Los países más desarrollados enfrentan las nuevas condiciones de la economía con políticas monetarias que difieren significativamente entre sí, algo que se destaca particularmente en los casos de Estados Unidos, Europa y Japón.
Sin abandonar el intervencionismo en el mercado que ha caracterizado la conducta de la Reserva Federal desde el estallido de la crisis financiera en 2007, el ente monetario estadounidense ha comenzado un camino gradual de retirada de su política monetaria ultra-expansiva.
Desde diciembre, la Reserva ha pasado de comprar 85.000 millones de dólares mensuales en Bonos del Tesoro a inyectar 65.000 millones, lo cual ha impactado internamente e internacionalmente en los mercados financieros.
Apoyándose en la lenta pero firme mejoría de los indicadores de actividad económica y desempleo del último año, así como en las previsiones de crecimiento para 2014, el banco central dirigido desde el 1º de febrero por Janet Yellen prosigue así con la ruta diseñada por su antecesor Ben Bernanke.
Como se ha visto a lo largo de enero y en especial en las últimas dos semanas, el viraje de la política monetaria de la principal economía del planeta ha impactado sobre Bolsas, mercados monetarios, tasas de interés y posición del resto de las divisas de los países desarrollados y emergentes.
Las economías de estos últimos, resentidas también por el freno en el crecimiento de China, mostraron en estos días sus debilidades y su extrema dependencia del coloso oriental y de los flujos de capitales del centro.
Así pudo observarse en la depreciación acusada de las monedas de Turquía, Indonesia, Rusia, India, Argentina, Brasil y otros mercados emergentes, debido al reflujo de capitales hacia Estados Unidos, fundamentalmente.
El nuevo cuadro que se está delineando en la economía mundial en el marco del proceso de recuperación de la crisis iniciada en 2007-2008, también se ha expresado en las fuertes caídas de las Bolsas de los grandes países.
A lo largo de enero se han volatilizado unos 2 billones de dólares en el valor de las acciones a escala global, con una caída del 5% del S&P500 de la Bolsa de Nueva York, un 14% del índice Nikkei de la Bolsa de Tokio y casi un 9% en el índice combinado de los mercados emergentes.
En contraste con la menor intervención de la Reserva Federal, a pesar de que sigue sosteniendo la recuperación con su política de compra de bonos, el Banco de Japón ha entrado desde hace casi un año en la senda de la expansión monetaria para combatir la larga deflación que golpea a ese país desde la crisis de 1990-1991.
En abril del año pasado, el titular del banco central nipón, Haruhiko Kuroda, está comprando activos financieros para proveer liquidez por montos parecidos a los de la Reserva Federal.
De hecho, comenzó con 85.000 millones de dólares mensuales, la misma cantidad que mantuvo la Fed durante 2013, y ahora lo está haciendo a un ritmo de 65.000 millones, en cualquier caso una cifra muy superior a la de Estados Unidos si se la mide con relación al tamaño de la economía.
Esta orientación ha impactado sobre la cotización del yen, que ahondó su paulatina depreciación desde 2012, lo que ha redundado en mayores exportaciones y mejora de los beneficios empresariales y, sobre todo, en el “boom” que ha experimentando la Bolsa de Tokio que subió alrededor de un 50% el año pasado.
Así, se ha conseguido también el central objetivo de “reflacionar” la economía, aunque sea levemente, ya que la inflación de diciembre pasado se ubicó en el 1,6% anual, su crecimiento más significativo desde 1998, más cerca del objetivo del 2% fijado por el Banco de Japón.
Europa, mientras tanto, mantiene sus tasas de interés en niveles del 0,25%, todavía por encima del 0% de Japón y Estados Unidos, un nivel bajo a través del cual alimenta la liquidez, pero sin decidirse a bajarla aún más y en medio de duros debates sobre la capacidad del Banco Central Europeo (BCE) de comprar bonos de manera ilimitada.
La Unión Europea y la Eurozona, que viven un período de crecimiento muy bajo y nulo en algunos países, ha empezado a lidiar con el peligro de caer en deflación, ante lo cual el titular del BCE, Mario Draghi, impulsa que la entidad compre bonos de los países sin límites.
A esta política se opone Alemania que esta semana ha llevado a la Justicia de su país y de aquí a la de Europa su querella contra el BCE por su política de compra de bonos ilimitada, alegando que eso implicará una “redistribución de ingresos” de unos países a otros, algo en lo que la canciller Angela Merkel se ha mostrado inflexible.
En su reunión de esta última semana, el BCE decidió dejar las tasas en el 0,25%, pero dejando la puerta abierta a un eventual recorte si las condiciones económicas así lo requirieran.
Las continuas oscilaciones, dentro de bandas muy estrechas, entre el dólar, el yen y el euro, ponen de relieve las contradicciones entre las políticas económicas de los bancos centrales y, también, la volatilidad de los flujos de capitales que caracterizarán el año que comienza, tal como lo ha advertido el FMI.