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Un gran destino en Latinoamérica

Países como España, Chile, Uruguay y Colombia estuvieron representados por materiales que, en su génesis, problematizan sobre realidades que encuentran en Argentina una gran caja de resonancia

Miguel Passarini / Enviado especial

Con la firme decisión de que el Festival de Teatro de Rafaela (FTR) adquiera el vuelo que se merece y ocupe el lugar que se ganó en el mapa de los festivales de Latinoamérica y el mundo, la presente edición, y como viene pasando en los últimos años, rompió con las fronteras del país y salió a campear nuevos horizontes para un encuentro que, si la decisión política de mantenerlo sigue gozando de buena salud, en los próximos años, tiene por delante un tiempo de cosecha importante y sin un techo a la vista.

En ese recorrido, y de cara al cierre de este domingo, tras la atractiva coproducción de apertura entre Chile y España, Nómadas, de Edurne Rankin y Álvaro Morales, la programación ofreció otras propuestas internacionales también de Chile, Uruguay y Colombia, de poéticas disímiles pero que en todos los casos encontraron un eco en un público local claramente entrenado para abrirse siempre a los nuevos desafíos.

Ecos del continente

Sebastián Calderón, desde Uruguay, llegó al FTR como dramaturgo y director de Otros problemas de humanidad, protagonizada por los talentosos José Pagano, Laura Martínez y Cecilia Yáñez, una obra que abreva en una gran diversidad de lenguajes, siempre inscripta en el género comedia, pero que coquetea con lo dadá, a instancias, dentro de la ficción (aunque algo teñida de realidad), de tres jóvenes artistas emergentes que insisten con poner en tensión de manera permanente su deseo de concretar el sueño de escribir, pintar y cocinar (cada uno a su tiempo), en un departamento compartido en la Ciudad Vieja de Montevideo.

Más allá de esta circunstancia, el material exhibe otra condición que es aún más importante: habla de lo que puede llegar a ser el éxito o el fracaso y sus consecuencias, e interpela al espectador en su condición de tal, en relación a cómo esa variable pueda ser o no determinante de un cierto canon de felicidad, cuando todas parecen ser piedras en el camino.

«El Dylan», de Aliocha de la Sotta.

También se vio El Dylan, que desde Chile acercó su propuesta de teatro documental, a partir del minucioso trabajo de la compañía La Mala Clase, con dramaturgia de Bosco Cayo y dirección de Aliocha de la Sotta, en el que se discurre acerca de los entretelones de un hecho de transfobia acontecido hace unos pocos años en Chile.

Con un destacado recorrido en el teatro para adolescentes, el grupo se inmiscuye en un caso real acontecido en La Ligua, en la zona central del país trasandino.

Una mujer y su marido miran por la ventana, él es un ex carabinero que se está quedando ciego y ella, una vendedora de dulces. Los personajes son los que relatan la mutación del Dylan en su tránsito a convertirse en Andrea, quien a los 26 años muere trágicamente apuñalada a unas pocas cuadras de su casa.

Se trata de un logrado material que parte de una lógica en la que todo es trans: los personajes, los elementos escenográficos, y sobre todo, los de vestuario, que con unos pocos cambios generan una dinámica en la que cada uno puede ser otro u otra, atravesados todos por las lógicas de género, a lo que se suma una incuestionable resolución plástica que dialoga con lo narrativo y que por momentos se revela como una gran instalación de cara a un espectáculo que es en sí mismo un canto a la libertad y a los debates por la identidad de género que por estos días tienen lugar en Chile.

El ensayo trágico

Escena de «El Ensayo» de Johan Velandia.

El Ensayo, del colombiano Johan Velandia, material que desde el humor se dispara al infrecuente género del thriller costumbrista (tan propio de Latinoamérica), muestra una postal desencantada de la Medellín de mediados de los años 90. 

Tres hombres encarnan a tres mujeres mayores que pertenecen a un grupo de gimnasia del barrio Santo Domingo, una comuna de Medellín. Ellas se reúnen para un ensayo, para bailar cumbia, en un encuentro de charla, chocolate y arepas que revelará los profundos lazos de amistad de las tres ancianas y sus hijos llamados Juan Carlos, pero también la venganza y la muerte que tiñe a todo el relato en el cual, tangencialmente, sobrevuela el clima de la novela La virgen de los sicarios, del colombiano Fernando Vallejo.

“Esta obra nace luego de una gira por España con un material anterior, acerca de un asesino serial, que se llama Camargo, también basada en una historia real. Surgió de las charlas con los actores a partir de la imagen que tiene nuestro país en el exterior: es esa sensación de llegar a otro lugar y sentirnos relacionados con la cocaína; eso es algo muy impactante porque no deja de aterrarnos”, expresó el director Johan Velandia a modo de introducción de una larga charla con periodistas y público a instancias de las Rondas de Devoluciones que acontecen cada mañana del FTR.

Y completó: “Es muy impresionante como el problema del narcotráfico y de Pablo Escobar nos ha permeado a todos los colombianos; cualquier colombiano tiene una historia alrededor de ese tema y de lo que pasó en los 90; o mulas o los que cayeron de sicarios, o los que fueron amigos de los amigos de Escobar. Son miles de historias relacionadas con lo que pasó en Colombia, pero en muchos casos, se tiene una visión sesgada que es la que muestran las series de tevé que hoy son tan exitosas. Por eso, la obra surge a partir de cruzar algunos de esos tantos relatos, sobre todo uno, acerca de una mujer mayor que enloquece luego de que su hijo muere de una manera violenta, y más tarde descubre que el asesino de su hijo es un sicario del barrio, ante lo cual esta señora promete vengarse de él y de su madre”.

El material adquiere una fuerte caja de resonancia con lo que pasó y pasa, también, en el resto de Latinoamérica, más allá de las series acerca de Pablo Escobar (El patrón del mal, entre otras) , en relación con la imagen que las conveniencias del capitalismo propone para el resto del mundo frente a la estigmatización de la pobreza de los países emergentes, del hecho de ser hijos y nietos de los barrios más populares de este lado del mundo, de las influencias notables de la iglesia, de los dogmas y sobre todo del machismo imperante.

“La anécdota quedó siempre resonando dentro del material que a nivel dramatúrgico toma otros rumbos. El Ensayo retoma esa problemática pero con otras aristas aunque teniendo en cuenta una frase fundante que está dentro de la historia de origen y que dice que lo que más le dolía a un sicario es que se metieran con su madre. En ese punto queda claro, también, que más allá del machismo, los colombianos venimos de una cultura matriarcal: son las madres las que forman, las que eligen; son mujeres echadas para adelante que sacan hogares, que llevan adelante las familias”, expresó finalmente el creador colombiano acerca de este trabajo que cuenta con grandes actuaciones de Rafael Zea, Milton Lopezarrubla y César Álvarez, y que propone otra mirada acerca del sicariato.

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