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Un thriller sórdido e inquietante con giros y sorpresas

“Mi dulce niña” despliega una historia de carácter monstruoso donde el escape de una misteriosa mujer de su angustioso cautiverio orienta a los investigadores hacia la oscura verdad que se esconde tras su desaparición sin resolver 13 años antes

Especial para El Ciudadano

En las últimas semanas la serie alemana Mi dulce niña se convirtió en uno de esos fenómenos algo inesperados de la cadena Netflix, desbancando en espectadorxs a series lanzadas con mayor apoyo promocional. El fenómeno no deja de ser llamativo, pero habla tal vez con claridad de la medianía que marca pesadamente a la cadena de streaming, dentro de la cual, un producto como este thriller alemán despunta no tanto ya por ciertos logros destacables, sino apenas por alcanzar una mínima corrección poco frecuente.

Mi dulce niña, en principio y es cierto, tiene lo suyo como para atraer y sostener el interés. La situación de base es por demás de sórdida e inquietante. Un niño y una niña juegan en su casa. La madre se ocupa de sus tareas hogareñas. Muy pronto, irrumpiendo en esa aparente normalidad, un hombre, padre tal vez, entra a lo que ya se intuye es una suerte casa-celda y, respondiendo a lo que parece un reglamento estricto, lxs niñxs y la mujer se alinean frente a él, en perfecta formación, mostrando sus manos extendidas, en anverso y reverso. Quien rompa una regla recibirá su castigo. El orden familiar es estricto y sanguinario.

Sin más explicación, lo siguiente es la huida de la mujer seguida por la niña. Cruzan desesperadamente un bosque, y al detectar la luz de un vehículo en la oscuridad la mujer se lanza a la carretera donde será atropellada quedando gravemente herida.

Ya en el hospital, y extendida la noticia del extraño accidente, entran en escena los otros personajes clave. Entrada la noche, un hombre avisa telefónicamente a una pareja que una joven apareció inconsciente, y que esta vez sí, parece tratarse por fin de Lena, la hija desaparecida 13 años antes, a quien no han dejado de buscar jamás. El enigma ya está tendido para ser estrujado una y otra vez con una serie de giros argumentales que irán expandiendo el misterio y profundizando el carácter atroz del acontecimiento.

 Una base atractiva que resulta subyugante

En principio, el enigma rápidamente planteado y la sordidez evidente que apenas se oculta, componen una base atractiva que resulta subyugante, y apuntando a su intensificación, el relato intentará enrevesar más y más las cosas mediante giros a veces imprevistos, a veces algo caprichosos, y otra veces un tanto obvios y previsibles.

El mecanismo está a la vista desde el primer episodio, casi por completo, hasta el punto de que mucho de lo narrado se torna innecesario, y si aún así la serie funciona (que lo hace) no es por creatividad, ni destreza ni profundidad, en su tratamiento del escabroso tema, sino por una cierta corrección que poco tiene de mérito. Pero parece, ya a esta altura, que lo mejor que se puede esperar de una cadena como Netflix, es mínimamente esa tímida corrección narrativa y formal que, en este caso, hace que un thriller cumpla con el pobre cometido de “entretener”.

No es fácil escribir sobre Mi dulce niña sin señalar giros que se pretenden reveladores y que sustentan en gran medida a toda la propuesta. En cada uno de los seis capítulos que componen la serie se iluminan distintas aristas de lo sucedido, en muchos casos ampliando adecuadamente la resonancia siniestra del hecho atroz, pero en otros apenas evidenciando elementos ya sospechados e incluso sabidos con facilidad de antemano.

Sobrecargando además el relato, continuos y extendidos flashbacks remiten a la vivencia “familiar” en la casa-prisión, pero sin agregar nada, ilustrando apenas e injustificadamente lo siniestro que ya se sabe, y que permanecía con mucha más fuerza dramática al ser mantenido fuera de la representación ilustrativa.

Un tema familiar con un fondo perturbador

La situación general, por su parte, es potente y es lo más fuerte de la propuesta. El tema familiar tomado en su monstruosidad  no deja de trazar un fondo perturbador sobre el que se mueve la serie con corrección, pero no sin torpeza. Y los personajes, en su mayoría victimas, también con un buen potencial dramático esbozado, quedan un poco limitados por el caprichoso y evidente mecanismo narrativo que apuesta a reclamar continuamente la atención mediante revelaciones sorpresivas y misterios amplificados innecesariamente.

Hanna, la niña, hija de Lena, merece comentario aparte. Pequeño hallazgo que redimensiona la brutalidad del hecho, Hanna es uno de los personajes más perturbadores de Mi dulce niña, el más logrado y sugerente. Victima convertida en una pequeña monstruosidad que, por momentos, hace que la serie roce el terreno de lo fantástico terrorífico disponiendo en torno suyo todos los elementos para alcanzar los mejores momentos de la serie.

Algo que, con un mayor rigor narrativo, podría haber alcanzado picos memorables y profundizado aristas temáticas mucho más movilizadoras.

Dicho todo esto, cabe agregar que Mi dulce niña funciona, dejando de lado toda expectativa, como un thriller cuanto menos intrigante. Los adocenados engranajes de su mecanismo, abocado caprichosamente al giro y la sorpresa, están a la vista desde el comienzo de modo ostensible, pero aún así, quizás también por lo delicado del tema esbozado, se despliega con esa corrección ya aludida que hace que cumpla eficazmente con su cometido: sumar horas de visionado maratónico a la cadena.

Mi dulce niña / Netflix / 6 episodios

Creadores  Isabel Kleefeld

Intérpretes: Julika Jenkins, Kim Riedle, Naila Schuberth

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