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Un geógrafo francés indagó sobre cómo habitar el espacio a partir de la pandemia

Uno de los invitados de “La Noche de las Ideas” –donde participó Rosario– habló sobre las relaciones individuales y colectivas con el medio ambiente en tiempos del coronavirus y “recordó que el individuo es un ser espacial ya que el espacio sostiene la existencia social"

Uno de los principales invitados de La Noche de las Ideas –que en su quinta edición hizo escala en la costa atlántica y por primera vez incorporó a la Ciudad de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y Rosario, para orbitar en torno al concepto de cercanía y pensar las relaciones individuales y colectivas con el espacio y el medio ambiente, justamente en tiempos de pandemia– el geógrafo Michel Lussault participó con una charla virtual sobre “la cercanía bajo la influencia del virus”, donde destacó que la experiencia de confinamiento y pandemia constituyó un “caso límite” que permitió “recordar que el individuo es un ser espacial, ya que el espacio sostiene la existencia social”.

¿Qué significa ser un ser espacial y por qué el espacio puede echar luz sobre la dimensión social y aportar una lectura distinta sobre lo que generó la pandemia en los vínculos humanos?

Desde su formación de geógrafo, Lussault lo entiende así: “Es la configuración de la materia y las ideas mediante la cual las vidas humanas son posibles. Es una condición de posibilidad de la existencia, aquello que apuntala una experiencia humana fundamental: es decir, la práctica espacial de convivencia concreta. Lo que yo llamo espacialidad: convivencia concreta con otros individuos y con lo no humano, objetos y cosas”.

En un video transmitido desde Francia, el profesor de la Universidad de Lyon acercó algunas ideas para reflexionar “sobre la proximidad bajo el influjo del virus”, desde una perspectiva que supone que el “ser humano está siempre en un devenir espacial, ya que esa convivencia es una actividad incesante”.

En un mundo que avanza entre cierres y aperturas y donde la lógica frente al contagio es la de encerrarse, la humanidad se vio “forzada a soportar una inacción obligada” y si bien las redes del mundo digital significaron un mecanismo de socialización, lo cierto, a decir de Lussault, es que por momentos parecen “una parodia”: “Lo que nos falta es la exposición al exterior, a ese espacio material poblado de otros humanos que recibe nuestras acciones y sin el cual nuestra vida se restringe”.

La política nace en el espacio que hay entre los hombres

Con el diagnóstico planteado, el francés sostuvo que “el mérito de este período, si es que es lícito reconocerle un mérito, es el de constituir un caso límite que permite recordar que el individuo es un ser espacial, ya que el espacio sostiene la existencia social” y como “el ser humano está compuesto de espacialidades que traman su existencia es fácil comprender que una prueba de confinamiento, que coloca a la espacialidad bajo un estrés significativo, pueda tener impacto psíquico en las personas”.

En su reflexión citó una frase de la filósofa alemana Hannah Arendt, que incorpora la dimensión del espacio en la trama de lo social y “nos coloca ante una concepción muy societal de la política concebida como relación espacial”. Dice así: “El hombre  es apolítico. La política nace en el espacio que está entre los hombres. Por ende no existe una sustancia verdaderamente política. La política nace en el espacio intermedio y se constituye como relación”.

En su exposición, el francés destacó que “el espacio es la condición que exige a los individuos y a la sociedad aprender a pensar, a gestionar, a regular la distancia que separa a los seres humanos y que separa toda realidad distante, sea esta humana o no humana.

Ser distinto es estar aislado en el espacio”, señaló. Y agregó: “La espacialidad constituye ese hacer con el espacio, una suerte de geopolítica de lo cotidiano que asegura la construcción del sistema relacional y el acomodamiento de las cosas, lo que permite controlar la distancia y el emplazamiento de cada uno”.

En este sentido, “hallar la distancia adecuada en nuestras acciones cotidianas es saber ubicarse, saber ajustar los registros y los usos del distanciamiento y la cercanía”.

Cómo interviene la proximidad

“La proximidad es el conjunto de principios que codifican los distanciamientos y las cercanías aceptables para una persona y/o grupo”, definió el académico para luego afirmar que “toda la historia de las sociedades está marcada por la potencial conflictividad expresada por el espacio que está entre los hombres y por la distancia”.

Lussault continuó ese razonamiento de la relación con el espacio para sostener: “Los espacios para los cruces y las reuniones se tornan ahora inoperantes. Todos nuestros allegados son lejanos, apartados por la pandemia. Y la propia proximidad del contacto está devaluada. Se convierte en un riesgo y hay que reducirla al máximo”.

Y bromeó al decir que “nos hemos convertido en nuestro allegado predilecto” por lo que “nuestra única referencia es la mismidad, literalmente, cada día nos reducimos a lo mismo. Ya no podemos experimentar la apertura hacia el otro en los espacios de anclaje extradomésticos”, tales como el trabajo, el turismo, la cultura, la recreación, por mencionar algunos.

En este sentido, “el confinamiento no sólo nos cerca sino que mortifica los movimientos, los cuales se ven obstaculizados, puesto que son responsables de la difusión acelerada y mundial de la enfermedad” sostuvo el geógrafo sobre esa idea de movimiento y así mostrar una incomodidad paradójica ya que en las últimas décadas fue tomada como un valor cultural y social y ahora se convirtió en algo “peligroso”, incluso ven como un ideal la posibilidad de “el no contacto”.

La amenaza del otro cuando está cerca

“Ahora bien –continuó–, el régimen de espacialidad legitimado por el confinamiento instaura la sistematización de la desconfianza. La exigencia de la distancia social y de los gestos preventivos postula que el otro cuando está cerca es una amenaza, que conviene desconfiar y guardar una distancia prudencial”.

En esa línea de sospecha constante, “el único prójimo aceptable sería aquel que es mi homologo”, argumentó Lussault para luego advertir que “la alerta actual vinculada con la pandemia reforzaría el atractivo de esas mitologías de la desconfianza”,  lo que “les confiere un nuevo alcance pues converge con decisiones políticas, sanitarias y de seguridad que son presentadas como incuestionables por estar fundadas en la medicina”.

A modo de conclusión, el geógrafo consideró que desde el inicio de la pandemia “acompañamos la implementación de lo que llamaría «geopoder», un sistema de ideas, instrumentos, prácticas e instituciones legítimas que pretenden organizar la vida espacial y regular nuestra proximidad”; un «geopoder» que si bien es de crisis convoca a preguntarse “si no estará diseñando las posibles orientaciones para el futuro de la convivencia”, alertó sobre esta cuestión que se plantea elemental y esencial a la vez.

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