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Un perfume de otra época

El director Hernán Peña habla de “Grotesca. Suit criolla”, propuesta que dirige junto a Cielo Pignatta, a partir de textos de Armando Discépolo.

Los ecos de las risas, las discusiones, las anécdotas y las chanzas del sainete retumban a lo lejos cuando se piensa en la irrupción del grotesco, donde el hastío por el fracaso y la pérdida empujaron a los inmigrantes de las viejas casas de pensión de comienzos del siglo pasado del ámbito social del patio a la soledad de las habitaciones, para desnudar allí sus miserias. “Más allá de cierta inocencia, si se lo piensa en el presente, el grotesco mantiene ese rasgo de añoranza, la idea de un deseo constante de partir, de escaparse del lugar en el que se está, algo que en nuestro país vuelve a repetirse cada algunos años. De todos modos, es un fenómeno a nivel mundial: la gente se va de sus lugares buscando un trabajo, una vida, escapando de la guerra. Y todo eso está en el grotesco”, expresa el talentoso director porteño pero de vasto recorrido en la ciudad Hernán Peña, cuando piensa en este género teatral argentino que tiene sus orígenes en las primeras décadas del siglo XX, “como una consecuencia más del caos social de un tiempo y de un espacio histórico en el que nadie sabía quién era, de dónde había venido o hacia dónde lo llevarían los hechos que se sucedería en su vida”.

Grotesca. Suit criolla se conocerá este sábado, a las 21.30, en El Rayo (Salta 2991), donde seguirá en cartel los restantes sábados de septiembre.

Después de su ingeniosa y potente versión de Antígona Vélez, de Leopoldo Marechal, Bondi Colectivo Teatral, grupo de estudio y montaje de la Escuela de Actores de La Comedia de Hacer Arte, dará a conocer este fin de semana Grotesca. Suit criolla, un viaje inusitado y lleno de recodos por el grotesco criollo, de la mano de los directores Hernán Peña y Cielo Pignatta, con las actuaciones de Dannae Abdalla, Angie Ambrogi, Karina Ayerza, Claudio Benítez, Gisela Bernardini, Hilda Bryndum, Lucas Cristofaro de Vincenti, Daniel Feliú, Facundo Fernández, Julia Castillo, Verónica Leal, Vicky Olgado, Franco Perozzi, José Pierini, Ebelyn Rita, Nicolás Terzaghi, Mónica Toquero, Marita Vitta y Natalia Zatta.

“Trabajamos sobre dos ejes: por un lado desde la creación colectiva y por otro, desde el estudio del territorio del grotesco en sí mismo. Tomamos la poética de Discépolo a través de las obras más referenciales del grotesco, nos metimos por esos mundos y, una vez allí, armamos nuestras propias historias, con algo personal que nos servía para atravesar ese camino. Eso es una suit, una especie de torbellino de historias, fragmentos que nos traen al presente un perfume bien concreto de otra época y nos identifica a todos con lo que nos pasa en la actualidad”, sostiene Peña acerca de cómo se repiensa en el presente, y desde la fragmentación, la poética del grotesco, a partir de materiales insoslayables como Stéfano, Mateo o Relojero, entre otras joyas de Armando Discépolo.

Profusión de historias

Como pasaba en Antígona Vélez, aquí también se resuelven por superposición de planos y personajes la sucesión de los relatos. “En total, el espectáculo agrupa 58 personajes; son 12 historias diferentes contadas por 19 actores, que en la mayoría de los casos recrean tres o cuatro personajes cada uno. También hay una orquesta en vivo que es ejecutada por los mismos actores, y es un proyecto que lleva un año y medio de trabajo”, expresó Peña, quien en términos dramáticos destaca la potencialidad del grotesco. “Son historias en las que los conflictos son privados, internos; no es sólo una cuestión de espacio que va del patio del sainete al interior de las habitaciones; en el patio se desarrollaban problemas más vinculados con la convivencia, a esa mezcla de culturas, en cambio el grotesco trabaja sobre cuestiones íntimas, sentimentales, psicológicas. Y otra cosa importante es que aparece, en simultáneo con lo patético, el humor. Y esa contradicción es la que nos enamoró de este territorio. Estudiamos casi todas las obras de Discépolo, pero nos quedamos con los roles: la madre, el padre, los hijos, que son la esperanza del cambio, de algo que va a pasar pero que luego queda trunco, y los abuelos como anclaje del pasado. Pero siempre muy en primer plano con esa añoranza por buscar zafar de la miseria, de una especie de destino trazado para todos ellos”, completó Peña.

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