Ahmed Danny Ramadán es novelista y activista de los derechos de las y los refugiados LGBTI. Cuando era chico sus padres lo obligaban a jugar al fútbol, pero él quería escribir poesía. A los 17 lo echaron de su casa por ser homosexual. Vivió en Turquía, Jordania, Líbano y Egipto. Emigró a Líbano como refugiado en 2012, antes de mudarse definitivamente a Canadá. A principios de junio pisó por primera vez la Argentina invitado por la embajada de Canadá y la Federación Argentina LGTBI, donde participó de una charla sobre cómo funciona el refugio humanitario LGTBI.
Argentina y Canadá son dos de los pocos países que dan asilo por la orientación sexual e identidad de género. Desde 2014 llegaron al país más de 20 personas.
Durante la primavera árabe –una oleada de protestas producidas a lo largo del norte de África y Oriente Medio durante el 2011— Ramadán volvió a Siria.
Junto a una amiga lesbiana creó una casa segura para el colectivo LGTBI, similar a las que tiene el Estado santafesino.
Pasó más de un año y medio, y reunió a más de 150 personas. Después de un revés político y social Ramadán fue encarcelado durante dos meses. Bajo la presión social de las organizaciones lograron que lo dejen en libertad, con la condición de que se vaya del país. Ramadán vivió durante un año y medio en el Líbano. Después se instaló en Canadá definitivamente para volver a empezar. Consiguió trabajo, siguió con su activismo por los derechos de la diversidad sexual y logró juntar fondos para rescatar cerca de 30 chicos de Siria a Canadá. Ramadán dialogó con este medio en su estadía en la ciudad.
—¿Cómo ve las políticas de diversidad sexual en Rosario y Santa Fe?
—Me parece importante que el gobierno de Santa Fe implemente políticas públicas para apoyar a las minorías de género y de diversidad sexual. Espero que ocurra en toda Argentina, no sólo en la provincia. Es una muy buena iniciativa.
—¿Cuáles son los principales problemas que enfrentan para encontrar igualdad de derechos?
—El principal desafío es poder apoyar a la comunidad de activistas LGTBI para que tengan las herramientas, pensar políticas públicas y desarrollar una sociedad con igualdad de derechos.
—¿Qué rol tienen los medios de comunicación y el Estado?
—Deberían contar historias reales sobre las personas LGTBI y brindarles una plataforma para que nuestros activistas cuenten los desafíos de la comunidad. El gobierno tiene que reconocer a las minorías sexuales y de género como personas iguales al resto, todos merecen las mismas oportunidades.
—¿Cómo llegó a ser activista y abordar la temática del refugio humanitario LGTBI?
—Cuando llegué a Canadá era importante apoyar a la comunidad original y a la comunidad donde vivo actualmente y de esa manera, ser una conexión. Es decir, ser activista requiere de alguien que haya atravesado la experiencia y además ser capaz de transmitírselo a otros. Eso fue lo que me llevó a abordar estas temáticas.
En Argentina hay cerca de 25 refugiados humanitarios
Desde 2014, la Federación Argentina LGTBI trabaja con organizaciones de Canadá para visibilizar los pedidos de refugio humanitario. En Buenos Aires hay cerca de 25 personas del colectivo LGTBI que buscan otra oportunidad para poder vivir plenamente su sexualidad. Los refugiados vienen de Rusia, Egipto, Ghana, Siria, Jamaica, Venezuela y Chechenia, entre otros países.
En el mundo hay 77 países que todavía criminalizan la diversidad sexual en diferentes grados como prohibiciones, censura, encarcelamiento y hasta la pena de muerte. Por eso, muchas personas migran de su país de origen. Argentina y Canadá son países que dentro de sus políticas de otorgamiento de asilo humanitario incluyen orientación sexual e identidad de género de los pedidos.
“Son excluidos de sus propias familias”
Esteban Paulón, Subsecretario de Políticas de Diversidad Sexual, explicó a <El Ciudadano> que la mayoría de las personas que llegan desde distintos países para pedir asilo humanitario no necesitan visa para ingresar a Argentina. La Comisión Nacional para los Refugiados, Conare, es el organismo que autoriza la estadía de los refugios humanitarios y puede tardar hasta dos años en otorgarles un asilo definitivo. Mientras tanto, el asilo tiene que renovarse cada seis meses.
“No hay programas de acompañamiento desde el gobierno nacional. Las personas que ingresan a nuestro país en calidad de refugiados humanitarios no hablan castellano. Ni siquiera hay programas para el aprendizaje del idioma”, se lamentó Paulón. Y agregó: “Muchos de ellos son excluidos por sus familias. En la mayoría de los casos no son bienvenidos ni en sus propias comunidades. Por eso requieren del acompañamiento de organizaciones”.