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Un libro relata el trabajo de mujeres de barrios populares acompañadas por el Estado

Tras casi diez años de investigación, Florencia Pacífico cuenta el recorrido de mujeres de barrios vulnerables y sus aportes para mejorar sus vidas y comunidades, con una publicación que colabora a derribar la despectiva definición de “planeras"

Generar proyectos de trabajo cooperativos, comprar materiales para mejorar sus casas, crear merenderos, huertas, espacios de capacitación, terminar la secundaria y tejer redes de contención ante situaciones violentas, son algunas de las inversiones que hacen beneficiarias de planes sociales y que protagonizan el libro Politizar la casa, una investigación de casi diez años que relata el recorrido de mujeres de barrios vulnerables y sus aportes para mejorar sus vidas y comunidades, una publicación que colabora a derribar la despectiva definición de “planeras”.

La autora del libro, Florencia Pacífico, doctora en Antropología por la Universidad de Buenos Aires (UBA), acaba de incorporarse como Investigadora en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).

Pacífico comenzó a investigar a fines de 2014 sobre las prácticas cotidianas de mujeres que participaban de cooperativas creadas a partir de los programas estatales Argentina Trabaja y Ellas Hacen.

“Durante el desarrollo del trabajo de campo las líneas de análisis fueron reformulándose, desplazando del estudio de los programas, sus líneas de intervención, contenidos y objetivos hacia las vidas de aquellas personas que son definidas como sus destinatarias”, explicó la profesional a la agencia Télam.

La antropóloga identificó que en las casas de las mujeres “transcurrían buena parte de las prácticas de trabajo, de militancia y de las formas de cuidado comunitario” de niñas y niños, y además que “los proyectos de trabajo de las cooperativas se enfocaban muchas veces en mejorar condiciones habitacionales, pero también muchas mujeres ofrecían sectores específicos de sus casas para poner en marcha merenderos y comedores; para almacenar herramientas y materiales de trabajo; para impulsar talleres de carpintería, herrería, huertas”.

“Politizar la casa surgió como título porque en las casas de mis interlocutoras tenían lugar una serie de procesos de organización colectiva que sobrepasaban ampliamente cualquier intento de definir a estos espacios como ámbitos domésticos, señala la autora.

Entonces “la conexión entre las casas y los procesos de organización colectiva incluía la transformación material de estos espacios como forma de generar trabajo desde las cooperativas; pero iba más allá. Las mujeres ponían en marcha procesos de politización dirigidos al abordaje colectivo de cuestiones vinculadas a la reproducción de la vida de los sectores populares, tales como la posibilidad de vivir en un lugar digno o el derecho a vivir una vida libre de violencia”, agrega.

Otro dato es que la participación de ellas en las cooperativas “fue tensionando las vidas cotidianas de las mujeres, dando lugar a disputar cuestiones vinculadas a desigualdades estructurales, tales como la distribución de los trabajos de cuidado y la violencia de género”.

Y así surgió el título de un trabajo que comenzó siendo su tesis de grado y hoy es Politizar la casa (Prometeo), libro que se presentó este mes en la sede porteña de la editorial, con un panel integrado por María Inés Fernández Álvarez, directora del Programa Antropología en Colabor para el fortalecimiento de organizaciones de trabajadoras y trabajadores de la UBA y Conicet; Flora Partenio de la Red Feminista DAWN, y Silvia Palmieri de la rama de Trabajadores y Trabajadoras en Espacios Públicos de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (Utep).

Silvia es una de las protagonistas del libro, “donde Florencia pudo poner en escena lo que vivimos las mujeres en los barrios; desenmascara cómo se tilda un programa sin saber la realidad de las mujeres que trabajan, mejoran sus barrios, las casas, las escuelas, las salas de primeros auxilios, y siempre la crítica llega a compañeras que pasaron por situaciones terribles de las que salieron con coraje, empuje, para resurgir constantemente, estar para las otras», dice a Télam la mujer de 44 años, que es parte de una familia ampliada junto a su compañero, conformada por 10 hijos y 13 nietos.
Silvia integró una cooperativa en el barrio Monterrey de Derqui, en Pilar, donde mejoraron más de 50 viviendas y construyeron tres.

De ese tiempo recuerda, especialmente, a una mujer mayor que “vivía en una casilla que se le estaba cayendo. Con la cooperativa nos pusimos a disposición y le construimos la casa de cero, y se la terminamos un 30 de diciembre para que comience el nuevo año con nueva casa”.

“Hacíamos las jornadas Una mano por tu rancho, y así mejoramos viviendas de compañeras y compañeras, aprendimos a pegar ladrillos, revocar, poner cerámica, techar, hacer instalaciones de electricidad, y la mayoría éramos mujeres haciendo estos trabajos», comparte.

Y agrega que como los cuidados caen sobre ellas y no tenían dónde dejar a sus hijas e hijos, construyeron “un espacio de cuidado de la cooperativa”.

Silvia es una de las 400 mil personas que trabajan dentro de la economía popular, según un registro del sector, donde el 60 por ciento son mujeres.

“Hay vendedoras puerta a puerta, en el transporte público, en ferias; artistas callejeras, cuidacoches”, resume, y su activismo actual está centrado en el reconocimiento de estas trabajadoras.

Terminó el secundario dentro del plan Fines y estudia abogacía en la Universidad Nacional de José C. Paz.
“Yo pude acceder a la universidad de grande gracias a tener una universidad pública en el conurbano. Estudio abogacía porque me molesta la injusticia, sobre todo hacia los trabajadores informales, porque no somos ilegales. Somos ilegales en el espacio público para algunos, pero no lo son los que venden dólares, entonces quiero terminar con esa violencia”, define.

También estudia abogacía otra protagonista del libro, Lorena Armoa, de Merlo. Su historia es intensa y extensa a pesar de tener solo 43 años.

Durante el diálogo con Télam se va acordando de todo lo que ha hecho y lo que hace, un proceso que, arbitrariamente, se puede resumir como el de una mujer que fue víctima de violencia de género, que tiene tres hijos, que desde hace 19 años tiene un “muy buen” compañero de vida, que siempre trabajó por su barrio, que acompañó a mujeres a terminar el secundario, que fue a comisarías a asesorar a otras que eran violentadas por varones, que se capacitó permanentemente, que fue activa durante la pandemia por Covid-19 y que ahora trabaja en un centro de telemedicina del Ministerio de Salud bonaerense.

“Con la cooperativa acompañamos a unas 93 compañeras a terminar el secundario, buscamos un horario en que puedan ir, porque a muchas sus maridos las controlaban y nos las dejaban ir, y también hicimos un espacio de cuidado para los hijos, para que puedan estudiar”, relata.

Aprendieron diversos oficios relacionados con la construcción e instalaciones eléctricas, de gas y plomería: “Todo lo que aprendimos lo devolvimos a la comunidad”, destaca.

Lorena estudia abogacía en la Universidad Nacional de La Matanza y co-coordina un centro de telemedicina donde atienden unos 500 llamados diarios, “vinculando el cuidado con los programas del Ministerio de Salud de la provincia, informando a la gente que tiene acceso a prótesis, tratamientos para diabetes, oxígeno terapia en domicilio, y muchas otras cosas, además de hacer seguimiento de casos”.

La valoración negativa de parte de la sociedad hacia ellas utilizando el mote de “planeras” y relacionados con “pasividad, facilismo, vivir a costa de los otros, son estereotipos muy alejados de las vidas cotidianas” de sus interlocutoras, remarca.

Al respecto, relata que su “día a día está atravesado por múltiples jornadas laborales: al cuidado de los hijos se le suma el trabajo comunitario, la participación en jornadas de refacciones de viviendas y otras formas de trabajo en la economía popular”.

“Si bien estos estereotipos interpelan tanto a varones como a mujeres, se trata de formulaciones con marcas de género. Las mujeres suelen cargar con el peso de una condena social mayor, desde que se sospecha la posibilidad de un uso estratégico de sus hijos como vía de acceso a recursos estatales”, reflexiona Pacífico.

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