Mercedes Ojeda tiene 34 años. Vivió casi siempre en barrio Las Flores, donde hoy lleva adelante el Centro Comunitario San Nicolás, ubicado en Hortensia 2020. Allí asiste a los más chicos con un comedor y la copa de leche; mientras que su marido se ocupa de los adolescentes a quienes le enseña a insertarse en el trabajo a través de su oficio de letrista de cartelería. Ojeda no está sola: la acompañan varias vecinas que buscan día a día mejorar la vida de los pibes de Las Flores. En diálogo con El Ciudadano, Ojeda cuenta su historia, enmarcada por la solidaridad.
A Mercedes no le quedan rastros de la tonada correntina de su ciudad natal. Es que si bien nació en Corrientes sus padres vinieron a Rosario cuando ella tenía tan sólo un año y fue precisamente en el barrio Las Flores donde transcurrió toda su vida y las de sus 14 hermanos. “Todos del mismo padre y la misma madre”, aclara con orgullo.”Ellos estuvieron juntos 50 años. Hace cinco años que perdí a mi papá y quedó mi mamá, con mi hermano más chico, que tiene 23. Y a pesar de ser tantos hermanos, mi mamá siempre nos trató de educar, de llevarnos a la escuela. Con pocos recursos nos crió y salimos adelante”, sostiene.
—¿Cómo se formó el Centro Comunitario?
—Mi marido hace 20 años que es letrista y una vez estábamos en una esquina y me dice: “Vamos a hacer un galpón para traer a los chicos de la calle y les enseño”. Y empezamos con ese sueño, sin ayuda de nadie, y de a poco se fueron sumando. Algunos tienen su familia pero van y vienen y siempre hay un respeto entre todos. Les gusta lo que hacen: aprendieron a soldar, a pintar, por ejemplo.
—Y consiguieron trabajo.
—Agarran trabajos en el barrio. Los propios vecinos les piden que les hagan rejas, toldos y lo que cobran por eso se lo reparten entre quienes lo hacen. Si en el día vinieron tres, hacen el trabajo los tres y se dividen lo que les toca a cada uno. Mi marido no quiere nada, lo único que les dice es que se vayan comprando electrodos para soldar, para que tengan para trabajar. Hace tres años que estamos con esto.
—¿De qué otras cosas se ocupa el Centro Comunitario?
—Los lunes es comedor y los sábados damos la copa de leche. Hacemos 270 raciones con un subsidio de 1.300 pesos. No hacemos nada con plata: carne, tenemos que comprar aproximadamente 20 kilos y está carísima; y unos 25 kilos de fideos. La otra vez, para el 9 de Julio, hicimos 800 empanadas.
—¿Quiénes los ayudan?
—Ana García, que es la cocinera, Delia Río, Natalia Monzón que nos ayudan a hacer los pastelitos y Roxana Romero, que es profesora de gimnasia y nos ayuda a dar clases de apoyo para los chicos los lunes, miércoles y viernes por la tarde. Los ayuda a hacer la tarea, les enseña las tablas, a leer…
—¿Y qué necesitan?
—Ayuda de mercadería, sillas, mesas, dinero, libros, lo que sea. Todo sirve, los chicos lo van a agradecer, porque vienen chicos que no están anotados en la lista y piden igual, y no podemos decir que no.
—¿Cómo conoció a su marido?
—Acá, en el barrio, y hace casi 20 años que estamos juntos. Él se llama Julio Montenegro. Y con él tengo tres hijos. Dos hijas de 19 y 15 años y un hijo de 13. Mi hija mayor va a ser mamá: dentro de unos meses voy a ser abuela de Benjamín y estoy muy contenta.
—¿Qué sueña para sus hijos y para su futuro nieto?
—Para mis hijos siempre voy a querer lo mejor. La de 19 dejó el colegio en cuarto año y yo quiero que ella termine el secundario, que tenga un estudio y sea alguien. Estaba haciendo diseño gráfico para ayudarlo al padre y ahora con el tema del embarazo abandonó, pero va a seguir y terminar en un Eempa el secundario, y mi otra hija también va a seguir diseño gráfico.
—¿Cuál es la lección más importante que le dio la vida?
—Aprendí a hablar mucho con los chicos, enseñarles lo mejor, la educación y lo principal: que sean buenas personas.
—¿Es la vida que esperaba, con la que soñaba?
—Siempre uno quiere lo mejor para uno y ahora se lo contagio a mis hijos. Siempre pido lo mejor para ellos, que sean alguien el día de mañana. Que no se queden en el sueño: hay que cumplirlo. A veces me dicen los chicos que les gustaría hacer esto o aquello, y yo les digo que lo hagan: a los ponchazos, pero se va a poder. Yo vivo porque los veo bien a todos, mi familia, mis hijos, y me hace feliz poder ayudar a los chicos del centro comunitario, me hace bien. Traté de conseguirles un plan de 200 pesos para dos señoras y todavía me queda hacer el trámite para otra. No hay que perder la esperanza.