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Un represor tras los golpes al Estévez y al Castagnino

El óleo de Murillo sustraído hace 35 años, recuperado el miércoles en Uruguay, descorre el velo sobre la llamada Conexión Rosaura, organización cuya cara visible fue un agente de la dictadura, Sánchez Reisse. Además de tres golpes en Rosario les adjudican uno más en el Museo de Bellas Artes porteño

 

Los datos llegan siempre de la misma manera. No suelen ser el resultado de una sesuda pesquisa, ni de una investigación sofisticada de laboratorio: siempre es un buchón que llama a la Policía, o al menos eso dice la Policía. Y cuando el procedimiento se frustra siempre es un buchón, otro, claro, el que llama a los ladrones.

«Santa Catalina», de Murillo (detalle).

Por eso cuando la Policía uruguaya le bloqueó el paso el miércoles pasado a una camioneta y un auto a 35 kilómetros de Montevideo, ya todos habían entendido que habían perdido. En uno de los vehículos estaba la obra buscada: “La asunción de Santa Catalina”, una pieza del artista sevillano Bartolomé Esteban Murillo, que data del siglo XVII. Es un óleo de 89 centímetros por 1,15 metro robado en el Museo Firma y Odilo Estévez el 3 noviembre de 1983 junto con otras cuatro, algunas de ellas recuperadas en algunos singulares episodios en los que algún que otro informante habló de más.

Uno de los detenidos dijo con total naturalidad que ese cuadro ocupó durante 20 años una pared en la casa de su padre. Y que viajaban a Punta del Este a buscar un comprador. Sólo uno de los integrantes de la pequeña caravana que albergaba el Murillo tenía antecedentes, pero por narcotráfico. La conexión con el robo cometido 35 años antes parece inexistente, salvo por el encubrimiento.

 

El «Felipe II»

Otro cuadro recuperado de ese botín fue «Retrato de Felipe II”, en 1989. La Policía Federal difundió una versión de un llamado anónimo que daba cuenta de una posible transacción en el Hotel Plaza, en el barrio porteño de Retiro. La Policía montó un operativo similar al que el FBI había armado unas semanas antes antes, en un hotel de Miami, donde recuperó el cuadro de Goya “Palomas y Pollos”, también robado en Rosario pero en un golpe casi calcado al Museo de Bellas Artes Juan B. Castagnino.

En Buenos Aires, los recepcionistas, los mozos y algunos pasajeros eran nada menos que policías disfrazados. Claro que o el informante o bien quien había recibido el llamado incurrió en un grave error: el hotel era el Plaza, pero el Plaza Francia, que está en Recoleta, a una veintena de cuadras. Mientras el operativo fracasaba, otro informante daba cuenta de un “sujeto uruguayo sospechoso” alojado en el Plaza Francia. El dato también le llegó al uruguayo que se había alojado como Juan Muñoz, un nombre falso que le espetó al conserje del hotel sin despertar sospechas.

Por eso, cuando el uruguayo bajó del primer piso donde estaba su habitación, algo en el ambiente había cambiado, o al menos así lo había olfateado. Muñoz o como se llamara, encañonó a los pobres mozos que no eran policías y empezó a disparar nervioso sin dar en ningún blanco. Alcanzó la calle. Rápidamente se zambulló en un taxi y desapareció. Sobre la cama encontraron el “Felipe II”.

La Conexión Rosaura fue el nombre que recibió una organización dedicada al robo de obras de arte utilizando la mano de obra sensible y desocupada de los servicios, uniformados y civiles, que operaron durante la última dictadura militar. Los museos, que en la década del 80 no contaban con demasiada vigilancia, fueron blanco de esta red de ladrones.

El Goya

Ernesto Lorenzo, alias Mayor Guzmán.

El Museo de Bellas Artes que está ubicado en el barrio porteño de Recoleta fue el primero en caer. El 25 de diciembre de 1980, unos pocos empleados cenaban cuando un grupo comando ingresó armado. Ricardo Ragendorfer, autor “Robo y Falsificación de Obras de Arte en la Argentina”, recordó que quienes dieron el golpe torturaron a los empleados para que les dijeran cuáles eran las pinturas más caras, ya que no sabían. Se llevaron 16 obras impresionistas. Tres de los cuadros, un Cézanne, un Renoir y un Gauguin, fueron recuperados en una galería de Francia en el 2005, a donde habían llegado procedentes de Taiwán.

El 2 de noviembre de 1983, tres personas ingresaron al Museo Estévez de Rosario, frente a la plaza 25 de Mayo y a media cuadra de la Municipalidad. Maniataron a los pocos empleados y fueron directo a la sala en la que se encontraban, además del cuadro de Murillo, «Retrato de un joven», de El Greco; «El profeta Jonás saliendo de la ballena» de José de Ribera; «Retrato de Felipe II», atribuida a Alonso Sánchez Coello y recuperada en el hotel porteño, y «Doña María Teresa Ruiz Apodaca de Sesma», de Francisco José de Goya, cuya aparición sería luego la clave para conectar el papel que jugaron los servicios en este tipo de golpe. Es que en 1995 el Goya fue encontrado en una camioneta que manejaba Ernesto Lorenzo, alias Mayor Guzmán, lugarteniente y chofer del líder de una banda de paramilitares, la de Aníbal Gordon, en el barrio porteño de Belgrano. En las últimas décadas Lorenzo caería por narcotráfico.

La causa judicial estuvo en los Tribunales de Rosario a cargo de René Bazet, quien procesó a tres personas por robo calificado y a una cuarta por encubrimiento. La Cámara Penal revocó luego los procesamientos y dictó la falta de mérito a los cuatro imputados.

Un 24 de marzo

El marco de uno de los óleos robados en el Castagnino.

El martes 24 de marzo de 1987 se conmemoraban los 11 años del golpe de Estado. Eran épocas de marchas en pedido de justicia no demasiado multitudinarias. En Rosario, los militantes se concentraban en la plaza 25 de Mayo y daban vuelta alrededor como lo hacían las Madres rosarinas. Mientras eso ocurría en pleno centro, a unas 20 cuadras, en Pellegrini y Oroño, se cometía el robo de cuadros más grande que conoció la ciudad.

El Museo Castagnino cerraba los martes y los jueves. El expediente detalla que Eros Nelson Basaldella, el casero y único cuidador de ese edificio que cobija carísimas obras de arte que fueron donadas a la ciudad por la familia Castagnino, aprovechó a dormir la siesta. Tenía 63 años y su mujer, que también vivía en el museo, se reponía en la cama de una operación de vesícula.

Eran las seis de la tarde cuando un hombre tocó el timbre y le aseguró al casero que traía una encomienda de la empresa Villalonga. Como era común que Basaldella recibiera encomiendas, abrió la puerta sin problemas. Pero el desconocido desenfundó un arma e ingresó al museo junto a un cómplice. Lo ataron a una silla con cintas adhesivas y le pusieron esas mismas cintas en los cristales de los lentes. Después, preguntaron por los cuadros de Goya. Basaldella les indicó dónde quedaba la sala y luego escuchó que descolgaban cuadros.

Dio un dato importante: los ladrones se comunicaban entre ellos en francés, lo que dejó en claro que sólo uno de ellos hablaba castellano. Además recordó que el que hablaba castellano era asmático. Los cuadros robados fueron “Felipe II”, de Tiziano, “El Veronés”, de Pablo Cagliari, “El Greco”, de Doménico Theotocopuli, “Palomas y Pollos”, de Goya (el único recuperado), “Bandidos asesinando a hombres y mujeres” del mismo autor, y “Paisaje con frailes y lavanderas”, de Alejandro Magnasco.

Las obras sustraídas estaban valuadas en ese momento en 12 millones de dólares y el robo le valió a la Municipalidad de Rosario un juicio por parte de la familia Castagnino, que la demandó porque no había ninguna medida de seguridad en el museo para preservar las obras de la mano de los ladrones. No había alarmas, ni custodios, nada que se ocupara de resguardar el enorme capital que el museo albergaba.

Un tal Lenny

La causa por el robo produjo un expediente de seis cuerpos a lo largo de una veintena de años y determinó que algunos integrantes del aparato represivo en la época de la dictadura fueran imputados en la causa por la jueza Alejandra Rodenas. Entre ellos el renombrado represor Leandro Sánchez Reisse, alias Lenny y quien en 1998 pasó 37 días preso en la Alcaidía de Rosario. Si bien en la causa rosarina obtuvo el sobreseimiento, Sánchez Reisse estuvo en los últimos años preso en el pabellón de represores de la cárcel federal de Marcos Paz.

Sánchez Reisse fue juzgado junto con Rubén Osvaldo Bufano, alias Polo, y Arturo Ricardo Silzle por integrar una asociación ilícita que se dedicó en los últimos años del gobierno militar a secuestrar empresarios. Los tres fueron absueltos. Pertenecieron al Batallón 601 de Inteligencia, uno de principales bastiones de la represión de la última dictadura, donde se reunieron datos que luego sirvieron para aniquilar a militantes políticos de distintas organizaciones.

Lo curioso es que otros de los implicados en la causa del robo de cuadros al Castagnino fue Carlos Daniel Bufano (hermano de Rubén), quien también estuvo preso en Rosario y finalmente terminó sobreseído en la causa del robo de cuadros. Bufano fue detenido en 2003 por Interpol en la provincia de San Juan. Pero si bien sospechaban de su participación en el robo, el casero del museo ya había fallecido y era la única persona que hubiese podido identificarlo. Así que corrió la misma suerte que Sánchez Reisse, primero logró la falta de mérito y finalmente fue sobreseído.

“Palomas y Pollos”, la obra de Goya, fue la clave para poder desenredar una enmarañada causa en la que no faltaron espías ni servicios. El cuadro fue recuperado en Miami dos años después del robo, cuando el ex comisario de la Policía Federal Juan Carlos Longo (ya fallecido) intentaba venderlo.

Conexión Rosaura

«Palomas y pollos», de Goya.

En el libro mencionado, Ricardo Ragendorfer le dedica un capítulo llamado Conexión Rosaura a los dos golpes contra museos rosarinos. El periodista y estritor describe una escena en en el lobby del hotel Westin Park de Miami, cuando el ex jefe de Bomberos de la Federal, Longo, intentaba vender el cuadro “Palomas y Pollos” a través de un contacto argentino. Ese contacto era Leandro Sánchez Reisse, quien armó una ratonera con el FBI detrás que terminó con Longo y su esposa presos. Al caer, Longo tenía en el bolsillo una foto del «Retrato de Felipe II» de Sánchez Coelho, recuperado semanas más tarde.

La causa Castagnino fue investigada en comienzo por el magistrado rosarino Bazet. Casi una década después se hizo cargo del juzgado la mencionada Rodenas. Y contó que Leandro Sánchez Reisse quedó involucrado por escuchas telefónicas, aunque luego alegó que su participación en esa venta frustrada fue por orden del FBI, organismo estadounidense para el que trabajaba como agente encubierto, versión que fue corroborada por un miembro de la delegación de esta oficina en la Argentina, William de Godoy.

En aquella oportunidad Sánchez Reisse aseguró que los cuatro cuadros restantes jamás habían salido del país y sugirió que el dirigente radical Enrique “Coti” Nosiglia pudo haber tenido algo que ver con el espectacular caso. Además, habló de una “zona liberada” por el entonces jefe de la Unidad Regional II de la Policía de Rosario para la concreción del atraco.

Sánchez Reisse también acumuló alrededor de cuatro años preso en distintas épocas por el secuestro extorsivo del empresario Fernando Combal, y también estuvo involucrado en la causa Amia, donde se lo acusó de plantar pistas falsas. Asimismo, fue mercenario para los contras nicaragüenses, trabajó para la DEA y la CIA, y se fugó de una prisión de máxima seguridad francesa en 1985.

«100 millones de dólares»

Durante su declaración en el juzgado de Rodenas, trece años después del robo al Castagnino, Sánchez Reisse contó una historia con ribetes fantásticos, que lo vinculaba con su actividad de espía. Dijo que estuvo oculto durante seis meses en Las Vegas por orden del FBI y para preservarse de un atentado que iba a sufrir en Montevideo. “Desde 1978 trabajo el tema del narcoterrorismo, estuve dos años prestando servicios en Bogotá (Colombia) para la DEA y fui víctima de tres atentados contra mi vida, uno por esta causa, a la que entré luego de toparme con el ex comisario de la Policía federal Juan Carlos Longo. Él me ofreció 100 millones de dólares en cuadros sin saber que yo era agente encubierto. Desarrollamos la investigación, logramos la detención y la recuperación de la obra pero yo terminé detenido», describió.

«Aunque salí en libertad por falta de mérito no quiero que me sobresean por prescripción del sumario sino porque se haya demostrado mi absoluta inocencia. En este momento lo que quiero es irme al extranjero para trabajar a favor de mi país, como siempre. En este caso evitando el fenómeno de la vietnamización de América latina. También sigo trabajando sobre el robo al museo, y por eso sé que (Enrique) Nosiglia está nombrado en el expediente. Otra cosa que hice fue enviarle una carta al (entonces) presidente (Fernando) De la Rúa, –interrumpe la charla para exhibir la respuesta del secretario privado del primer mandatario– advirtiéndole que se cuide de Chacho Álvarez”, declaró Sánchez Reisse, quien fallecería en 2015, dos meses después de ser absuelto en la causa por los secuestros extorsivos.

Caso Capriolo

«San Genaro», de Zampieri.

El 8 de abril de 1986, el matrimonio integrado por Hortensia Tricerri y Victorio Capriolo denunció un robo millonario en la casa familiar de Rioja 1884 en ocasión de un viaje a Buenos Aires. Violentaron el portón de la señorial construcción, simularon una mudanza y se llevaron alrededor de 150 obras de arte entre las que se encontraban seis cuadros –pertenecientes al renacimiento, barroco e impresionismo italiano–, pinturas, esculturas, jarrones, ánforas y juegos de cantón antiguo de hasta 250 piezas.

El valor de las piezas robadas en abril de 1986 “es incalculable”, según afirmaron las víctimas. Y si bien en un momento se las llegó a valuar en dos millones de dólares, estimaron que “solamente algunas de las pinturas saqueadas podrían acercarse a ese monto”. El tiempo transcurrido y el hecho de que no contaran con seguro obstaculiza aún más una aproximación a la tasa real.

Dentro de las obras más importantes se registran “Otoño” e “Invierno” (ambas correspondientes al siglo XVI y la última sustraída en 1991) atribuidas a Jacopo o Leandro Bassano; “La degollación de San Genaro”, de Doménico Zampieri (S XV o XVI); “La ofrenda”, de Luigi de Servi (siglo XIX); “La Mula de Balam” y “La anunciación de Santa Ana”, atribuidas a Ricci, entre otras. Las medidas varían, pero algunas alcanzan dimensiones de casi dos metros de lado. Sólo recuperaron piezas menores y el robo quedó impune.

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