Espectáculos

Un proceso de transformación

Pablo Georgelli, director de “Las acacias”, ganadora de la Cámara de Oro en Cannes, da cuenta de la construcción de una película que narra el encuentro singular entre un hombre y  una mujer y su beba. El film se puede ver en los cines de la ciudad.  

Por Fernando Varea

Después de haber realizado el corto documental El último sueño (1993) y de haberse desempeñado como asistente de dirección y editor, Pablo Giorgelli llegó a su primer largometraje como realizador con Las acacias (2011), que acaba de subir a la cartelera rosarina y con el que ganó la Cámara de Oro en la última edición del Festival de Cannes. Su película, además de haber cosechado en poco tiempo varios premios, es el resultado de un trabajo depurado y personal. Después del estreno de su film sobre el tímido vínculo de un camionero arisco con una joven y su beba en el transcurso de un viaje de Asunción a Buenos Aires, que progresa con expresivos silencios y miradas de por medio, Giorgelli se prestó a conversar acerca de su premiada película.

—”Las acacias” emociona sin música, sin llantos, sin frases demagógicas. ¿Cómo trabajaste para lograr eso?

—La película fue un proceso de trabajo arduo. Tardé cinco años en hacer esta película, durante los cuales fue madurando mucho la cosa, hasta quedarme con lo esencial, con lo que uno quiere, sacando toda la maleza. Creo que en ese proceso de maduración interna está la clave. El primer armado de la película duraba 40 minutos más. Tal vez si no hubiera tenido tiempo para llegar a este armado, si me hubiera apurado, el resultado sería distinto. Ahora siento que está justita, que no está larga ni corta, que cuenta lo que tiene que contar. Para eso necesité dos años de guión, uno y medio de casting, uno de rodaje y siete meses de montaje. Habrá personas a las que les guste o les conmueva y otras que no. Debo decir que, en este caso, la gran mayoría –público, crítica, jurados– ha dicho cosas lindas de la película, y casi todos dicen algo parecido a lo que vos decís, que se emocionaron. Y para mí eso es muy fuerte y estoy muy contento.

—Genera sensibilidad sin salir nunca de su medio tono…

—Esa fue siempre la idea. En el guión ya está planteado ese tono. Fueron dos años escribiendo, en los que esa idea de no acentuar ni remarcar fue apareciendo con más fuerza. La película se trata de un hombre contenido, que no puede decir lo que le pasa, y entonces lo que había que contar era, justamente, eso. Y creo que funciona bien ese espejo que le hacen esas dos mujeres, que le caen como dos ángeles.

—Podría decirse que es una película sobre la comprensión: el hombre comprendiendo a la mujer, ella a él, y él comprende lo que le ocurre.

—Creo que, aunque no hablen, podés entender perfectamente lo que les pasa. Es un proceso de transformación. Sutil, pequeño, pero a la vez enorme para un tipo como ése, que en sus cincuenta y pico de años nunca le pasó algo así. Los procesos de transformación, a la larga, consisten en eso: en entender algo.

—También puede verse como un enfrentamiento del mundo masculino con el femenino. Se lo muestra a él talando árboles y cumpliendo una rutina de trabajo muy rústica, muy masculina, y cuando aparecen ellas se produce un choque.

—Absolutamente. Eso es algo que también estuvo presente en mí cuando escribimos el guión junto con Salvador Roselli. Esa presencia femenina lo acerca al protagonista a algo que, tal vez, en algún momento tuvo y perdió. También me gusta esa idea de hablar de esa parte femenina que los hombres tenemos. Cuando sos chico jugás al fútbol, te peleás, pero también tenés la otra parte, que a veces está más oculta por una cuestión cultural y social. Es hasta injusto. También tenemos derecho a eso ¿no? Pero, en algún punto, siento también que ese proceso por el que pasa Rubén (Germán De Silva) tiene que ver con mi proceso personal. Diez años atrás yo era un poco Rubén, y uno va cambiando.

—¿Hay algo autobiográfico en la película, entonces?

—Sí, claramente. Yo no soy camionero ni nada de eso, pero hay sentimientos, una soledad y un encierro que conozco muy bien. Y también esa transformación la conocí en los últimos años.

—El comienzo de “Las acacias” me recordó el estilo de Lisandro Alonso (“La libertad”, “Los muertos”), ¿te interesa su cine?

—Vi sus dos primeras películas y me gustaron mucho, sobre todo Los muertos. Pero no siento que Las acacias tenga que ver con su cine. Por el momento me gusta el cine más narrativo, más clásico.

—Los personajes dentro de ese vehículo recuerdan a algunas películas de (Abbas) Kiarostami, aunque “Las acacias” no muestra mucho lo que se ve desde allí (desde dentro del camión) sino lo que pasa adentro.

—Lo que ven lo ves a través de los ojos de ellos, cuando ves el paisaje o a través del parabrisas. Esa fue un poco una premisa de la puesta de esta película. Descubrir el viaje junto con ellos, no ver más que ellos. No hay un director mirando desde afuera.

—Durante el viaje aparecen el bar, el Gauchito Gil, chicos en una escuela. ¿Tuviste la intención de que tu película representara, también, una mirada al interior de la Argentina?

—Sí, porque un viaje es eso: ver todo el tiempo lo que pasa. Ves gente andando en bicicleta, o una escuelita, o un carro que pasa. Pero para mí no hubiera sido lo mismo si venían desde el sur, es claramente un viaje litoraleño. Me encanta esa zona del país, y siento que, aunque un poco escamoteada, está presente en la película. Sin dudas, es Latinoamérica.

—Cuando la madre soltera llega a destino el espectador no espera ese recibimiento de su familia.

—Para mí hay algo que se va invirtiendo; en el comienzo ella es la que parece solitaria y desamparada, y al final te das cuenta que es exactamente al revés. Ella tiene un familión. Él mira eso y es lo que lo termina de animar.

—Ella parece tenerlo todo más claro.

—Ella sale ya sabiendo adónde va, qué es mejor, ya pasó tal vez por un proceso más solitario y se transformó. Creo, en ese sentido, que las mujeres son más sabias que nosotros. Tardamos más y nos damos más golpes para aprender ciertas cosas que no nos enseñaron a valorar.

—¿Cómo fue la experiencia con tu película en Cannes?

—Fue el primer festival de mi vida, con mi primera película. Había ido antes a algún festival de cortos, cosas chicas. A Cannes llegué sin tener mucha idea de adónde iba. Es como un Mundial de Fútbol pero de cine. La película se dio en la sección Semana de la Crítica al otro día que llegamos, y la gente salió de la proyección hablando bien. Después hubo proyecciones a sala llena y al otro día salieron críticas muy buenas en diarios franceses. Todo se fue dando de esa manera, ya que no teníamos presencia publicitaria ni mucho menos. Antes de la entrega de premios, ya habíamos vendido la película a Francia e Inglaterra. Y el premio Cámara de Oro no lo esperábamos; de hecho cuando terminó la Semana de la Crítica con mi mujer fuimos a conocer unos pueblos cercanos, entonces ahí nos llamaron y volvimos. Todavía no puedo creerlo.

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