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Un festival anti Sinatra permitió hace 40 años el debut porteño de la Trova Rosarina

El Festival de la Música Popular Argentina, en cuyo marco debutó en las grandes ligas una pléyade de figuras rosarinas, fue una respuesta a la política cultural de la segunda etapa de la dictadura cívico-militar

Carlos Polimeni / NA

Un festival organizado por una revista para repudiar la visita a la Argentina del astro estadounidense Frank Sinatra en la segunda etapa de la última dictadura cívico-militar permitió hace cuarenta años el debut en un estadio porteño de una pléyade de artistas rosarinos que aportaron una impronta notable a la historia de la música argentina contemporánea.

Convocados casi de apuro a un festival de tres días en rechazo a la venida del cantante, propulsada por un grupo empresarial que contaba con el aval explícito del presidente de facto Roberto Viola, debutaron en el estadio de Obras Sanitarias los futuros solistas Juan Carlos Baglietto, Fito Paez, Silvina Garré y Rubén Goldín.

Los artistas, que cantaban temas firmados, entre otros autores santafesinos, por Jorge Fandermole, Lalo de los Santos y Adrián Abonizzio, grabarían pocos meses después el exitoso disco Tiempos difíciles, el LP que visibilizó a nivel nacional a una generación de grandes autores, compositores e intérpretes que encontraría un nombre en común en la denominación de La Trova Rosarina.

Hoy suena raro que a alguien pueda plantear un festival de oposición a la visita de una estrella musical, pero la verdad es que las cosas eran diferentes en el segundo semestre de 1981, cuando vastos sectores de la cultura nacional veían con ojos más que críticos las maniobras de los militares para blanquear ante la opinión pública internacional su ensangrentada imagen.

La Junta Militar estuvo detrás, apoyando y monitoreando, de las promocionadas actuaciones de ese año del grupo inglés Queen y el famoso crooner estadounidense, que además aceptaron sendas reuniones con Viola, quién les garantizó con modos amables, aunque castrenses, que estaban en un país tranquilo en que se respetaban los derechos humanos, pese a que en el exterior existía una “campaña anti Argentina”.

En el llamado Festival de Música Popular Argentina en repudio a los shows de Sinatra confluyeron en el estadio de Obras Luis Alberto Spinetta, Facundo Cabral, el Cuchi Leguizamón, Rubén Rada, Manal, Cantilo-Durietz, el Cuarteto Zupay, Víctor Heredia, Dino Saluzzi, el Sexteto Tango y cuatro grupos que representaron al interior: Markama de Mendoza, Redd de Tucumán, Fata Morgana de Santa Fe, y la banda de Baglietto y compañía.

En el número de agosto de 1981, la revista Pan Caliente había presentado en la tapa un montaje que simulaba un tomatazo en el rostro de Sinatra, copiando el concepto con que tres años antes El Expreso Imaginario había recibido el estreno del film Fiebre del sábado por la noche: la idea en común era oponerse a la difusión que daban los medios a productos de banalidad explícita, al menos para la conflictuada Argentina de entonces.

Los empresarios argentinos que contrataron a Sinatra y terminaron perdiendo muchos miles de dólares por la hiperinflación generada por las políticas económicas del Gobierno que los apoyaba, habían planeado seis actuaciones, que consistían en cuatro cenas para un público que se autopercibía como exclusivo, ya que se celebraban en el Hotel Sheraton, y dos en el Luna Park, con una vasta cobertura mediática.

Los organizadores del festival de los que se oponían también a que se cobraran fortunas al público (los tickets más caros cotizaban a mil dólares) para ver un show planificado para ayudar a la imagen de una dictadura, pensaron en entradas a precios muy populares, por lo cual llenaron durante tres noches consecutivas Obras, aunque sólo algunos medios registraron lo que había ocurrido.

La fecha que les tocó a los rosarinos, en rigor reemplazando al recién disuelto grupo Irreal, que era la idea original, conserva “el valor histórico de haber significado el kilómetro cero de la proyección nacional de Juan Carlos Baglietto y su barrabrava: Fito Páez, Rubén Goldín, Silvina Garré, Adrián Abonizio, Jorge Fandermole, Lalo de los Santos y tantos más”, escribió el crítico Mariano del Mazo.

Que la idea de oponerse con buena música nacional a la visita de un grande de la música internacional prosperase y fuese exitosa tuvo que ver, ante todo, con un estado social de efervescencia larvada, en que los pronunciamientos contra la continuidad de los militares eran constantes en el ya agitado ambiente cultural, aunque no siempre llegasen a los medios de comunicación, muchos de ellos manejados por el Estado.

Esta etapa ya no era el imperio del silencio: mientras había una devaluación anual del 400 por ciento y la Academia Sueca premiaba con el Nobel de la Paz al arquitecto Adolfo Pérez Esquivel por su lucha contra los crímenes de la dictadura, los dramaturgos, realizadores y actores llevaban adelante la idea de Teatro Abierto y bandas como Serú Girán llenaban estadios con canciones que desbordaban de alusiones a la opresión del poder militar.

El empresario Andrés Cascioli se adueñó de la idea del Festival Anti Sinatra desde la por entonces exitosa y crítica revista Humor, que tiraba 150 ejemplares quincenales. Obras puso su estadio a disposición por una módica ganancia, y los responsables de un local llamado La Trastienda se encargaron de convocar a los artistas. Dice la historia que aquella movida terminó instalando en la Capital Federal a los rosarinos.

La visita de Sinatra fue producto de una alianza comercial entre un empresario que era su fan, Ricardo Finkel, y el famoso cantante Palito Ortega, que en el lustro anterior había montado la productora cinematográfica Chango, especializada en generar películas de baja calidad y tufillo a propaganda de la dictadura, entre ellas Brigada en acción de 1976 y Dos locos en el aire de 1977.

Aquel debut porteño, en ese marco, actuó como catapulta para el reconocimiento inicial de una Nueva Trova que la gestora cultural Chiqui García considera ahora como portadora de un estilo caracterizado por “el cruce de géneros” y el tránsito por “la vereda de la libertad”, que incluía “los arreglos más innovadores y un aire nuevo increíble que olía a agua, a urbe, a grupo, a juventud”.

Una porción interesante de aquella pléyade celebró hace unos días esos cuarenta años de actividades nacionales con una presentación por streaming de la edición fílmica de un hermoso concierto que los unió, antes de la pandemia, en el Teatro El Círculo de Rosario, con arreglos nuevos para un repertorio de 22 canciones, entre ellas clásicos como “Era en abril”, “El Témpano”, “Mirta, de regreso” y “Oración del remanso”.

Por entonces, contó Silvina Garré en una reciente entrevista radial en AM 990, nadie estaba en condiciones de suponer que el que mayor éxito comercial y artístico tendría de ellos era el joven Fito Páez, que tenía apenas 18 años, y estaba, sin saberlo, a pocos pasos de empezar su carrera solista, ser convocado para integrar la banda de Charly García y de recibir el espaldarazo de un temprano disco doble compartido con Luis Alberto Spinetta.

Baglietto, Garré, Fandermole, Goldín, Abonizio y Fabián Gallardo, ex integrante de una de las bandas de Páez, ensayaron para el show que está disponible desde el jueves 7 por streaming con un cuarteto eléctrico casi sin darse cuenta de que hace cuarenta años ya existían grietas que el futuro no entendería, pero que hablan, desde el pasado, de lealtades y complicidades, de honores y obsecuencias, de un país demasiadas veces al borde del incendio.

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