Tenía tres años cuando la Dirección de Niñez, Adolescencia y Familia intervino en su caso y lo sacó de su familia biológica. El niño estaba en total vulnerabilidad, tenía una enfermedad por la que no era asistido y había sido abusado sexualmente. El ente público lo derivó a una familia solidaria. Pero lo que debía ser una situación transitoria se convirtieron en cinco años de crianza.
El vínculo con esta familia solidaria se fue afianzando con el tiempo y la pareja pidió la guarda preadoptiva a pesar de no encontrarse inscriptos en el Registro Único de Aspirantes con Fines Adoptivos (RUAGA). El hombre falleció en 2017 por una enfermedad. Pero para el niño seguía siendo su padre.
Fue así que la jueza Andrea Brunetti, del Juzgado de Familia de la 7° Nominación, resolvió finalmente hacer lugar al pedido y luego a la adopción solicitada al entender que -a pesar del fallecimiento del hombre- la pareja «ejerció efectivamente el cuidado desde sus primeros tiempos de vida, siendo así idóneos para ejercer tal función».
La historia
El niño nació en diciembre de 2008 en extremas circunstancias de vulnerabilidad. En 2011 vivía con su madre biológica y le diagnosticaron HIV. Pero no recibía el tratamiento necesario y seguía sufriendo abusos sexuales. Por lo que en mayo de 2012 la Dirección de Niñez tomó cartas en el asunto y sacó al niño y a su hermano — que fue adoptado por otra familia — del ámbito en que estaban.
Lo cierto es que por entonces no había una familia ampliada que se hiciera cargo del niño, que en aquel momento tenía solo 3 años. Por eso es que fue a un hogar solidario por seis meses. Pero ese tiempo se prolongó. Y así pasaron 5 años.
Cuando se decretó el «estado de adoptabilidad» del niño el matrimonio pidió la guarda preadoptiva. Contaron que fueron al Ruaga y les dijeron que no era necesario inscribirse. Los miedos afloraron porque no sabían que pasaría con el chico criado en su núcleo familiar.
El hombre contó allí que el niño había llegado a su casa muy descuidado, enfermo. Con tres años aún usaba pañales. Además tenía piojos, el pelo decolorado con agua oxigenada y no hablaba. Se dormía en el piso. Y allí también comía.
Para logar que durmiera en la cama los primeros días pusieron un cajón en el comedor dónde conciliaba el sueño. Y una vez dormido lo llevaban a la cama. Así se acostumbró.
A los tres meses comenzó a decirles papi y mami. Luego intentaron enseñarle que también los llamara por su nombre. Pero no había caso: el niño solo lloraba. Hicieron una consulta con una psicóloga, quien les aconsejó que lo dejaran expresarse como quisiera.
El principio del desenlace
Lo cierto es que al año y medio les informaron que iban a declarar al niño en estado de adoptabilidad. La pareja sufrió mucho por eso. No sabían si iba a seguir el tratamiento que llevaba adelante. Y quien lo iba a cuidar.
Con el tiempo el niño había contado en el juzgado que estaba muy feliz con la familia que lo había adoptado. También en la escuela. Además dijo que le gustaba jugar en la computadora y al fútbol. Y que quería llevar el apellido del padre que lo crió.
Justamente, al hombre se le declaró una enfermedad y falleció en 2017. La mujer siguió adelante con los trámites. La jueza dicto la guarda preadoptiva y luego la adopción. Para el hombre la condición fue post mortem.
La magistrada dijo que «a pesar de la falta de inscripción de los pretensos adoptantes en el Ruaga y el fallecimiento del hombre el plazo legal de guarda preadoptiva se cumplimentó durante la vigencia del Código Civil derogado en 2015».
Tuvo en cuenta la voluntad del hombre en adoptar al niño y el vínculo “socio afectivo” que el pequeño generó con la familia. Así, valoró «el interés superior del niño y las normas supranacionales», y dijo que “el niño construyó su identidad subjetiva junto a la familia”.