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¿Un fútbol sin cabezazos?

¿Los golpes de cabeza pueden producir enfermedades degenerativas en el cerebro? El efecto que causó en grandes cabeceadores de las décadas pasadas abre el interrogante

Por: Mariano Hamilton

Hace unos días circuló la versión que sostenía que Daniel Passarella sufría una enfermedad degenerativa del cerebro, la que luego fue desmentida por su familia.

La cuestión levantó la alarma en el fútbol local porque se sumaba a los casos del Patón Bauza y de José Luis Brown, todos defensores y grandes cabeceadores en las décadas del 70/80.

Más allá de la desmentida de la familia de Passarella, igual hay alarma en el fútbol local y también en el internacional porque diversos estudios demostraron que los cabezazos frecuentes en el fútbol generan microlesiones que devienen en futuras enfermedades degenerativas del cerebro. Es cierto que los casos, en porcentaje, son pocos, más que nada con consecuencias graves. Sin embargo, diversos estudios realizados en diferentes partes del mundo avanzan sobre la inconveniencia de los cabezazos, especialmente en las divisiones formativas.

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Hay varias cuestiones a tener en cuenta. La primera es que los balones de ahora no son ni por asomo lo que eran antes. De aquella vieja pelota de tiento, pasando por la bien ponderada Pintier hasta hoy, las pelotas sufrieron alteraciones drásticas que las hicieron más livianas y menos propensas a causar traumatismo. Recuerdo lo que decíamos aquellos niños que hacíamos nuestras primeras armas en las divisiones inferiores de los clubes por allá por la década del 70: “Cabecear una Pintier mojada es igual a cabecear un adoquín”.

La medicina no es una ciencia exacta. Pero tampoco es el despacho de un detective privado, por lo que no se pueden armar teorías a partir de sospechas. Para eso existen los estudios, las resonancias magnéticas y los patrones estadísticos que se puedan cosechar con el paso de los años.

El médico y ex jugador Juan Manuel Herbella acaba de escribir en el medio «442» una nota en la que sostiene que “a pesar de que el fútbol es un deporte de contacto y en donde los choques de cabeza son algo habitual, es muy poca la evidencia científica en casuística sobre el impacto de los microtraumatismos de cráneo, tanto por cabezazos como por choques, en la salud cerebral de los jugadores”. Y agrega que “dado que hay muy pocas investigaciones sólidas y esclarecedoras sobre la magnitud y causas del problema, cualquier determinación estricta que se tome sobre un cambio en las reglas de juego se basará en la opinión colegiada de expertos y no en evidencia científica certera. Un ejemplo es la medida actual tomada por el fútbol inglés de prohibir los cabezazos en menores de 12 años. ¿Por qué prohibirlo hasta los 12 años y no hasta los 13 o hasta los 14 o hasta los 15? Al fin de cuentas, un niño en etapa de crecimiento puede no condecir su edad cronológica con su edad madurativa”.

Herbella hace referencia a la decisión de la Federación Inglesa, en 2020, de prohibir a los niños de entre 6 y 11 años cabecear durante las sesiones de entrenamiento. A esta iniciativa se sumaron Escocia e Irlanda del Norte. Las nuevas pautas dicen que “esto ayudará a los entrenadores y maestros a reducir y eliminar el cabezazo repetitivo e innecesario del fútbol juvenil”, dijo Mak Bullingham, director ejecutivo de la Federación de Inglaterra.

Luego Herbella cita a Geoff Manley, profesor de Neurología en las Universidades de Medicina de San Francisco y Nueva York, quien dice en su estudio “A systematic review of potential long-term effects of sport-related concussion” (“Una revisión sistemática de los posibles efectos a largo plazo de la conmoción cerebral relacionada con el deporte”) que “las conmociones cerebrales y los microtraumatismos reiterados son un factor de riesgo para el deterioro cognitivo y los problemas de salud mental en algunos individuos que practican deportes a nivel competitivo”.

Mencionamos los casos de Bauza y de Brown, pero en el mundo hay más situaciones que despertaron las alarmas: en 2002, con solo 59 años, el futbolista británico Jeff Astle, autor de más de 80 goles gracias a su estupendo cabezazo, murió de manera traumática y el forense del caso estableció que “su cerebro estaba gravemente dañado”.

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Un estudio realizado por la Universidad de Glasgow comparó las causas de muerte de casi 8 mil ex jugadores de fútbol escoceses nacidos entre 1900 y 1976 con las de otras 23 mil personas. Los resultados establecieron que los ex jugadores tenían 3,5 veces más de posibilidades de morir de una enfermedad neurodegenerativa.

Otra investigación, que contó con la participación de 89 futbolistas noruegos, encontró que el cabezazo repetido cambia los patrones sanguíneos en la zona. Esos hallazgos se están usando para detectar lesiones cerebrales tempranas. Esta investigación se publicó en la revista científica Brain Injury y es el dato más reciente que marca los riesgos que implica el cabezazo en el fútbol.

“Se descubrieron alteraciones específicas en los niveles de microARN en el cerebro al analizar muestras de sangre de 89 jugadores”. Los microARN son moléculas que ayudan a regular la expresión génica, a través de las cuales las instrucciones del ADN se convierten en productos, como proteínas, en los fluidos corporales. Los hallazgos indican que esos cambios de nivel se pueden utilizar para detectar lesiones cerebrales de manera temprana.

Los científicos tomaron muestras después de golpes accidentales y después de sesiones de entrenamiento diseñadas específicamente: 48 de los jugadores analizados participaron en una sesión que incluyó cabezazos repetidos, lo que permitió llegar a las conclusiones.

En la revista ConSalud.es, la periodista Lorena García, narra que un escaneo del cerebro en deportistas descubrió que las hiperintensidades de la materia blanca se han asociado con cambios neuropatológicos. Y que esas hiperintensidades de materia blanca eran más comunes en los atletas que practicaban deportes de contacto por más tiempo o tenían más impactos en la cabeza.

La sustancia blanca está en los tejidos más profundos del cerebro (subcorticales) y contiene fibras nerviosas (axones), las cuales son extensiones de las células nerviosas (neuronas). Muchas de estas fibras nerviosas están rodeadas por un tipo de envoltura o capa llamada mielina. La mielina le da a la sustancia blanca su color y también protege a las fibras nerviosas de lesiones, además de mejorar la velocidad y la transmisión de las señales eléctricas de los nervios a lo largo de las extensiones de las células nerviosas llamadas axones. O sea que lo que realmente se ve afectada es la sustancia blanca del cerebro.

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El estudio al que hace referencia Lorena García pone es esclarecedor: se realizaron 75 autopsias a personas que estuvieron expuestas a impactos repetitivos en la cabeza y que habían reportado síntomas de deterioro neurológico. Esto incluyó a 67 jugadores de fútbol y 8 atletas en deportes de contacto. Todos donaron sus cerebros tras su muerte con el fin de avanzar en la investigación sobre los efectos a largo plazo de los impactos. Los investigadores analizaron los registros de los cerebros y los compararon con otros estudios que esos individuos se habían realizado cuando estaban vivos. La edad promedio de los atletas al morir fue de 67 años y se consideró que el 64% había tenido demencia antes de la muerte.

La pregunta que uno se hace con toda esta información en la mano es: ¿Qué se puede hacer? ¿Se debe jugar al fútbol sin cabecear la pelota? Es cierto, como ya dijimos, que los balones hoy son más livianos, pero eso no quiere decir que no produzcan microlesiones. ¿Hay forma de prevenir? ¿Alcanza con los estudios realizados o hay que profundizar las investigaciones para no llegar a conclusiones parciales o erróneas?

Esta nota no cierra ninguna puerta, obviamente.

Al contrario: deja muchas preguntas sin respuesta y obligan a revisar muchas de las acciones que tenemos naturalizadas y pueden resultar nocivas para la salud.

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