Entre las 21 y las 22, los alrededores del Salón Metropolitano se fueron poblando de jóvenes y no tanto con looks que rescataban y rozaban –indumentaria, piercings, cabellos– la simbología punk. Gran parte de ellos luego ingresarían al funcional espacio donde están ocurriendo los recitales de los artistas con más entidad que visitan Rosario. El sábado último fue el turno de Morrissey, el cantante que supo ser el vocalista de The Smiths, una banda deudora del rock, el punk y el folk inglés, que amalgamó con sello propio y algo de pop estas vertientes y generó lo que luego la prensa especializada bautizaría como brit-pop. Esto ocurrió durante los 80 y hacia fines de esa década, Morrissey iniciaría una carrera solista con algunos discos que tallan entre aquellos que hay que recordar a la hora de un catálogo.
Como parte de una gira por Latinoamérica y en su tercera fecha argentina luego de Mendoza y Córdoba, Morrissey convocó cerca de dos mil personas para un concierto de los más intensos que hubo en el último par de años por lo menos. El show tuvo como telonera a Kristeen Young, cantante norteamericana que practica un rock indie algo experimental y exhibe una amplia paleta de registros vocales; luego el escenario se convirtió en una gran pantalla donde pudieron verse antiguos clips musicales –generalmente de actuaciones en vivo– de aquellos a los que el cantante oriundo de Irlanda veneró cuando joven: Sandie Shaw, Sparks, Marianne Faithfull, The New York Dolls, y que seguramente lo influyeron en sus composiciones.
Un poco después Morrissey y su banda estaban sobre el escenario; él, ataviado con camisa de raso azul, jeans y una gran cruz que le colgaba al cuello, comenzó a entonar las estrofas del temazo “First Of The Gang To Die” mientras enarcaba sus cejas y gesticulaba irónicamente para dejar sentado que se estaba ante un “señor de la escena”, una actitud que ya se le conoce y que sus fans festejan con gusto. Varias veces durante la noche también haría la señal de la cruz y miraría agradecido al cielo, en este caso mediado por los techos del Metropolitano.
El concierto comenzó bien arriba y pudo certificarse que la banda que acompaña a Morrissey estuvo a la altura que la voz potente y rica del cantante requiere. Una guitarra principal, una rítmica, un bajo, batería y teclados generaron una pared sonora que varias horas después del concierto quienes estuvieron a escasos metros del escenario, todavía acusaban en sus oídos. Una formación ajustada y virtuosa que incluyó a un colombiano en los teclados y un guitarrista mexicano que lució unos punteos llenos de garra y sutileza, son parte de lo que Morrissey necesita para poner a punto sus piezas líricas, algunas moduladas en leve ascensión y caída y a las que sus instrumentistas saben contener equilibradamente y darle una coloratura rítmica impecable.
Haciendo gala de sus dotes de eficaz front-man, el ex vocalista de The Smiths jugueteó con el público, tocó sus manos montones de veces –pidió que la valla de contención estuviese a menos de un metro del escenario para poder hacerlo–, transpiró varias camisas –una de ellas la regaló arrojándola– y se mostró entre eufórico y agradecido por las muestras de afecto de los presentes, que incluyeron algunos “I love you Mozz” respondidos en la forma “I love you too”. Los riffs compactos de la primera guitarra sobre la acústica de la rítmica y la base portentosa de los hermanos Walker en bajo y batería –ésta incluyó un enorme gong y un gran bombo suspendido al costado del batero– permitieron que “I Want The One I Can’t Have”, “Let Me Kiss You”, o el emblemático tema de The Smiths, “There Is A Light That Never Goes Out”, entre otras, brotaran con una magia lúdica distribuida en acordes conmovedores. Durante “Meat Is Murder”, se proyectó un video que aludía al “asesinato” de animales que serían luego faenados como alimentos. Morrissey terminó el tema acostado en el escenario mientras la banda alcanzaba un paroxismo sonoro que fue volviéndose sofisticado “noise”.
Como muestra gentil y promediando el set, Morrissey deslizaría que no se le eche la culpa al pueblo inglés por la política de su gobierno hacia Malvinas y que no había que olvidar a los chicos del Belgrano, aludiendo al crucero hundido durante la contienda. En realidad no hubiera hecho falta, el concierto que ofreció fue de una contundencia demoledora y de un cálido nivel emotivo al mismo tiempo; Morrissey se mostró como un verdadero rocker cuyo espíritu moderno e iluminado dio sobradas muestras –canciones– de una inspiración que resiste el tiempo, como suele ocurrir con los buenos artistas.