Cuando Diego Armando Maradona anunció en 1997 que se retiraba del fútbol, Leonel Capitano tenía 17 años y fue tanto el dolor que sintió que le dedicó un tango. No sabía que años después se lo cantaría en la intimidad de una fiesta de cumpleaños, donde el astro le confesó entre abrazos que sus viejos se habían conocido bailando un tango; ni que le volvería a entonar esos versos frente a frente por televisión, en la Noche del Diez, cuando le robó unos minutos de aire y le tarareó a capela su duelo hecho canción. Pero lo que en verdad no sabía ni el Leonel adolescente que escribió Mi tango a Maradona, ni el de hoy de 40 años, es que Diego era mortal.
“Tendremos que aprender un nuevo dolor llamado Diego”, dice Leo desde el balcón de su casa, donde colgó una sábana negra junto a una pelota de fútbol apenas se enteró de la inesperada muerte.
“Es una noticia para la que no estamos preparados. Pocas personas ascienden a la categoría de semidioses en vida. Todo lo que Maradona fue, su manera de vivir, su manera de hacer las cosas, nos abstraían de la posibilidad de pensarlo mortal”, agrega.
“Yo sentí el duelo enorme cuando se retiró del fútbol, sentí que ahí se moría algo, es decir, ya había una muerte previa. Sabía que ya no iba a ocurrir más nada que tenga que ver con su genialidad como deportista”, recuerda el bandoneonista rosarino que integró la Selección de Fútbol Argentina de Disminuidos Visuales y que nació en una familia ligada al deporte. Su abuelo materno, José Manuel “El Loco” Castro, fue arquero de Newell´s, Boca Juniors, Estudiantes, entre otros equipos, y su papá, Salvador Capitano, director técnico de Newell´s, Independiente, el Tenerife de España y varios equipos latinoamericanos.
“Después hubo otro Maradona, de los tantos que existieron, el Maradona en medio de sus contradicciones televisado las 24 horas y que ante la imposibilidad de sentirse anónimo casi en ningún lugar del planeta decidió —en lugar de refugiarse en el territorio cómodo del poder establecido— dar un paso más allá y defender a los jugadores de futbol, hasta el más amateur de la última división de cualquier liga y a enfrentarse, como decía Héctor Negro, a los burócratas grises de aceitadas bisagras”, resume Leo, que le dedicó una de sus composiciones más destacadas.
Cien besos en el pecho
“A Maradona lo ví cuatro veces en mi vida”, dice Leo, quien antes de repasar cada encuentro suma los minutos junto a Diego que no llegan ni a una hora pero asegura que “por su cercanía, por su proximidad humana, no la podría equiparar a la de ninguna otra persona”.
Leonel recuerda el primer encuentro, previo al mundial 86 en México, cuando acompañó a su papá que era el técnico de la reserva de Newells a saludar a un jugador rosarino, Sergio Almirón, y Diego apareció caminando y se sentó en el cordón de la vereda. Mi mamá me dijo «pedile que te firme un autógrafo» y yo me arrimé con un papel y le dije «Diego, me firmás un contrato?»”, rememora entre risas.
“La segunda vez que lo vi fue cuando vino a jugar a Newell´s, mi papá dirigía el Emelec de Ecuador, que fue el equipo que vino a jugar ese partido amistoso con Maradona, y ahí simplemente lo pude saludar en la cena”, recordó.
“Fue recién en el año 2000, cuando Diego cumplió 40 años, que le organizaron una fiesta a la que acudieron las personas más famosas del país y llamaron a varias músicos que le habían compuesto alguna canción. Yo acababa de sacar mi primer simple, que era un cassette con el tango a Maradona, que había escrito a los 17 años, en el 97, cuando él se retiró”, recuerda Leo quien aún piensa que la empresa que organizó el evento le avisó ese mismo día porque tenían que reemplazar a alguna figura famosa que por alguna razón no podía ir.
“Ese día cantó el Potro Rodrigo, Luciano Pereyra y Charly García. Yo canté mi tango a un metro y medio de donde estaban sentados Sofovich y el turco, el ex presidente. Me acuerdo que el lugar era enorme, había como 500 personas que no lo dejaban mover a Diego, y él se abrió paso entre todos, se acercó al pequeño escenario y me dio un abrazo de oso, como soy alto me llegaba al pecho, y creo que me dio como cien besos en el pecho. Cien besos, no te miento. Me decía «te lo agradezco por mi viejo y por mi vieja que se conocieron bailando un tango». Eso fue muy fuerte para mí”, dijo Leo.
Un pase de gol al tango
“El último encuentro fue en 2005, cuando fui a cantar a su programa La Noche del Diez. La producción había hecho un video pero dejó la parte más linda afuera, cuando hablo del gol a los ingleses. Entonces cuando Diego me vino a saludar, me la jugué, porque sabía que el tiempo era contado por segundos, y le pedí que me deje cantarle a capela la parte que quedó afuera”, recordó Capitano que a su manera, metió un gol con la mano.
Es que según recuerda, mientras le cantaba casi al oído su tango a Maradona, escuchaba por la cucaracha (como le dicen a los micrófonos inalámbricos que se usan en televisión) los gritos de Pablo Codevilla que le decía “cortalo, cortalo que tenemos que ir a la tanda”, y como Maradona lo dejó seguir cantando, mandaron los aplausos. Esa día, el Diez le dio un pase de gol a Capitano.
Mi tango a Maradona
La luna trasnochada de Fiorito,
Vio soñar a un morochito
Correteando una pelota…
Al pibe que llenó de gol, la soledad
Y de ansia de alambrado a doña Tota.
Diplomado de la escuela del potrero,
Donde escribe “la de cuero”
Su canción de tardecitas en “orsái”.
La que su voz cantó en la misma línea,
Y un ángel de suburbio
Le habilitó a escondidas.
Aprendió a tirarle un caño a la pobreza,
Y la burlona la sutileza
De chanflearle por afuera a la niñez.
Así creció, para llegar en posición de wing,
A desbordar el grito de un país
Que liberó su nombre al viento.
Por eso hoy, que mi tribuna se quedó sin crack,
Mostrame, Diego, que quedó un lugar,
Para cantarte cancha adentro.
Diego Armando Maradona
Un guerrero en la gramilla,
Con las armas escondidas
En el arte futbolero de sus pies.
Que en un paño albiceleste se envolvió
Para lucir la “diez”
Que el pueblo le bordó en el alma.
Juegue, Diego, y suelte magia
Aunque pasen “los noventa”,
Que el silbato es todo nuestro
Y no habrá un soplo para el fin.
Mientras viva “la redonda”
Su romance en media cancha,
Seducida de gambetas
Y caricias de botín.
Mostrame, el latigazo de tu puño,
Avivando el fuego “zurdo”
De tu salto de cometa.
Llevame a recorrer,
Subido a un trote azul
El surco que dejaste en el Azteca.
Cuando el viento se mareó con tu cintura,
Que hamacó destreza pura
De atrevido, con pasitos de ballet.
Pisada, giró, enganche por afuera,
El alma en los botines
Y allá por la derecha.
Golpeó el genio con su arranque más furioso,
Puso el arco entre los ojos
Y corrió apilando inglesa vanidad.
Corrió y golpeó,
Con algo nuestro reviviendo en él,
Pasión sudaca que les hizo ver
Lo que la historia nunca frena…
Y así entendió,
Que el fútbol vibra y late
Al son del “diez”,
Y en el infarto de un final de red
Un gol clavó y dejó un poema.
Y hoy te pido, Maradona
Echá el resto de este tango,
Que la tarde le dio un pase
De primera a la emoción.
Vos ponés las melodías
Con un centro de rabona,
Y yo un verso de volea
Que sacuda al corazón.
Letra y música: Leonel Capitano