poco con el Fausto de Goethe, un poco con el cuento y de la fábula. Y sobre todo, con el clásico argentino. Son dos personajes que se encuentran y uno le cuenta al otro que vio la ópera Fausto en el teatro Colón. Lo que cuentan estos personajes es lo que aparece en la obra que se empieza a abrir por capas, no es otra cosa, es lo que siempre estuvo ahí, pero ahora tenemos la capacidad de verlo y contarlo de otro modo. Ahí es donde aparece nuestro ojo afilado para plantear otra mirada de esa misma situación o historia. Digamos que la hipótesis de Estanislao del Campo es respecto de las clases sociales, de la diferencia de clases; de cómo un gaucho entra de repente al Colón, ve una ópera y eso lo maravilla y lo asombra de tal manera que se termina hasta creyendo lo que vio, y así se lo cuenta a su amigo con un dejo de inocencia. El autor nos acerca la figura del gaucho como la de un ingenuo, alguien carente de un montón de información. Nosotros nos basamos específicamente en el encuentro de estos dos gauchos en el medio de la inmensidad de la pampa, donde no hay mucho para hacer y donde la sórdida llanura los puede llevar a liberar una zona de fantasías y de deseos reprimidos entre ambos”, contó David Gastelú.
Y sumó: “Nuestro ojo disidente está puesto justamente en eso, en el deseo de esos dos hombres, con la intención, de algún modo, de desmitificar la idea que tenemos del «hombre argentino», de un gaucho, un hombre siempre asociado a los valores puros y patriarcales que, por qué no, también pueden ser nuestros Don Pollo y Don Laguna que terminan liberando sus fantasías y sus deseos ocultos”.
El creador habló también del campo de lo estético e interdisciplinario de la propuesta, donde lo Queer tiene un gran peso más allá del modo en el que se cuenta la historia: “Nosotros venimos del teatro pero con otras intervenciones, y aquí con un cruce entre la danza urbana y el relato audiovisual, abordando un lenguaje híbrido. En mi caso, hace algunos años que vengo incursionando en una cuestión más plástica, más física en el teatro, y en un lenguaje más corporal. Sabíamos que la danza o las artes del movimiento en general iban a estar presentes cuando empezamos a armar esta hipótesis de la disidencia y además, en lo primero que pensamos, fue en la reivindicación de las disidencias hoy en día en Rosario, una disidencia real y concreta, que viene de la escena Ballroom donde el cuerpo tiene un peso muy importante, a partir del Movimiento Kiki y sus diferentes casas, en particular con Casa Mostricia, con la que trabajamos”.
Y profundizó: “La propuesta fue empezar a hacer un cruce entre nuestras artes escénicas y las danzas urbanas, ahí entraron justamente estos dos códigos, estos signos teatrales que a nosotros nos parecía que potenciaban y sumaban a la historia, y también el relato audiovisual. Si bien con Carlos (Chiappero) nunca habíamos trabajado juntos en un proyecto como éste, con tanto tiempo de ensayo y de búsqueda, sí teníamos y compartíamos ideas y procesos que en algunas partes del relato queríamos contar mediante el recurso audiovisual. Ahí surgió la idea de trabajar con uno de los chicos del Planeta Cabezón y también sumamos el aporte de Matías Martínez (dramaturgo, director y maestro), que conoce y trabaja con ese cruce de lenguajes. Matías nos desordenó un poco más, pero en el mejor de los sentidos; nos ayudó a ver y a repensar cosas, porque aparte no es esa idea de desorden que nosotros teníamos, sino una fragmentación que él nos propuso y que nos sirvió para encontrar el carril por el cual seguir”.
Ya con la impronta de un drama Queer y el cruce entre el teatro, las danzas urbanas y el relato audiovisual, la obra pone a dialogar y tensiona dos universos aparentemente opuestos: el de lo gaucho, asociado a lo conservador y patriarcal, y el de una ópera Queer, como imagen de las disidencias sexuales y de género. “Lo que buscamos es poder desmitificar un poco esos viejos conceptos, ya arcaicos, de lo que es la masculinidad, también de lo que es la amistad. Pero sobre todo, ponemos el acento en contar otras masculinidades y también que la masculinidad y la feminidad en algún momento se cruzan. Rompemos un poco las normas porque mostramos eso que se sale de la norma, se corre un poco al costado del camino para contar otra cosa. Y es muy interesante revisar algunos textos escritos hace tanto tiempo para poder hacer nuestras propias derivaciones, siento que los textos escritos incluso hace siglos siempre guardan un montón de posibilidades, nuevas miradas que dialogan con cada época. La mayoría de los textos que aparecen en la obra son los originales, buscamos ser lo más fieles posible en algunos fragmentos o pasajes, pero como en este momento están en nuestras bocas te llevan a otro lugar”, planteó Gastelú finalmente.
Para agendar
Un Fausto Queer se conoce este jueves y viernes, con funciones estreno, a partir de las 21.30, en el Centro de Expresiones Contemporáneas (CEC, Paseo de las Artes y el Río). Las entradas se pueden comprar en la boletería, antes de cada función, o bien anticipadas, acá: https://linktr.ee/unfausto