Sillas, mesas, bancos, percheros y hasta cruces de madera se exhiben en la larga galería. La carpintería es un buen motivo en el barrio de Empalme Graneros para sacar a los más jóvenes de las calles y brindarles una ocupación productiva. Desde hace 16 años, en José Ingenieros al 2300 funciona el taller San José de Nazaret, en el que cerca de 50 chicos de entre 12 y 18 años cursan clases de carpintería con las máquinas que antes estaban en el Colegio San José.
Desde hace poco menos de tres años apareció en escena el padre Tomás Santidrián junto a un grupo de empresarios, quienes comenzaron a trabajar en el barrio Toba y consiguieron reflotar el taller. Además, instalaron un aula radial del instituto Don Bosco y lograron que menores de Empalme Graneros, Travesía y Ludueña, se acercaran para realizar el oficio con sus propias manos.
Orgullosos, los chicos se mueven por el galpón mientras un interesante número de visitantes observa sus obras. Atentos a las inquietudes de quienes se acercaron a la exhibición, explican de qué artefactos se trata: desde los más pequeños hasta los que rozan la mayoría de edad que, tímidos, esquivan las cámaras de televisión que llegan al lugar.
Los profesores también merodean la zona. Junto a Santidrián son los actores secundarios de la exhibición que encabezan los menores: ellos son quienes muestran día a día cómo llevar adelante el oficio ante las máquinas de gran porte.
“Jesús pasó haciendo el bien”, reza un cartel detrás de algunos jóvenes que se disponen a recibir la visita, junto a las máquinas de trabajo. Y tal vez mucho tenga que ver el padre Santidrián en ese paso religioso por el alquilado galpón.
Hacerse hombre
“Lo importante de esta muestra es que está manifestando el fruto del trabajo que realiza toda la gente que está acá adentro”, explica a El Ciudadano, mientras algunas vecinas interrumpen para agradecerle. “Los chicos no sólo aprenden el oficio, sino que también aprenden a ser hombres”, amplía Santidrián.
Sin adjudicarse la frase, el padre señala que “con estos emprendimientos en cada barrio, la ciudad cambiaría”. Los vecinos, por su parte, no se molestan por los ruidos que diariamente y en dos turnos realizan tanto las máquinas como los más pequeños. “No molestan para nada”, comentan quienes se arrimaron a ver las obras. Como requisito para formar parte de los talleres, se les exige a los menores que asistan a estudiar.
“Si no van a la escuela, falta una pata esencial en lo que es la formación de un chico. Por eso también convocamos a los padres, porque la familia es un puntal”, relata tapándose el rostro del fuerte sol en las puertas del galpón.
El objetivo del taller es claro, ya que la idea de sacar a los jóvenes de las calles y posteriormente enseñarles a cumplir con las normas de disciplina y obligaciones, logrando que se introduzcan al conocimiento del oficio, resulta clave tanto para el presente como para el futuro de ellos. Asimismo, se intenta inculcar el cumplimiento de obligaciones y la cultura del trabajo.
Ante la consulta de si el deseo es ampliar los talleres, Santidrián manifiesta que la carpintería “es el punto fuerte”, pero después de esto la idea es realizar un curso de electricidad como ya se dio una vez y allí también se abarcaría a los adultos.
También habla de plomería, para estirar aún más el abanico de posibilidades.
Como incentivo, despliegan un sistema de becas que las consiguen aquellos que asisten al colegio. De ese modo logran poco más del 70 por ciento de asistencia en el taller, según indican desde el predio. El taller dicta las clases en forma gratuita y los empresarios se ocupan de los gastos del alquiler y también de las herramientas que se necesitan.
Además, según expone el padre, desde distintas carpinterías se acercan al lugar para incorporar a sus grupos de trabajo a los jóvenes que ya están listos para realizar casi de modo profesional el oficio.
El rol de la sociedad
“La sociedad argentina es un poco pasiva, pero puedo asegurar que cuando ven algo, apoyan mucho. Siempre ven con buenos ojos que se hagan estas cosas”, describe Santidrián sobre la baja participación de la ciudadanía en general a la hora de ayudar a los que menos tienen.
“En los talleres se busca intensamente la formación humana”, concluye mientras una nueva madre y vecina se arrima junto a su bebé para agradecerle y mantener unas palabras, a las que el cura accede sin dudar con una sonrisa. Esa que lo identifica por decir siempre que sí.