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Un preservativo digno y cristiano

Por Luis Novaresio/ Especial para El Ciudadano.

“Este domingo no vas a poder escribir de política”, me dice una lectora que cruzo en un quiosco. El embarazo de conocer cara a cara a alguien que te dedica cada semana unos minutos para saber qué decís en la contratapa es menos poderoso que el orgullo (algo egocéntrico) de saberte atendido. ¿Quién dice que la veda política impide que reflexionemos sobre lo que vamos a elegir? ¿O acaso no se puede, desde el silencio consentido, saber qué no tendremos en los próximos cuatro años?

Surge un recorte arbitrario. Pero, creo, demostrativo. De pronto parece que todos vivimos en el año 1100. Ya se sabe que el Papa Ratzinger y sus príncipes no aceptan el preservativo. Pero que ninguno de los candidatos que hoy sonríen en las boletas a todo color haya creído que había que contestarle a un arzobispo que llamó desde su púlpito televisivo a no votar al que promoviese el uso de los condones muestra, más que el oscurantismo de una sotana, el temor o la ignorancia de los que se postulan.

En el peor de los casos, condenar al forro al infierno en la tierra que convive con el VIH, es retrotraer al 1600 a los millones de creyentes del Dios que ama al prójimo como a sí mismo. Es emparentarlos, a ellos y a nosotros que lo escuchamos, con el díscolo que miró por el telescopio y se dio cuenta de que la Tierra se movía. Que la Tierra se movía, que los elefantes no sostenían el globo, que las Sagradas Escrituras merecían otra lectura, entre otras minucias. Eso se sabe. Y hasta esto se puede tolerar porque no son los tiempos del discurso único y del fuego sagrado que achicharró a Giordano Bruno y chamuscó al inmenso Galileo Galilei, perdonado casi 400 años más tarde por Wojtyla, con estatua en la Roma intramuros incluida. ¿Algún candidato no sintió que dos palabras había que decir?

A la par de los jefes de la Iglesia Católica se escuchan voces como las de Pedro Cahn, Sergio Lupo y miles de científicos e investigadores de todo el mundo que, tan curiosos y rigurosos como el italiano que descubrió las manchas solares, explican con números y pruebas científicas serias que el condón es una de las más eficaces vacunas contra el Sida que hoy se posee. No la única, ni infalible. Salvo el Papa cuando habla “ex cátedra”, nada, en la vida de los comunes mortales, es cien sobre cien; ni la antitetánica a la hora de cortarte un dedo. Igual, bancate el pinchazo y comé tranquilo picadillo que viene en latas peligrosas que pueden averiarte letalmente asumiendo el 6,3 por ciento de las posibilidades más trágicas.

Que algún monseñor haya dicho semejante temeridad científica no luce, sin embargo, como lo más terrible. Ya se sabe que el líder máximo de los católicos pidió, no hace mucho, a los africanos que “las misas sean festivas y alegres; pero es esencial que las mismas no sean un obstáculo, sino un medio, para entrar en diálogo y comunión con Dios”, y subrayó que los ritos africanos sean “celebraciones dignas”. Celebraciones dignas. Dignas. La cita es textual. Cualquiera podría decirle a este cronista que si no es católico debería meterse en sus asuntos y dejar a los creyentes que invoquen a Dios como les parezca. Puede ser. Pero no es: si el jefe de los creyentes se mete en los asuntos de los que no lo son a la hora de opinar de ciencia y costumbres ajenas, habilita para que todos opinemos. Y, otra vez, ¿nuestros candidatos? Alguno podría creer (¡y decir!) que calificar de digno o indigno un acto lícito de un pueblo que recurre a sus tradiciones para expresarse libremente suena a discriminación. Es cierto que el Inadi anda ocupado por los exabruptos en la cancha de los que juegan a la pelota y osan insultar con un “negro de mierda” a los contrincantes cuando le traban la pierna en vez de invocar a San Expedito. ¿Pero nadie de los que aspiran a cuatro años de poder piensa opinar sobre la convicción de la superioridad ritual que esgrimen algunos basados en ser nativos de tierras blancas y leídas? Eso es el 1100, cuando se creó el cuerpo armado para perseguir las herejías en nombre del Santo Oficio.

Y sin poder escribir mucho de política, aflora un recuerdo en primera persona. La Iglesia de Nuestro Señor de Bonfim, en Brasil, fue empezada a construir en 1756 en una de las elevaciones de San Salvador de Bahía. Cuenta la historia que un marino prometió, en medio de una tormenta, que si su nave llegaba a puerto brasileño alzaría un templo para honrar ese buen final: el buen fin. En la mañana del tercer martes de enero toda la gente de Bahía se encamina hacia la colina para honrar al santo más popular para, después de ocho días de fiesta, lavar la iglesia a mano como agradecimiento por los milagros. Dijo Jorge Amado que el santo está por encima de todas las divergencias religiosas y políticas porque no es patrimonio de ningún credo. “Es la mayor fiesta fetichista del Brasil, y la preside nuestro obispo”, contó en sus libros el padre de “Gabriela”  y de “Doña Flor”.

La iglesia tiene una sala llena con testimonio de pedidos y de milagros. “Porque el santo cura todo”, dice el sacerdote católico apostólico romano que observa a los visitantes curiosear manos, brazos y cabezas de cera, cartas, trozos de telas o mechones de cabellos colgados del techo y las paredes. “Nuestro patrono salva náufragos, cierra heridas de balas, pone cuerdos a los locos y locos a los obvios”, agrega el hombre, de unos 50 años. Desde afuera vienen los aromas de inciensos y hierbas extrañas acompasadas con el sonido del berimbau que marca el ritmo de los pibes que hacen capoeira. “¿Usted no cree, no? –interroga el cura a un argentino–. Vaya y pregúntele a aquel chico que salta con los otros. Tenía Sida y el santo le negativizó el virus”. Entonces abre una cajita de madera que tiene una ofrenda: un sobre con un preservativo y una pastilla de un retroviral envueltos en un papel en el que escribe: “No te olvido, señor de Bonfim. Tampoco a ellos”. Es el agradecimiento del muchacho. Todo muy digno.

Probablemente nuestros candidatos de hoy que merecerán los respectivos análisis la semana que viene no hayan querido oír hablar al arzobispo bonaerense en plena campaña política terrenal ni conozcan Bonfim. En dos años, a lo mejor, tenemos suerte.

 

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