Rodrigo Villegas es cantante. Todos sus ingresos venían hasta hace dos meses de su trabajo. Pero la pandemia lo dejó sin nada. Lejos de bajar los brazos, todos los días hace shows en vivo desde su terraza, en barrio Echesortu de Rosario. Se levanta a la mañana, limpia, sube los parlantes, prueba sonido. Se cambia y se arregla de la misma forma que lo hacía al momento de brindar un espectáculo en un bar, en un restaurante, en un boliche o el casino de la ciudad, y arma un show en vivo desde su terraza.
Toda la ayuda que Rodrigo recibe es a la gorra, por la pura y exclusiva voluntad de todos los vecinos y la gente que lo quiere, que le transfieren 50, 100, 200 pesos a una cuenta bancaria. No recibe ayuda alguna, como tantos artistas que la pasan muy mal con sus lugares de trabajo cerrados.
La siguiente es la carta abierta de su novio que describe lo que ocurre pero a su vez interpela al Estado sobre todas aquellas personas que quedaron afuera de la ayuda en plena pandemia y se la rebuscan como pueden. Los que no quieren una ayuda eterna, sino volver a ganarse el pan con su oficio, que en muchos casos es también una pasión.
Volver a vivir con dignidad del trabajo
«Mi nombre es Rodrigo de Moya, nací, me crié y me formé en la ciudad de Rosario, habito orgullosamente mi país, pero me llena de una profunda tristeza la situación que estamos atravesando, me parte al medio la insensibilidad, la falta de empatía y el egoísmo no solo de una parte de la sociedad, sino de quienes deben velar por el bienestar de todos los argentinos.
Quiero contar y hacer pública una situación particular, que seguramente es la de muchos, pero que hoy me toca vivirla muy de cerca, hoy me toca compartir y ser testigo de esa angustiante y desesperante situación, hoy me toca ver el rostro de alguien que amo y que no puede más, de alguien que no sabe como seguir.
Mi pareja es un cantante de la ciudad de rosario, se llama Rodrigo Villegas. Es uno de los pocos artistas de esta ciudad que vive, o vivía, 100% de lo que hace, de su arte, de transmitir por medio de la voz alegrías, emociones, bailes, recuerdos…
Hoy se encuentra con que hace más de dos meses que no puede trabajar por la pandemia, más de dos meses en el que todos los días son preocupaciones, angustia e incertidumbre por no saber cómo seguir, por no saber cómo afrontar los gastos, los compromisos… por no poder seguir viviendo dignamente de su trabajo y su esfuerzo.
Ningún gobierno le dio una mano, no recibió ningún tipo de asistencia, y hoy en día es un ciudadano que está a la deriva, defendiéndose con lo que tiene, como puede, con días en que no piensa en otra cosa que bajar los brazos.
Los que siempre vivimos de nuestro trabajo, nuestro esfuerzo y nuestro progreso nos da cierta vergüenza pedir una retribución del estado, pero más vergüenza nos da que sean nuestros propios vecinos los que nos ayuden.
Rodrigo Villegas hace shows en vivo desde su terraza, desde lo más profundo de su humildad, se levanta esa mañana escoba en mano, balde en mano y se encarga de limpiar y hacer que la terraza quede impecable, yo lo ayudo claro.
Cuando termina se hace unos mates mientras va probando sonido, sube los parlantes a la terraza, arma el cableado, todo eso con adrenalina, con incertidumbre, con alegría y con tristeza al mismo tiempo. Se cambia y se arregla de la misma forma que lo hacía al momento de brindar un espectáculo en un bar, en un restaurante, en un boliche, en un evento…
Se para frente al micrófono, yo lo filmo para ser transmitido en sus redes. En ese momento su rostro se ilumina de alegría al ver cómo los vecinos están preparados, con mate en mano, sentados en sus balcones, en las puertas de sus casas esperándolo a él, esperando su música y su humor.
Rodrigo se planta , suspira, larga una bocanada de aire y hace lo que mejor sabe hacer: alegrarles las tardes a todos los vecinos que esperan esa hora para bailar desde sus casas, para recuperar un poco la alegría y la esperanza, para sentirse un poco más vivos.
Cuando termina el show, su mejor regalo son los aplausos, las muestras de agradecimiento, la torta que le llevó la vecina, las empanadas que les hizo la otra… todo eso con una ambivalencia entre la alegría y la tristeza. Alegre por hacer lo que más ama y apasiona, y triste por no saber cuándo va a volver a sentir la dignidad de trabajar de su arte.
Toda la ayuda que Rodrigo recibe es a la gorra, por la pura y exclusiva voluntad de todos los vecinos y la gente que lo quiere, que le transfieren 50, 100, 200 pesos o lo que cada uno puede, a quienes también les cuesta brindar esa ayuda, pero que lo hacen desde lo más profundo de su corazón, porque ellos también entienden lo que es estar en esta situación.
Esta es la realidad de el, como seguramente es la de miles de argentinos… no nos sigan soltando la mano, no nos hagan sentir huérfanos, no nos hagan perder el sentido de la vida, simplemente queremos sentir nuevamente la dignidad de construir con nuestro esfuerzo ese castillo que hoy se nos está derrumbando…»