La elección presidencial de hoy tiene como principal incógnita si la oposición consigue forzar un balotaje o no. De hecho, los dos candidatos que en las primarias del 9 de agosto terminaron segundo y tercero, sinceraron en estos últimos diez días que resultaron en vano los esfuerzos para empardar a Daniel Scioli, y que por lo tanto lo decisivo pasaba a ser conseguir la llave constitucional de la segunda vuelta.
El próximo presidente, entonces, se conocerá esta noche o a lo sumo dentro de tres semanas. Sin embargo, que haya presidente nuevo no significa que vayan a corregirse las distorsiones y debilidades del sistema político argentino. Si bien hay todo un proceso global de crisis de credibilidad pública en las instituciones políticas, en Argentina el sistema de partidos en particular está reducido a una formalidad de sellos electorales.
Cada vez más la política depende del financiamiento directo o indirecto de los gobiernos y de los cargos públicos, lo cual es un condicionante para hacer política territorial e influye en la lógica de negociación legislativa a nivel local, de provincias y nacional.
Los pases del massismo al sciolismo en Buenos Aires diez días antes de la elección; de la UCR al FpV en Córdoba; radicales santafesinos que juegan por partida doble con Macri y con socialistas; todo sin que ya nadie se escandalice evidencia una naturalización de una forma de hacer política casi sin marco institucional.
Con los partidos reducidos a una formalidad legal, el nivel de atomización y ausencia de cohesión exhibe niveles alarmantes. Por un lado porque en ciertas circunstancias vuelve muy compleja la gobernabilidad; por otro porque joroba los equilibrios que demandan el sistema democrático y su juego de contrapesos entre gobierno y oposición. Pero si se lo piensa al revés, la pregunta es: ¿para qué querría alguien acercarse a un partido?
Este cúmulo de situaciones probablemente fue decisivo para que el presidencialismo argentino se acentúe en las últimas décadas.
Caso líder
¿Qué quedará de la UCR después de transitar de la forma que lo está haciendo la primera elección en su historia de tres siglos sin un candidato a presidente propio? 2015 demuestra que para sostener algo de su peso territorial, último bastión que le queda, se ve forzada a una ecléctica gama de alianzas contra natura.
Así el viejo partido de raíz popular y masas llegó al final de campaña enredado entre las bambalinas del PRO.
En algunas provincias aliado a Macri, en otras a Massa; en Córdoba, en medio de una orfandad espantosa, 35 intendentes tiraron la toalla y se alinearon con Scioli. Y en Santa Fe, donde son parte de uno de los pocos modelos ganadores, comparten sin desenfado alianza con los socialistas y con el jefe de Gobierno porteño.
Sanz acaba de demostrar que ponerse al frente de la UCR se puede hacer sin tener respaldo popular, trayectoria o prestigio. Un partido envuelto en esas tinieblas está condenado a divorciarse de los votantes.
Si Macri no resultara presidente, el panorama en el radicalismo será más desolador de lo que era. Habrá un fenomenal pase de facturas en una fuerza sin liderazgo, sin discurso, sin partido, sin conducción y sin identidad.
No es difícil adivinar que gobernadores e intendentes radicales no tardarán en ir a golpearle la puerta a Scioli. El panperonismo puede resultar un paraguas acogedor.
Peronismo y justicialismo
El peronismo está a las puertas de un nuevo tiempo. Scioli construye y promete un esquema distinto al de Néstor y Cristina Kirchner. Seguramente con menor recorte ideológico.
Durante la campaña hizo parte de ese trabajo al ir relajando compartimentos construidos a lo largo de doce años de kirchnerismo.
En Santa Fe, por ejemplo, se pegó a Omar Perotti, el justicialista local con el que más se identifica y que será la cara de su proyecto en la provincia porque le ofrece, además, una aceptable expectativa de poder a futuro. “Fue el único que nos dio pelota cuando fuimos a plantear la candidatura a gobernador de Omar”, rememoran en Rafaela.
Sin embargo, en paralelo hizo llamar a Buenos Aires a otros peronistas poderosos de los que ni él ni Perotti pueden prescindir, principalmente los senadores departamentales. El resultado está a la vista: los respaldos a su candidatura van desde kirchneristas de paladar negro hasta acérrimos antikirchneristas.
¿Pero si no gana Scioli? Otra vez el peronismo suelto, dotado de un desequilibrante poderío territorial pero sin el poder central que lo ordena y apacigua. Entonces se renovaría la lucha por la herencia del kirchnerismo, con la particularidad de que la propia Cristina querrá retomar la posta.
A todo esto, habrá que ver cómo le va hoy y qué rol decide jugar Sergio Massa ante un hipotético gobierno de Daniel Scioli.
¿Encabezará una oposición peronista? ¿Podrá sostenerse como alternativa? ¿Cuánto pesará las aspiraciones personales y los condicionamientos de sus socios, algunos de los cuales tienen responsabilidad de gobierno, como los peronistas cordobeses y muchos intendentes del conurbano?
El nicho progresista
La desolada candidatura de Margarita Stolbizer es el último estertor del fallido intento por construir una alianza progresista no kirchnerista a nivel nacional. Lo que viene a partir de mañana es una vuelta de página y a comenzar de nuevo. Cualquiera sea el escenario, con Macri o Scioli encabezando el próximo gobierno, habrá espacio para armar una opción progresista. El interrogante es quiénes lo harán y quiénes participarán. El Partido Socialista se recluyó en Santa Fe hace un año cuando se replegó del escenario nacional y bajó la candidatura presidencial de Hermes Binner, con lo cual debería iniciar el camino de nuevo. Para colmo la presencia disminuida en el Congreso a partir de diciembre le restará gravitación. Si se les preguntara cómo sería una coalición progresista ideal, los socialistas más encumbrados desempolvan alguna nostalgia por el Frepaso, donde convivían junto con una pata peronista (entonces fueron De Gennaro, Chacho Álvarez y Bordón), sectores independientes y partidos minoritarios de centroizquierda. Y radicales, por supuesto.
La gran pregunta es qué va a hacer el radicalismo, si es que se puede pensar en “el” radicalismo en caso de no ser presidente Macri.
No se percibe fuerza, liderazgo, suficiente pertenencia ideológica ni identidad como para ser la columna vertebral de un espacio progresista. En la UCR hay quienes esperan que hoy Margarita Stolbizer resulte depositaria de un voto bronca de radicales que repudian la sociedad con PRO.
Construcción endeble
Las consecuencias son muy distintas para el PRO si triunfa o pierde. De forzar el balotaje y llegar a la Casa Rosada podrá consolidarse, crecer y volverse el vórtice de un huracán político que absorba radicales y fuerzas minoritarias de centro y centroderecha. De lo contrario, el partido de Macri corre riesgo de regresar a los límites internos de la avenida General Paz, sobre todo porque nada en Cambiemos parece tener otro fin que no sea la aspiración circunstancial de llegar al poder. El resultado es una alianza sin afectus societatis y menos aún ideológico. Es de manual que al día siguiente de perder, si perdiese, Cambiemos se diluirá como tal y todo esos subespacios opositores se replegarán para comenzar de nuevo a barajar las cartas. Será un volver a empezar, con casi todos hablando con casi todos.