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Un prócer atormentado por los costos de la guerra que creó la bandera con un acto de insubordinación

Manuel Belgrano murió el 20 de junio de 1820, pero ocho años antes, en las barrancas de Rosario, protagonizó el hecho por el que se lo recordaría en los manuales escolares: creó una bandera con paños azul celeste y blanco plata para identificar a la tropa propia y diferenciarse del enemigo

*Por Martín Piqué/Télam

Manuel Belgrano murió el 20 de junio de 1820 y su biografía como funcionario del virreinato, abogado volcado a la acción política, revolucionario y jefe militar patriota tuvo muchas facetas, todas atravesadas por la intensidad y la entrega, pero ocho años antes de su fallecimiento, en las barrancas de Rosario, protagonizó el hecho por el que se lo recordaría en los manuales escolares: creó una bandera con paños azul celeste y blanco plata para identificar a la tropa propia y diferenciarse del enemigo.

En ese acto cometió una insubordinación, porque el hombre fuerte del Triunvirato que gobernaba Buenos Aires en febrero de 1812, Bernardino Rivadavia, no quería una enseña que pudiera interpretarse como un gesto independentista, pero Belgrano dijo que se enteró tarde de la instrucción y a la hora de elegir los colores no miró al cielo ni se inspiró en los mantos de la Inmaculada Concepción de la Virgen.

Lo que sí hizo, más allá de las casualidades, fue mantener las tonalidades de las cintas de una distinción nobiliaria de la corona española, la Orden de Carlos III, creada en 1771: las cintas combinaban franjas azul celeste con otra blanco plata. Los mismos colores que se habían usado para la escarapela.

Cinco hombres y mujeres que estudiaron en profundidad esa etapa de la historia argentina dialogaron con Télam sobre estas y otras curiosidades, al cumplirse este domingo 201 años del fallecimiento de Belgrano, y además pusieron el foco sobre los rasgos menos conocidos de la vida del creador de la bandera.

Incluso lo definieron como un prócer «atormentado» que encarnó lo que en aquella época alguien llamó «la carrera de la revolución», que renunció a tener «una vida resuelta» por ser hijo de un millonario, para entregarse sin demasiada red a una causa: construir una nación.

Gabriel Di Meglio, Julia Rosemberg, Hernán Brienza, Araceli Bellota y Daniel Balmaceda, quienes abordaron la historia de Belgrano en distintos trabajos y libros, analizaron también las motivaciones que llevaron al abogado y economista a estrenar una bandera propia, celeste y blanca, frente a las tropas a su mando, el 27 de febrero de 1812.

Di Meglio, historiador, investigador del Conicet y director del Museo Histórico Nacional, remarcó que no fue casualidad que los colores elegidos coincidieran con la banda albiceleste que exhibía la familia real española -los Borbones- en los retratos del pintor Francisco de Goya, ya que «la hipótesis más aceptada de hoy en día es que tomó la franja celeste y blanca de la Orden de Carlos III», subrayó.

Balmaceda, autor del libro «Belgrano, el gran patriota argentino» (editorial Sudamericana), recordó que el creador de la bandera escribió en una carta a Rivadavia que había adoptado «esos colores que usaban otros regimientos», por el azul celeste y el blanco plata que exhibían los Húsares de Pueyrredón y el Regimiento de Patricios, lo que demuestra que «lo único que él hizo fue crear una bandera con colores que ya eran empleados» en las Provincias Unidas e incluso antes de 1810.

Ese dato concuerda con una definición sobre el mismo tema de Brienza, quien escribió un libro sobre la mayor gesta popular que comandó Belgrano durante su actuación pública -el éxodo jujeño, de agosto de 1812- pero que al referirse a la adopción del celeste y el blanco apuntó que esa combinación había sido adoptada como distintivo por el Consulado de Comercio de Buenos Aires, cuerpo colegiado creado en 1794 que pertenecía a la administración del virreinato y que funcionaba como tribunal comercial.

«La declaración de la bandera por parte de Belgrano es, en cierta forma, un acto de subversión, porque él crea la enseña en contra de las directivas de Rivadavia, y cuando éste quiere degradarlo, Belgrano insiste en su desafío al poder central de Buenos Aires, porque entroniza la bandera en la Catedral de Jujuy», repasó Brienza sobre el acto fundacional de uno de los símbolos más representativos del país, aunque en ese momento la Argentina todavía no existiera como nación independiente.

Sobre el conflicto en torno a la conveniencia o no de instaurar una bandera, Di Meglio señaló que aquel debate volvió a desnudar «las dos posiciones que había entre los revolucionarios», con un sector que proponía ganar autonomía pero sin «romper con el rey ni crear un país nuevo», mientras que los independentistas, entre los que se encontraba Belgrano, empujaban los acontecimientos para acelerar la ruptura con la monarquía española.

Bellota, que dirigió el Museo Histórico Nacional en 2013-2015 y hoy es concejal en el municipio de Moreno, coincidió con esa lectura, ya que en su opinión el cortocircuito alrededor de la bandera «puso en evidencia la fractura ideológica que existía» entre los pobladores de Buenos Aires que habían impulsado del desplazamiento del virrey y la creación de una Junta.

«Cuando a Belgrano le llegó la prohibición de que enarbole la bandera ya era tarde, porque en Jujuy él la había hecho bendecir, y esto le generó un gran enojo, que contestó con una carta», relató Bellota, autora de una decena de libros históricos, en los que analizó la participación de la mujer en los acontecimientos políticos del país.

En un sentido similar se pronunció Rosemberg, docente universitaria y autora del libro «Eva y las mujeres, historia de una irreverencia» (ed. Futurock), para quien Belgrano, a pesar de recibir una carta de Rivadavia que le ordenaba dejar en el olvido «el suceso de la bandera blanca y celeste enarbolada, ocultándola disimuladamente», decidió utilizarla «incluso desobedeciendo las órdenes del gobierno de Buenos Aires».

«En esa desobediencia hay algo interesante para pensar respecto de su figura», puntualizó Rosemberg, y a la hora de esbozar un perfil del prócer -cuyo nombre completo era Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano y entre 1786 y 1793 había estudiado leyes y economía en las universidades españolas de Valladolid y Salamanca- lo definió como «un hombre profundamente atormentado» por las muertes que producía la guerra entre patriotas y realistas, ya que ambos bandos estaban compuestos por americanos.

«Un hombre que está dando su vida por una causa revolucionaria, también está atormentado por eso que está atravesando, porque desde la trinchera ve que es sangre americana la que se está derramando de un lado y del otro, y además los comandantes que dirigen el ejército realista son compañeros de estudio con los que había compartido un recorrido», siguió la historiadora.

Ese costo de la guerra, Belgrano lo observó primero en Paraguay, donde encabezó una campaña para extender la Revolución de Mayo por la vía de las armas, que finalmente fracasó, y luego volvió a presenciarlo al ejercer el mando del Ejército del Norte.

Esta última expedición incluyó primero una serie de victorias claves, una nueva desobediencia a Buenos Aires -le habían ordenado retroceder a Córdoba pero decidió dar batalla en Tucumán- y finalmente dos derrotas, ya en la actual Bolivia, entonces Alto Perú: Vilcapugio y Ayohuma.

Su falta de experiencia militar, su modos de hombre urbano y hasta en algún caso el timbre de su voz, le granjearon el desdén e incluso actos de irreverencia por parte de alguno de sus oficiales, como ocurrió con Manuel Dorrego en un contrapunto que se hizo bastante popular y que relataron varios historiadores.

«Belgrano no era muy respetado por sus pares, era considerado un ingenuo, con poco conocimiento de la guerra, hasta lo tenían como un poco zonzo», contó Brienza sobre la experiencia castrense del graduado en leyes y economía.

Esas tensiones se profundizaron debido a que el creador de la bandera cometió «un montón de errores», como afirmó Di Meglio, aunque en otros ámbitos, agregó, «las cosas le salieron muy bien», y eso fue el resultado de «haber estado en todas, haber hecho de todo» con un sacrificio y una disposición propio de «un personaje representativo de la intensidad revolucionaria de la época», planteó el historiador.

«Belgrano estaba en la acción: tenía un montón de enemigos, tenía gente que lo quería, y a pesar de tener la vida resuelta, dejó eso de lado y se volvió un político, diríamos hoy, y como político también tuvo que asumir la función militar, y dedicó toda su vida a esa causa revolucionaria en la que creyó, mientras que los últimos diez años hasta su muerte (entre 1810 y 1820), que fueron súper intensos, los dedicó a eso», analizó Di Meglio.

Su trayectoria, que comenzó como un funcionario del virreinato, siguió como organizador de la Revolución de Mayo y luego como jefe militar de campañas que buscaban frenar la reacción realista, hizo que en los años siguientes a su muerte -1821,1822- se organizaran homenajes en su nombre en los que, resaltó Balmaceda, «se escucharon grandes discursos evocando su figura pero a nadie se le ocurrió mencionar que era el creador de la bandera».

«Por entonces ese aspecto no lo tomaron como importante», comentó Balmaceda.

De hecho, para Belgrano, la introducción de un estandarte había estado motorizada por cuestiones prácticas, vinculadas a la organización de la tropa, al menos en un primer momento.

Recién a fines de julio de 1816, luego de la declaración de la independencia, el Congreso de Tucumán oficializó el uso de aquella enseña hecha a las apuradas y por necesidad, que -paradójicamente- se había inspirado en una orden al mérito instaurada por la realeza española y que combinaba dos franjas azul claro y una de color blanco, el plata americano.

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