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Un pastiche absurdo acerca del futuro de «la no fundada»

Matías Martínez dirige a un gran elenco, en el contexto de una imponente puesta, en “Gol de oro”, de Miguel Franchi.

Autor: Miguel Franchi
Dirección: Matías Martínez
Actúan: Mario Vidoletti, José Pierini,
Fabián Fiori, Carlos Chiappero,
Manuel Baella, Julián Sanzeri
Vestuario: Ramiro Sorrequieta
Escenografía: Cristian Grignolio
Iluminación: Diego Quilici
La Comedia, Mitre y Ricardone, viernes y sábados a las 21, domingos a las 20

El gol de oro es aquel que, cuando el empate parece un destino infranqueable, define el partido. Con esa lógica para nada inocente, el actor, dramaturgo y director local Miguel Franchi escribió Gol de oro (todo o nada), obra que fue el sustento dramático para la tercera producción de la Comedia Municipal Norberto Campos, estrenada el viernes último en La Comedia bajo la dirección de Matías Martínez al frente de un atractivo elenco. Oportunamente, la obra abre desde la escena un debate imprescindible acerca de cuáles son las proyecciones a futuro de una Rosario que hoy se presenta dividida, más allá de que Martínez pone en jaque (ironiza y parodia) a la clase dirigente en su totalidad.
Si en 2013 un emblemático autor nacional como Armando Discépolo fue revelado a través de una versión de Relojero, y el año pasado ocurrió algo similar con el infantil Doña Disparate y Bambuco, de María Elena Walsh, aquí, la Comedia Municipal ofrece una nueva alternativa, un cambio y, tal como lo aprueba su reglamentación, aparece en primer plano la impronta local, pero no sólo a nivel del equipo de trabajo y del texto, sino también respecto de la poética encarada. Sin miramientos, Gol de oro es una obra rosarina, que habla de Rosario, de la “rosarinidad”, de su estado de situación en el campo social y político, y lo hace con un profundo sentido crítico acerca del avance de la derecha.
Así, fiel a su impronta donde lo político es un interés que no pasa desapercibido, del mismo modo que cierta atención por lo popular y, obviamente, la lógica futbolera, el bello y potente texto de Franchi propone un recorrido que Martínez potencia con una deslumbrante puesta en escena y grandes trabajos actorales que, con el paso de las funciones, encontrarán sus tiempos, cuando los complejos parlamentos que los confrontan encuentren, a su vez, sus lugares exactos frente al público.
Un grupo de personajes ciertamente marcados por el disparate y la estética retrofuturista tan propia del cómic (hay imágenes que traen al presente Radio Babel (la hija del fletero), del Grupo El 45, que dirigió Franchi), tienen como antesala un bolero que propone un viaje sin pausa a los 50 y a la añoranza de un tiempo mejor, poniendo en tela de juicio la utopía de un futuro incierto, casi ajeno que, en ciernes, supone “lo que vendrá”. Estos personajes se reúnen en un lugar clave con el objetivo de reunificar una Rosario escindida, rota, distanciada y marcada por sectores políticos con pensamientos diversos, opuestos, algo que acerca la obra a la lógica arltiana, no casualmente un autor (Roberto Arlt) referencial en la obra de Franchi y Martínez.
En esa instancia, en lo que aparenta el subsuelo de un emblemático edificio de la ciudad que, según algunos indicios, es el Monumento a la Bandera, la inusitada “Reunificación” parece ser un camino complejo de transitar.
Ellos están allí con una misión imposible. Son Pierre (Mario Vidoletti), Torcuato (José Pierini), Beto (Fabián Fiori), La Mujer (Carlos Chiappero), El Mozo (Manuel Baella) y El Sospechoso (Julián Sanzeri), los personajes que Martínez seleccionó entre otros de menor protagonismo y que sacó de cierto atildamiento que aparece en el texto original para “ensuciarlos” tanto desde el vestuario como desde sus actitudes corporales, lo que se revela como un gran acierto. Sucede que Martínez entiende a la obra de Franchi como “un pastiche”, una especie de collage en el que el absurdo y el grotesco parecieran ser los únicos caminos posibles para poder contarla.
Si Pierre es quien pone en primer plano su desaforado individualismo (Vidoletti brilla, como siempre), El Mozo es quien representa, a su modo, cierta reserva moral frente a la deformidad y la labilidad ideológica del resto de los personajes. Con El Mozo, el gran Manuel Baella se confirma como un actor infrecuente, que pareciera, en diálogo con la obra, poder morigerar las dotes de los viejos dramáticos del cine argentino de los 40 y 50, con un capocómico de impronta olmediana, a lo que suma la elocuencia y presencia escénica de un clown. Por lo demás, frente a Torcuato (Pierini) y El Sospechoso (Sanzeri), los personajes que más espacio tienen para crecer, Fiori desempeña un gran trabajo físico y de lenguaje para armar a Beto, mientras que el talentoso Chiappero, quien ya compuso a una “mujer” aunque con otras particularidades en Fraternidad, dirigido por Carla Saccani, juega aquí con un registro notablemente diferente, más cercano a la típica villana.
Hijos de una ciudad sin fundación, parapetados frente a los bombardeos y los potenciales ataques de un afuera estallado donde la “Franja Neutra” pareciera no alcanzar para intentar la paz, los personajes dejarán entrever que aquello que acontece en el futuro es una marca en el presente: los linchamientos son moneda corriente, la familia en sus diversas formas es apenas un recuerdo vago, la moral y la ética quedaron en desuso frente a los intereses personales, y los derechos de todos los ciudadanos fueron arrasados por los intereses de unos pocos en una ciudad convertida en un campo de batalla. Y lo que más destaca la puesta de Martínez es, precisamente, ese estado de pérdida de valores, de lugares que ya no están, de hinchadas de fútbol que tras la arenga folclórica se daban un abrazo.
Es menester destacar la gran apuesta plástica de Gol de oro, muy ligada al cine, sólo posible en el ámbito oficial o bien con producción privada algo que, claramente, pone en valor el ya conocido talento de artistas locales como Ramiro Sorrequieta a cargo del ingenioso vestuario (al frente de un gran equipo de realización), donde prevalecen elementos en desuso aquí resignificados; Cristian Grignolio con una escenografía en la que apela a su experiencia en montajes destinados a la ópera donde las extraescenas (aquello que pasa por fuera del espacio escénico) adquieren una relevancia inusitada, y la luz, con la que Diego Quilici logra acompañar las decisiones dramáticas de todo el montaje sumando momentos en los cuales se vuelve imprescindible como sustento narrativo.
Quizás porque el teatro rosarino ha abrevado de su poética por diferentes carrilles y grupos de trabajo, la versión de Martínez de la obra de Franchi es, también, un homenaje a la poética de Norberto Campos, de quien lleva el nombre la Comedia Municipal, dado que Campos proponía un teatro con una pata en la tradición, una pata en la realidad y una tercera en la ruptura o en la experimentación, “en la mirada contemporánea, inquieta y sospechosa”, como solía decir.
Sobre el final, el estado de situación y pérdida queda al desnudo con el demoledor monólogo en el que El Mozo recuerda las añoradas comidas de su madre, en un contexto sin retorno, donde las pérdidas son muchas y los caminos de regreso, inexistentes.
“Algo huele a podrido en Dinamarca”, le dice el centinela Marcelo al príncipe Hamlet en el clásico de Shakespeare cuando al desafortunado personaje se le empiezan a caer los velos respecto de su familia y de su entorno. No cabe duda que, más allá de la parodia y de las metáforas que impregnan Gol de oro, ya es hora de reconocer que “algo huele a podrido en Rosario”.

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