La ley de Medicina Prepaga se presentó en 2006, aprobándose en Diputados en 2008. Establece que, a partir de cierta cantidad de años de aportes, no podrán aumentar las cuotas para los afiliados mayores, por entender que los aportes que hicieron de jóvenes saldan ampliamente la brecha, expresa que no puede haber plazos irrazonables de carencia y se las obliga a mantener el 50 por ciento de su capital en una “reserva técnica” para garantizar las prestaciones y el otro 50 por ciento en instrumentos financieros. Tras “dormir” en Senadores, a días de perder estado parlamentario y cediendo al lobby de las prepagas, el proyecto sufriría cambios a favor de las empresas, lesionando los derechos de los usuarios, “las enfermedades preexistentes pueden establecerse por declaración jurada u otros medios complementarios a cargo de la entidad de medicina prepaga, y “podrán ser tenidas en cuenta a efectos de admitir nuevos usuarios”, permitiéndoles discriminar a gente con enfermedades crónicas (DBT, HIV, cáncer) que quieran afiliarse; más “la edad no podrá ser tomada como único criterio de rechazo de admisión”.
Esta polémica nos lleva a otra, a medida que la medicina se hace más sofisticada, que nos reduce dolores y padecimientos, muchos se vuelcan a prepagas, optando ser clientes, pagando la consulta con tarjeta, dinero u orden; estas empresas, que ofrecen tecnologías innovadoras en lugar de profesionales idóneos, generan la expresión “usuarios de la sanidad”, alejando al usuario del médico y confinando al médico dentro de un sistema administrativo donde el usuario es la otra cara, tan impersonal una como otra.
Nuestra Facultad intenta que el estudiante desarrolle la capacidad de disfrutar el contacto humano, estimulado, intrigado, por el drama, la comedia, el heroísmo, elementos que constituyen la práctica médica.
Convencidos que ningún programa educativo formará buenos médicos, si descuida la atención del ser humano en sí mismo como elemento central. No se puede ayudar a la persona si no se le conoce y no se le puede conocer hasta que se empieza a servirla, para conocer al paciente hay que interesarse en él como persona y para esto, es fundamental la condición y formación humana; la compasión del médico, su actitud comunitaria, constituyen un deber ético, el conocimiento científico nos califica para comprender nuestras limitaciones y tratar de hallar medidas efectivas, aún empíricas, para servir mejor.
Nuestra profesión está al servicio del hombre y la sociedad, de respetar la vida y la dignidad; el cuidado de la salud del individuo y de la comunidad, son deberes primordiales del médico. Igualmente, sólo implica su asistencia diligente, con apego a su ciencia y conciencia, no puede comprometerse a curar, ni siquiera a ofrecer un resultado preciso, tal ofrecimiento está moralmente prohibido, pero tampoco debe aceptar que se vulneren sus derechos pretextando el apostolado médico.
Aráoz Alfaro dijo: “El médico verdadero, el que tiene alma de tal, el que se interesa por el dolor y la miseria de la sociedad en que vive, no puede prescindir de ser un sociólogo, no puede prescindir de ser un político, no puede prescindir de ocuparse de la cosa pública”.
Retomando, sin discutir la perfectibilidad de la Ley, claramente existe una resistencia, de los sectores involucrados, a que el Estado defienda abiertamente los intereses de los que hasta ahora no tenían quién los protegiera, su sanción es un paso hacia la igualdad de oportunidades de la población, es impedir que se negocie con la salud.
(*) Vicedecano de la Facultad de Ciencias Médicas – UNR
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