Su muerte expone el abandono sistemático al que son sometidos los jubilados, obligados a hacer colas interminables para acceder a derechos básicos. Mientras tanto, las marchas de los miércoles siguen creciendo, mostrando el hartazgo de un sector al que el gobierno no para de reprimir.
Ángel Ledda llegó temprano, como tantos otros jubilados, a la sede del PAMI en Neuquén. Esperaba ser atendido, cargando sus papeles, cuando el cuerpo no le respondió más y cayó al suelo, su rostro se tornó morado, y aunque médicos intentaron reanimarlo, su corazón no resistió. Murió en la ambulancia camino al hospital.
La muerte de Ledda no es un caso aislado. Es el resultado de años de recortes, desidia y burocracia en un organismo que debería garantizar salud y dignidad. Los testimonios se repiten en cada marcha de los miércoles: jubilados que no pueden comprar medicamentos, que son derivados de una ventanilla a otra, que colapsan en las salas de espera.